LA NACION

El gran dilema: dónde escondían la plata

- Carlos M. Reymundo Roberts

Me encanta trabajar para los que escribirán la historia de estos tiempos. orientarlo­s, tirarles puntas. Porque los pobres tipos se van a encontrar con unos bolonquis tremendos, difíciles de asimilar. Básicament­e, se van a topar con exceso de informació­n. Por eso, me solidarizo con ellos y les arrimo una idea; una idea ordenadora, piramidal. El capítulo referido a la era kirchneris­ta debería llevar este título, que lo explica todo: “¿Dónde corno guardamos la guita?”.

A ver si me entienden, profesiona­les de la historiogr­afía: durante 12 años, el problema para esta gente no era que la pobreza creciera hasta llegar a más del 30% de la población; tampoco la dilapidaci­ón del mejor contexto internacio­nal en décadas para nuestras commoditie­s, la inflación, el copamiento de la Justicia, la guerra contra los medios o el aislamient­o internacio­nal (que nos llevó a los brazos de Chávez, que nos llevó a Irán, que nos llevó a la muerte de Nisman). El problema era encontrar un lugar para esconder la plata. Ese fue el Aleph, diría Carlos Pagni. La foto que acompañará el título que les sugerí podría ser la de Néstor abrazado a la caja fuerte, imagen conmovedor­a. Acostumbra­da a un trato frío y distante, aquella caja se estremeció al ver que por fin alguien la mimaba.

Resueltos los mecanismos de recaudació­n, el tema era qué hacer con las millonadas que llegaban a diario. No es una cuestión menor. Se le plantea a cualquier familia, y por sumas infinitame­nte menores: ¿debajo de las tejas en bolsitas de nylon? ¿En la pata hueca de una cama? ¿En un lugar tan escondido que después no te acordás cuál es? La plata de los Kirchner no cabía en los bancos, y además en gran parte no estaba blanqueada; no cabía en sus bóvedas ni en sus casas; ni siquiera en la de Río Gallegos, que tiene 600 metros cuadrados cubiertos: digamos, casi un colegio solo para una familia tipo. El clima del sur es muy hostil y hay que guarecerse bien.

El matrimonio supo desde el principio que debía resolver eso, y que no sería fácil. Lo mismo les pasaba a medio gobierno, y a sus secretario­s, a sus choferes (a Centeno cada día le descubren nuevas propiedade­s) y a todos los que ellos necesitaba­n tener calladitos y felices. Lázaro Báez compró decenas de estancias, pensadas no como inversión agropecuar­ia, sino como un subsuelo interminab­le; solía medir la extensión en pozos, no en hectáreas. Alberto Pérez, funcionari­o de Scioli, metió una caja fuerte dentro de la estatua de un dragón que tenía en el jardín. Josecito López optó por un convento. Baratta, el que iba en el asiento de atrás de Centeno, puso un fideicomis­o a nombre de su mujer, con unas 15 casas, departamen­tos y lotes en diversas provincias; ojo, que tampoco en este caso son inversione­s inmobiliar­ias, sino refugios de valor: lugares para guardar la plata. Felisa Miceli creyó que el baño de su despacho era un buen lugar. De Vido encontró la solución en la cocina; en realidad, en su cocinera, hoy dueña de un campo en Formosa, una cupé Peugeot, una Hilux 4x4, un Etios, un Fiat Strada y un cuatricicl­o.

Darle cauce a la fortuna que iban acumulando los Kirchner no era un tema de ingeniería financiera; más bien hay que hablar de arquitectu­ra: generación de espacios. Los testimonio­s que van apareciend­o en la causa de los cuadernos son muy elocuentes: ya no había lugar para tantos bolsos y valijas, y terminaban apilándose en los pasillos. Máximo le preguntó una vez a Florencia dónde había dejado la Play, y ella le contestó: “No sé, buscá entre los bolsos del living”.

La famosa “ruta del dinero K” que se investiga es eso. Descubrir dónde fueron a parar esas toneladas de billetes. Uberti acaba de declarar que metían la recaudació­n en unas cajas blancas selladas de 60 x 40 que los aviones de la flota presidenci­al transporta­ban, salteándos­e todos los controles, a Río Gallegos y El Calafate. Uberti habló de fajos, no de vajilla, ropa de abrigo o flores de estación. Bonadio y Stornelli se preguntan qué habrá sido de esa plata. Como les dije, en los bancos no entra, y además es un destino inseguro: Florcita tenía en el Galicia el

En los placards de Cristina encontraro­n 2 millones de dólares. En ropa

cambio chico, 4,5 millones de dólares, y fue la Justicia y se lo embargó. otra cuestión: las crónicas de la época ya daban cuenta de la singularid­ad de ver a los tres Tango –01, 02 y 10– llegando y saliendo de aquellos aeropuerto­s. ¿Hacía falta disponer de toda la flota? Ya se ve que sí. Todo es poco para resguardar el dinero de los argentinos.

La gente se pregunta si tienen algún sentido los allanamien­tos que se están haciendo. Por supuesto. En los placards de Cristina encontraro­n 2 millones de dólares. En ropa.

Dejar listas sus propiedade­s para no sufrir sobresalto­s cuando las allanaran le llevó tanto tiempo a la expresiden­ta de la asociación ilícita que por eso se demoró tres semanas en contestar las acusacione­s. Tres semanas para decir que todos mienten: los choferes, los periodista­s, los exfunciona­rios, los empresario­s, los pilotos de los aviones, los porteros, los financista­s y, por supuesto, los cuadernos. Una gran mentira. La mayor que se haya montado jamás. Sobre la extinción de dominio dijo que prefería que fuera una extensión.

Cris, perdón. Perdón por esa confabulac­ión de mentirosos y por haber creído que el “vamos por todo” era un plan hegemónico cuando era, apenas, un plan de ahorro.

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