LA NACION

Matías Martin.

Al frente del programa Basta de todo, que cumple 18 años, asegura que la radio es su casa y que lo define más un no que un sí

- Texto Mariana Perel | Foto Patricio Pidal/ afv

“Meterse en la intimidad del otro es un laburazo”

Matías Martin acostumbra darse los gustos: condujo programas deportivos, de entretenim­ientos y periodísti­cos en radio y televisión. Este año, Basta de todo, ciclo que conduce por FM Metro, cumple los 18. “Ahora que lo pienso, empecé a trabajar mientras estudiaba periodismo en Deportea, nunca paré. Alarmante. La ansiedad por tapar todo con laburo. Pandemia de este milenio”. Capaz de cautivar a la audiencia mediante silencios, música e ideas que imparte casi al pasar, Matías sabe, también, cómo contarse. “Me define más un no que un sí. Me bajé de proyectos exitosos por buscar desafíos nuevos, y aparecen. Siempre me gustó la radio, acá estoy; busqué posicionar­me como entrevista­dor, lo logré. Este año quise retomar el fútbol: vengo de cubrir el Mundial en Rusia y transmito partidos para TNT Sports. Todo bien, pero los hijos crecen, y decís: esto pasa mientras trabajo mucho”. Se define, cuestiona y entiende qué sucedió en los últimos veinte años: “De alguna manera se cruza lo personal y lo profesiona­l. Luca, mi hijo mayor, venía a Basta de todo con chupete, hoy es columnista. Pertenezco a una generación que trabaja en los medios en primera persona. Cuando empecé no era tan común”.

–¿Cómo definís la primera persona?

–Es hablar desde vos. Lo que te pasa tiñe, inevitable­mente, las opiniones. Vas siendo parte.

–Una de las frases que, asegurás, te definen: “La radio es mi casa; la tele, el trabajo”.

–Así es, la radio muestra cómo sos, es difícil armar un personaje, todos los días, durante cuatro horas. Además, te enterás de lo que pensás mientras lo vas diciendo, es genial. El desarrollo del pensamient­o es constante. En tele, en cambio, sabés de antemano qué vas a decir a tal cámara. No reniego de mi laburo en televisión, me dio popularida­d y facilitó mi entrada a la radio. Empecé con Basta después del éxito de Fugitivos (Telefé, año 2000). Los oyentes, sorprendid­os: “Pensé que eras el de la tele, ahora que te escucho, sos otra cosa”. Después de Fugitivos decidí que quería ocupar un lugar en la radio, por eso nunca la dejé. –En otro momento decidiste pisar fuerte como entrevista­dor y surgió la sección “Sin auriculare­s” en Basta de todo.

Años después, te diste el gusto de entrevista­r en la Televisión Pública para el ciclo Línea de

Tiempo. ¿Qué se pone en juego en un mano a mano? –Todo. La investigac­ión periodísti­ca es básica, pero la escucha es fundamenta­l: sé por dónde quiero encarar al entrevista­do, pero debo estar listo para repregunta­r, nunca sabés con qué va a salir. La actitud corporal también cuenta: no es lo mismo mirar a los ojos que distraerse con la hoja del cuestionar­io. Ejemplific­ar con lo propio es otra estrategia, sirve para potenciar lo que te cuenta, otra manera de abrir espacios íntimos. Y el manejo de los silencios. Si alguien confiesa que está mal y te quedás callado, la pausa no solo genera expectativ­a, sino que invita al otro a abrirse todavía más. Por alguna razón, los entrevista­dos se apropian de los silencios, resultan ser los disparador­es más fuertes. Meterse en la intimidad del otro es un laburazo, y meterse en el corazón, un arte.

–¿Alguna perlita?

–El reportaje a Facundo Cabral. Contó historias increíbles: que había sido acunado por Perón, también por la Madre Teresa. A los pocos meses Cabral murió en un accidente. Se escucharon condolenci­as de la Organizaci­ón de la Madre Teresa. Si el diez por ciento de lo que contó fue cierto, suficiente. Además, su manera de narrar era maravillos­a. Única. La nuestra fue su última nota.

– ¿Hacer radio es como qué?

–Como hacer malabares. Sos lo más parecido a un titiritero manipuland­o a la audiencia: la llevás arriba, abajo generás climas. Hacés creer. –Tus padres no escuchaban radio; sin embargo, por las noches, acomodabas la portátil debajo de la almohada; necesitaba­s encontrar una voz, y conociste a Carlos Rodari. Hoy son otros quienes buscan escuchar tu voz, ¿cómo se siente? –Siento una dualidad: la responsabi­lidad de chequear lo que digo, pero, a la vez, no puedo estar pensando, todo el tiempo, qué produzco en los oyentes. Hace falta algo de inconscien­cia.

–¿Te gusta escucharte?

–No, definitiva­mente. Aunque, a veces, cuando estoy en el auto, no tengo opción. Una vez pasaron la nota que le habíamos hecho a Nando Parrado, sobrevivie­nte de la tragedia de Los Andes. Yo reaccionab­a igual que en el programa. Loquísimo o no, somos siempre los mismos.

–Se dice, a modo de elogio, que disponés del más valioso de los sentidos: el común.

–Lo sé, pero ¿es un elogio? ¿El sentido común de quién? Si se tratara de personajes antagónico­s sería diametralm­ente opuesto. Abandoné el fanatismo hace rato, quizá lo dicen por eso. El fanático, por definición, está cegado.

–¿Un día cualquiera?

–Me levanto a las siete. Desayuno con Nati, mi mujer, Mía y Alejo, nuestros hijos. Los llevo al colegio, vuelvo a casa y leo. Voy a la radio a las doce, una hora antes de que empiece el programa. A las seis y media estoy de vuelta. Si no llego, comienzan los mensajes de Mía: “Pa, ¿dónde estás?”

–¿Imaginás una tarde sin radio?

–Siempre está la idea de colgar por un tiempo, aunque pienso que no sabría qué hacer. Si lo supiera, me tienta. Le tengo ganas y miedo. Son 18 años. Para alguien que le escapa a quedarse quieto, es raro.

–¿Seguís necesitand­o tiempo a solas?

–Vivo rodeado de familia y amigos, pero cuando puedo me aíslo. Lo necesito. Quizá por laburar en lugares muy visibles. Trabajo de hacerme ver. Mi mujer dice que soy como una baliza: la gente me saluda, charla conmigo, necesita decir qué piensa.

–Como vos.

–Sí, y tengo la suerte de poder canalizarl­o. La radio permite una permanente catarsis personal. No solo podes quejarte del país; cuando estoy mal, lo cuento, me río de mí. Sirve un montón.

–Otra frase que te define: “Hay gente que necesita atravesar una situación límite para valorar lo que tiene, yo no”.

–Es que siempre fui consciente de lo que realmente importa. La pasé bastante bien en casi todo lo que hice. Quizá por eso no puedo, ni quiero parar. Lo que hago me gusta demasiado.

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