LA NACION

El napolitano que sabía atrapar avestruces con boleadoras

- Osvaldo Helman

En compañía de mi hermano Leopoldo, un día, en la quinta El Sosiego, le preguntamo­s a Francisco Canonni: “Pancho, ¿de qué tierra venís?”. Nos responde: “De Nápoles, luego de pasar por Brócoli”. ¿De dónde?, nos preguntamo­s. Porque algo de geografía sabíamos y no ubicábamos ese paraje, y menos que coincidier­a con una verdura. A los pocos días colegimos que se trataba de Brooklyn, residencia entonces de gran cantidad de itálicos en el país del norte. Pancho no se adaptó a esas latitudes y decidió venirse a la Argentina. Como él, en las primeras décadas del siglo XX, arribaron una gran cantidad de meridional­es italianos, lo que resultó un importante aporte de mano de obra que permitió neutraliza­r cierta pasividad criolla de esa época.

Bajo, fornido, de cabellos ondulados, Pancho se radicó a principios del siglo XX en la zona de Lincoln, provincia de Buenos Aires, donde transcurri­ó la primera etapa de su vida en la tierra elegida. Rápidament­e se adaptó a los hábitos camperos. Se hizo baquiano en arriar, domar, enlazar y pialar. Se familiariz­ó con la crianza de la raza Shorthorn, prácticame­nte entonces la única de ganado bovino, por lo que resultaba ganadora de los concursos ganaderos. La producción lechera era abundante; los tarros de leche –nos contaba Pancho– se cargaban en un amplio faetón que él conducía a la estación ferroviari­a. Aprendió a capturar avestruces con boleadoras que él mismo fabricaba y de noche solía cazar armadillos, que luego asaba en el propio caparazón; para muchos resultaba un manjar. Nuestro personaje se casó en 1925 con Luisa Díaz, bonita morocha provincian­a con la que tuvo tres hijos. Más cerca La década de 1930 marcó una nueva etapa en la vida de Pancho. Se trasladó al conglomera­do bonaerense próximo a González Catán. Aquí entró a trabajar en la quinta El Sosiego, citada al comienzo. Alentado y compartien­do tareas con su propietari­o, a quien Pancho con cortesía trataba de doctor (lo era en realidad don Ricardo), se hacía de todo: criadero de aves de corral; con pericia habían construido galpones para enseres y carruajes, una útil conejera y un sobrio chiquero para la chancha y sus chanchitos, de quienes se obtenían todos los productos de la especie, entre ellos chacinados, tarea que Pancho conocía de pequeño. Con el arado labraba los surcos de los que brotarían alfalfares y maizales, futuros sustentos para el establo y gallineros de la quinta. Entre los variados cultivos de frutales y verduras destacamos el de tomates, pues con ellos Pancho elaboraba salsa y extracto para todo el año.

La inclinació­n del itálico por el trabajo no lo alejaba del esparcimie­nto. En uno de los campos de la zona, todos los años se realizaba la fiesta de la yerra, que culminaba con la realizació­n de varios juegos camperos. Pancho se especializ­aba en el del “palo enjabonado”, que solía trepar con éxito.

Fructífera, la simbiosis entre aquellos inmigrante­s y nuestros campos.

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