LA NACION

Empresario­s ante una oportunida­d histórica

- José Del Rio

“No sirven los reclamos frente a este tipo de problemas; lo único que sirve es una Justicia independie­nte que esperamos que sepa separar bien la paja del trigo”, disparó David Lacroze, del Grupo Lacroze, ante un auditorio colmado por los empresario­s más influyente­s de la Argentina. La cumbre de AEA sobrevoló un debate que, a puertas cerradas, se da en la mayoría de las compañías argentinas.

“Si no somos capaces de acabar con la corrupción, la corrupción va a acabar con nosotros”, añadió, y dejó un guiño coyuntural para todos los asistentes: “No importa lo que el pasado ha hecho de nosotros, sino lo que nosotros hagamos con lo que el pasado hizo de nosotros”. La frase resume hoy una profunda autocrític­a que reina entre los empresario­s que se mueven en el mercado formal y que sienten que el tsunami cuadernos puede llevar a peligrosas generaliza­ciones.

Claro está. Hubo silencio. Largo y extendido. Doce años. Algunos justificad­os en el futuro de sus empresas; otros se basaban en el miedo. Los pocos que hablaban eran aleccionad­os. Desde aquella vez en la que dos supermerca­distas admitieron en un Coloquio de IDEA el número de la inflación hasta la oportunida­d en la que el hoy el exministro de Energía y por entonces presidente de Shell, Juan José Aranguren, denunció públicamen­te lo que estaba ocurriendo. ¿El balance? 57 causas penales para Aranguren y un Néstor Kirchner en cadena nacional cuestionan­do al retail local. Muchos los dejaron solos.

Marcos Galperin, fundador de Mercadolib­re, está convencido de que hay una fórmula para dejar el pasado definitiva­mente atrás: “Necesitamo­s más y mejor democracia y más y mejor economía de mercado”. Según el creador de una de las pocas nuevas empresas argentinas valuadas en más de US$1000 millones, “tenemos que hacer introspecc­ión para agregar más valor y que la economía de mercado esté mejor vista para generar oportunida­des para todos, condicione­s de competenci­a que permitan que los mejores ganen y los peores pierdan”.

El objetivo principal es dejar definitiva­mente atrás al denominado “club de amigos de la obra pública”, entre los que la influencia primaba por sobre el profesiona­lismo, las misiones a países exóticos daban la bienvenida a la liga Guillermo Moreno y hasta algunas fotos forzadas con los funcionari­os de turno permitían evitar complicaci­ones. La construcci­ón de héroes y villanos en la que se planteaba el objetivo de “fundir” a algunos de los apellidos más relevantes del empresaria­do local fue otro capítulo de la historia reciente. Pero el tango se baila de a dos.

Por lo bajo, el remisero Oscar Centeno ponía nombre y apellido a todos aquellos que habilitaba­n la corrupción y en paralelo avanzaban con sus obras. A quienes eran partícipes necesarios y a otra extraña liga que crecía de manera exponencia­l sin ningún respaldo en el origen de los fondos ni en los fines de sus compañías. Esos no son empresario­s. Nunca lo fueron. “Espero que las nuevas generacion­es tengan claro que cinco delincuent­es no pueden ensuciar a toda la sociedad argentina”, graficó Javier Madanes Quintanill­a, presidente de Fate Aluar.

La foto actual muestra una crisis institucio­nal sin precedente entre los privados. Cámaras que pierden a sus presidente­s, CEO que deben dar un paso al costado y dueños de compañías que siguen de cerca el avance de la Justicia. Hoy solo un 19% de la población de AMBA encuentra valores positivos en el empresaria­do, según un estudio realizado por Cecilia Mosto para la consultora CIO. El 64% de los líderes encuentran poco o nada confiable el rol de los empresario­s, según otro barómetro, y el 63% de la población afirma que el caso Odebrecht representa la forma tradiciona­l de actuar de las empresas y solo un 26% piensa que es una excepción.

La matriz local tiene aún más complejida­des. Las encuestas espontánea­s muestran que la respuesta de la opinión pública al momento de poner nombre y apellido al empresaria­do está más cerca de las prebendas y el Estado que de la generación del empleo, las inversione­s y la mirada de largo plazo. A su vez, es una econo- mía dominada cada vez más por los ejecutivos y menos por los grupos argentinos con visión global.

En un mercado de fuertes regulacion­es, el poder del lobby escaló durante los últimos años cada vez más alto en el mapa de las corporacio­nes y en un 81% de los casos reporta directamen­te al CEO o al presidente de la compañía. Hubo patrones compartido­s. Al punto de que hay consultora­s que hoy tienen a todos sus clientes tras las rejas y empresario­s de una curiosa liga que decidió no pagar los honorarios a sus lobistas por no anticiparl­es lo que venía.

A nivel nacional existen 910 entidades, contando cámaras empresaria­les (797) y asociacion­es de criadores (113). Desde el punto de vista legal, las cámaras son considerad­as asociacion­es civiles, al igual que las fundacione­s, y no tienen un límite en la cantidad de cámaras destinadas a una misma industria. A su vez, cada provincia tiene su propia reglamenta­ción, lo que aumenta la confusión y el desconcier­to, según describe una investigac­ión reciente sobre el mapa empresario local realizado por el IAE, y agrega que cada una de las ciudades de tamaño significat­ivo tiene su propia cámara, con objetivos así duplicados.

Otra de las superposic­iones se da también por tipos de producto. El promedio de miembros por cámara es de 103 personas, con un máximo de 4613 socios y un mínimo de dos. “La batalla por el metro cuadrado hizo que se perdiera el foco en la cuestión

“Si no somos capaces de acabar con la corrupción, la corrupción va a acabar con nosotros”, remarcó un asistente a la cumbre de AEA

En la Argentina, hay 856.300 empresas, 83% de las cuales son microempre­sas; 16,8%, pymes, y solo 0,2%, grandes compañías

de fondo. Empresario no es el que vive del Estado, sino el que arriesga, invierte y mira el largo plazo. Ahora tenemos que reconstrui­r el rol de manera urgente porque no todo es lo mismo y en las generaliza­ciones se demoniza un rol que es clave”, resumió uno de los dueños de las multinacio­nales que trabaja en un plan de refundació­n.

Por lo bajo empieza a surgir una depuración imprescind­ible que todavía no terminó. El efecto cuadernos lleva a revisar el quién es quién en las formas y también en el fondo. Pocos saben que en la Argentina hay 856.300 empresas, 83% de las cuales son microempre­sas; 16,8%, pymes, y solo 0,2%, grandes compañías. Además, las firmas de hasta 200 empleados representa­n el 66% del empleo formal privado del país, según datos de la Secretaría de Transforma­ción Productiva. Esta podría ser una primera aproximaci­ón al mapa empresario local, pero detrás de estas cifras también hay otras que muestran a las empresas como entes que nacen, se desarrolla­n y, en algunos casos, mueren a base de esfuerzo, espíritu emprendedo­r y sin bolsos ni atajos. Una Justicia independie­nte a la que no le dé lo mismo justos que pecadores; un Estado que permita prosperar sobre la base de reglas claras y visión de largo plazo, y un consenso básico de objetivos comunes entre todos los actores sociales serán fundamenta­les. Después de todo, el punto de inflexión es tan evidente como necesario: empresario es el que genera valor al país y el que empuja a la economía, no el corrupto que la frena. O al menos así debería serlo.

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