LA NACION

La Zaranda, el grupo andaluz de culto, presenta en El Picadero su nueva obra: Ahora todo es noche

El mítico grupo andaluz de fuerte arraigo en esta ciudad presenta Ahora todo es noche, con la que celebran sus 40 años de existencia

- Textos Alejandro Cruz

Como actor se presenta como Facundo Sánchez. Como director es Paco de La Zaranda. La Zaranda, ya no como apellido, es un grupo de teatro andaluz de culto en estas tierras. Paco (o Francisco, como se prefiera) es algo así como el gurú de este grupo clave de la escena española. El miércoles estrenó en Buenos Aires Ahora todo es noche, obra en la que actúa junto a Gaspar Campuzano y Enrique Bustos sobre la base de un texto de Eusebio Calone. Con este propuesta, el mítico grupo festeja (y poetiza) sus 40 años de existencia.

La primera vez que La Zaranda vino a Buenos Aires fue en 1987. Fue en el Centro Cultural Recoleta. Ahora, en el bar del Teatro El Picadero, en donde se están presentand­o hasta el domingo de la semana próxima, Paco reflexiona sobre este tránsito porteño: “¿Quién iba a decir que íbamos a repetir tantas veces? Buenos Aires la amamos porque nos duele”.

–¿Son consciente­s de que La Zaranda acá también duele?

–Bueno..., creo que sí. De hecho, uno siente que ni viene ni va, que está acá en el corazón de quien te espera. Sabemos que en esta ciudad hay mucha gente que comulga con lo que hacemos.

–¿Por qué pensás que sucede eso? En España, lo has dicho en diversas oportunida­des, el vínculo con el público no es tan intenso como sucede aquí.

–Es así. Nuestro teatro siempre ha sido muy difícil de encajar para un público acostumbra­do a un teatro que no te mueve las entrañas. La Zaranda llevaba 10 años de existencia cuando vinimos la primera vez. En ese momento en España nuestro teatro no era ni conocido ni valorado. A partir de aquella primera visita, todas nuestras obras han pasado por aquí, algo que no sucede en Madrid o Barcelona. Aquí nos sentimos útil, sentimos la responsabi­lidad que implica hacer teatro y sabemos que el mejor público del mundo está en esta ciudad.

–En esta ciudad no hay grupos escénicos que tengan 40 de vida.

–En España también somos una excepción. Sobre todo para compañías como la nuestra que, sin querer, hemos creado un lenguaje. Nacimos diciendo que deseábamos hacer un teatro que expresara lo que somos y lo que sentimos mezclado con la poética de lo cotidiano y de las reglas del arte. En ese tránsito, el tiempo pasa sin que te des cuenta y hay un momento en el que te paras a reflexiona­r y empiezas a reconocer que no eres tú el que hace teatro, sino que es el teatro el que te ha hecho a ti, que se expresa a través de ti, que te conecta con tu silencio interior como con el silencio de los integrante­s de La Zaranda. Nosotros vivimos prácticame­nte en comunidad y esa contaminac­ión de unos con los otros es lo que hace posible crear una especie de liturgia a la hora de encarar una nueva obra.

–¿O sea que no podrías aceptar una hipotética invitación para que trabajes con otro elenco?

–Por lo pronto sé que no lo he hecho. Soy de entender al teatro como un hecho único que me posibilita encontrarm­e con el otro.

–En la búsqueda de esos encuentros con públicos de diversas naciones, ¿hay signos concretos de cuando ese fenómeno colectivo toma cuerpo?

–Se percibe, sí, pero el signo es tan sutil que no podría describirl­o. Así como el teatro es asomarse a un balcón que va directo al espíritu, a mi ser; si yo trabajo desde mi verdad el público se asoma a su propio balcón. Si eso sucede hay comunión. Es fácil engañar al público, pero es difícil mentirle. El problema es que la gente tiene miedo de asomarse a sí misma. Si tu teatro sirve para que eso suceda se da el encuentro, la catarsis o como se llame. En ese tren de cosas, si volvemos a Buenos Aires es porque hay una energía que nos llama. Uno siempre está en donde tiene que estar, soy un convencido de eso.

–La obra que estrenaron en Buenos Aires tiene algo de visita a ustedes mismos, de asomar al balcón de La Zaranda.

–Claro, cuando cumplimos 40 años nos propusimos empezar a hacer teatro [se ríe con ganas]. ¿Qué tuvimos que hacer? Lo primero fue reconocer que el peor enemigo que tiene La Zaranda es La Zaranda misma. Eso estuvo muy presente a la hora de crear Ahora todo es noche. No queríamos hacer un popurrí de cada obra y esas cosas. Nos propusimos matar a La Zaranda. Pero, claro, el cadáver de La Zaranda estaba encima nuestro. Entonces, decidimos hacer la autopsia a ese cadáver y ahí no solamente depuramos nuestro lenguaje, sino que descubrimo­s cosas nuevas. De hecho, la obra que estamos presentand­o en Buenos Aires se aparta de lo que veníamos haciendo. Creo que hay un antes y un después.

–Bueno, hay un muerto, hay un cadáver. Uno no anda matando todo el tiempo.

–Eso es cierto, hay que reconocerl­o. Sí entendimos que era la única posibilida­d que teníamos. Nos la pusimos muy difícil, fue complicado, decidimos concentrar­nos en el núcleo original del grupo y así es cómo esta obra tiene algo de radiografí­a de nosotros mismos.

–¿Y qué elementos apareciero­n en esa radiografí­a?

–En la obra hay unos mendigos parados en el tiempo. Los que integramos La Zaranda tenemos algo de mendigos, se nos antoja decir que todos mendigamos algo, no se mendiga solamente dinero. Pero estos mendigos se nos presentan como reyes porque son mendigos que sueñan. Yo creo que de alguna manera el espectador se refleja en esos personajes porque se identifica con ellos. En los clásicos se decía que el teatro oficiaba de un espejo en el cual el público se miraba. De ese espejo lo único que queda es el marco y creo que el espejo está dentro de cada espectador. El problema es si ese espectador no quiere mirarse. Ese es el secreto. Sé que no es fácil transmitir esta idea, que depende de como te pille el día. Lo importante es que, cuando se apaga la luz de la sala, desaparece Buenos Aires, desaparece el mundo. Y ahí, en esa oscuridad, puede estar el encuentro.

En ese aquí y ahora, en un rito de encuentros que el público porteño conoce hace 31 años, está la magia de este grupo que lleva 40 años de vida, aunque en sus inicios tuvieron el capricho de llamarlo como Teatro Inestable de Ninguna Parte.

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Gentileza la zaranda

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