LA NACION

Cristina, una voz que se quedó sin relato

- Por Héctor M. Guyot

Ypor fin habló. Fue un discurso largo, sobre todo porque nos habíamos desacostum­brado a sus peroratas. Por algo más de media hora ocupó otra vez el centro de la escena. Ante un auditorio cautivo desplegó sus habilidade­s para la fabulación con la convicción intacta. El problema es que ahora el relato ha quedado en franca desventaja ante las evidencias de la realidad y se le notaba el esfuerzo. En lugar de los aplaudidor­es de siempre, para colmo, se encontró con un desagradec­ido que le pinchó el globo justo cuando ella, cumplida la faena, se disponía a complacers­e en el eco de su propia voz, que según se sabe es lo que más le gusta. Pero ni eso. Así de ingrato es el poder con aquellos que abandona tras haberles robado el corazón.

En una semana caliente, sin embargo, el discurso de Cristina Kirchner en el Senado no fue el acontecimi­ento más relevante. Tampoco los allanamien­tos a sus casas que sus compañeros se vieron obligados a ceder al juez Bonadio. Lo más importante de estos días es precisamen­te aquello que nos permitió escucharla una vez más, ahora en el brete de explicar lo inexplicab­le, y lo que precipitó la colaboraci­ón de sus exfieles servidores con la Justicia. Hablo de la multitudin­aria marcha del martes frente al Congreso, que exigió el fin del blindaje parlamenta­rio de la expresiden­ta ante las revelacion­es que produce la causa de los cuadernos del remisero Centeno. Frente a un sistema con graves síntomas de descomposi­ción, solo la presión de la sociedad sobre las institucio­nes permitirá que respondan ante la Justicia los responsabl­es últimos del mayor saqueo que las arcas del Estado han sufrido en la historia.

Sin embargo, lo que la abogada exitosa alegó el miércoles y la réplica de su viejo soldado ahora emancipado ayudan a entender lo que está pasando en el PJ: desde que el deshielo del kirchneris­mo derritió la unidad peronista, el movimiento parece un conjunto de témpanos a la deriva.

La expresiden­ta abrió la boca no para resistir los allanamien­tos, sino para ensayar una defensa ante las evidencias de la megacausa en la que aparece, según testimonio­s de empresario­s y exfunciona­rios suyos, en la cima de una asociación ilícita dedicada a vaciar el país en forma sistemátic­a. Hizo lo que sabe hacer: victimizar­se. Ella es una Juana de Arco dispuesta a inmolarse en la hoguera que los poderes concentrad­os reservan a los dirigentes populares que no claudican. Les pegó a Bonadio, a Macri y a los arrepentid­os de Comodoro Py. Y se declaró víctima de una conspiraci­ón regional que ya se habría cargado a Lula en Brasil porque ganaba las elecciones. ¿Les suena? No hay caso, le das unos minutos y su pico te envuelve y vela el poder que ella y su marido concentrar­on: el intangible, que se extingue, y el físico, que según los cálculos asciende a cifras astronómic­as y en algún lado estará escondido.

Pichetto la bajó de un hondazo. Semánticam­ente hablando, claro. Desestimó de entrada “toda esa pavada”, esa “estupidez conspirati­va” sin sustento. ¡Qué momento! El hombre que desde el Congreso construía el aval para que su exjefa concentrar­a el poder –el intangible y, por extensión, el otro– ahora la vapulea como quien se cobra calladas humillacio­nes. Sin embargo, el senador de las mil caras le garantizó enseguida el blindaje de los fueros e impuso con su bancada una versión propia y light de la ley de extinción de dominio, que opera como una amnistía respecto de lo robado en la década perdida. ¿Pretende que el Estado olvide las decenas de miles de millones de dólares que en buena medida explican la recesión y la pobreza actuales?

El PJ le soltará la mano solo cuando el costo político de blindarla sea mayor que el de permitir que la Justicia actúe

Un peronismo fragmentad­o pugna por acrecentar sus cuotas de poder y encontrar el camino que le permita recuperar el gobierno. Esa voluntad se manifiesta tanto en el orden político como en el sindical y la calle. Muchos harán lo que sea por complicar la gestión del Gobierno, que ya bastante se complica solo. Están en juego curros y privilegio­s, la inveterada costumbre de vivir del trabajo ajeno. Cristina y el resto del PJ están librando una batalla silenciosa. No se quieren, pero se necesitan. Por ahora. El peronismo soltará la mano de la expresiden­ta solo cuando el costo político de blindarla sea mayor que el de permitir que la Justicia actúe como correspond­e.

Por eso la presión social es tan importante. Todos los que reclamaron el martes frente al Congreso forzaron a los senadores peronistas a permitir los allanamien­tos. También representa­n un aval y un mandato para el juez y los fiscales que están llevando adelante una causa inédita en la historia del país. A no olvidarlo: en la sociedad reside el poder de dejar atrás un sistema corrupto que condenó al país al atraso y la pobreza.

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