LA NACION

La engañosa felicidad de la corrupción

- Pequeños grandes temas Miguel Espeche

Hay que tener cuidado: puede ser que, sin advertirlo, usted esté envidiando a los corruptos que se salen con la suya. No hablamos de envidiar a los corruptos que terminan encarcelad­os sino que nos referimos a aquellos que son imaginados allá, “felices” y bronceados, en el Caribe, recostados en la reposera.

“La pasan bárbaro” dicen muchos, y nadie podría decir que no tienen razón si la idea de lo que significa “pasarla bárbaro” es, justamente, aquella del daikiri caribeño, además del narcotizan­te sentimient­o de vencer cualquier tipo de limitación, olvidando por un rato (y a expensas del prójimo) la finitud y la fragilidad de nuestra humana existencia. Sin embargo, claro está, vale tener en claro cuál es la noción de felicidad que se usa para evaluar la cuestión.

Habría una idea subyacente y no reconocida del todo que dice que el corrupto es feliz, la pasa estupendam­ente, toma champagne y llega siempre antes porque circula por la banquina de la vida, mientras la “gilada” va por el carril correcto. Él logra plasmar el paraíso del catálogo pequeño burgués (y en eso es envidiado), pero lo malo y criticado es cómo lo logra.

Sin embargo, hay algunos puntos interesant­es para pensar en relación con esta cuestión. En tal sentido, el consultor y autor Joaquin Sorondo suele realizar la siguiente pregunta en relación al tema de la corrupción: ¿estaría usted dispuesto a cambiar su vida por la de un corrupto rico e impune?

La respuesta, por lo general, es no. No se desea la vida de quien va por izquierda de manera crónica y nadando en aguas turbias. Y las razones que para ello dan los preguntado­s son todas de tipo anímico: “No lo soportaría”, “Sentiría culpa”, “Me costaría mirar a mis hijos a la cara”… Lo notable del caso es que esas frases son pronunciad­as por aquellos que, minutos antes, manifestab­an su enojo porque los corruptos muchas veces evitan el castigo y “se salen con la suya”, accediendo a “la felicidad” de la cuenta millonaria. Cuando notan el costo anímico del caso, dicen que no, que mejor no ir por ese lado…

Esa negativa a trocar identidade­s se debe a una intuición rotunda que se corrobora en el ámbito de la psicología: los corruptos la pasan mal, sus familias la pasan peor, y la vida de aquel que vive de esa manera se transforma en una suerte de exilio, dado que gran parte de su identidad y accionar son inconfesab­les y eso demanda una gran energía de mendacidad y engaño.

No es que los corruptos siempre tengan remordimie­nto (de hecho, muchos no lo tienen ni por asomo), pero se pierden algunas bondades de la vida “a la luz del sol” y, por otra parte, es habitual que existan problemas familiares y sufrimient­o psíquico entre los integrante­s del entorno. De hecho, hay poco que envidiar a los corruptos, pero para percatarse de ello habrá que salir de los estereotip­os de lo que es ser feliz, para asumir que nuestra humanidad será frágil y limitada, pero no deja de ser interesant­e cuando evitamos atajos, y sentimos que podemos mirar a los ojos a los hijos, haciendo las cosas como es mejor hacerlas: a la luz del sol.

Para entender, hay que salir de los estereotip­os de lo que es ser feliz

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