Empresarios ante una oportunidad histórica
“No sirven los reclamos frente a este tipo de problemas; lo único que sirve es una Justicia independiente que esperamos que sepa separar bien la paja del trigo”, disparó David Lacroze, del Grupo Lacroze, ante un auditorio colmado por los empresarios más influyentes de la Argentina. La cumbre de AEA sobrevoló un debate que, a puertas cerradas, se da en la mayoría de las compañías argentinas.
“Si no somos capaces de acabar con la corrupción, la corrupción va a acabar con nosotros”, añadió, y dejó un guiño coyuntural para todos los asistentes: “No importa lo que el pasado ha hecho de nosotros, sino lo que nosotros hagamos con lo que el pasado hizo de nosotros”. La frase resume hoy una profunda autocrítica que reina entre los empresarios que se mueven en el mercado formal y que sienten que el tsunami cuadernos puede llevar a peligrosas generalizaciones.
Claro está. Hubo silencio. Largo y extendido. Doce años. Algunos justificados en el futuro de sus empresas; otros se basaban en el miedo. Los pocos que hablaban eran aleccionados. Desde aquella vez en la que dos supermercadistas admitieron en un Coloquio de IDEA el número de la inflación hasta la oportunidad en la que el hoy el exministro de Energía y por entonces presidente de Shell, Juan José Aranguren, denunció públicamente lo que estaba ocurriendo. ¿El balance? 57 causas penales para Aranguren y un Néstor Kirchner en cadena nacional cuestionando al retail local. Muchos los dejaron solos.
Marcos Galperin, fundador de Mercadolibre, está convencido de que hay una fórmula para dejar el pasado definitivamente atrás: “Necesitamos más y mejor democracia y más y mejor economía de mercado”. Según el creador de una de las pocas nuevas empresas argentinas valuadas en más de US$1000 millones, “tenemos que hacer introspección para agregar más valor y que la economía de mercado esté mejor vista para generar oportunidades para todos, condiciones de competencia que permitan que los mejores ganen y los peores pierdan”.
El objetivo principal es dejar definitivamente atrás al denominado “club de amigos de la obra pública”, entre los que la influencia primaba por sobre el profesionalismo, las misiones a países exóticos daban la bienvenida a la liga Guillermo Moreno y hasta algunas fotos forzadas con los funcionarios de turno permitían evitar complicaciones. La construcción de héroes y villanos en la que se planteaba el objetivo de “fundir” a algunos de los apellidos más relevantes del empresariado local fue otro capítulo de la historia reciente. Pero el tango se baila de a dos.
Por lo bajo, el remisero Oscar Centeno ponía nombre y apellido a todos aquellos que habilitaban la corrupción y en paralelo avanzaban con sus obras. A quienes eran partícipes necesarios y a otra extraña liga que crecía de manera exponencial sin ningún respaldo en el origen de los fondos ni en los fines de sus compañías. Esos no son empresarios. Nunca lo fueron. “Espero que las nuevas generaciones tengan claro que cinco delincuentes no pueden ensuciar a toda la sociedad argentina”, graficó Javier Madanes Quintanilla, presidente de Fate Aluar.
La foto actual muestra una crisis institucional sin precedente entre los privados. Cámaras que pierden a sus presidentes, CEO que deben dar un paso al costado y dueños de compañías que siguen de cerca el avance de la Justicia. Hoy solo un 19% de la población de AMBA encuentra valores positivos en el empresariado, según un estudio realizado por Cecilia Mosto para la consultora CIO. El 64% de los líderes encuentran poco o nada confiable el rol de los empresarios, según otro barómetro, y el 63% de la población afirma que el caso Odebrecht representa la forma tradicional de actuar de las empresas y solo un 26% piensa que es una excepción.
La matriz local tiene aún más complejidades. Las encuestas espontáneas muestran que la respuesta de la opinión pública al momento de poner nombre y apellido al empresariado está más cerca de las prebendas y el Estado que de la generación del empleo, las inversiones y la mirada de largo plazo. A su vez, es una econo- mía dominada cada vez más por los ejecutivos y menos por los grupos argentinos con visión global.
En un mercado de fuertes regulaciones, el poder del lobby escaló durante los últimos años cada vez más alto en el mapa de las corporaciones y en un 81% de los casos reporta directamente al CEO o al presidente de la compañía. Hubo patrones compartidos. Al punto de que hay consultoras que hoy tienen a todos sus clientes tras las rejas y empresarios de una curiosa liga que decidió no pagar los honorarios a sus lobistas por no anticiparles lo que venía.
A nivel nacional existen 910 entidades, contando cámaras empresariales (797) y asociaciones de criadores (113). Desde el punto de vista legal, las cámaras son consideradas asociaciones civiles, al igual que las fundaciones, y no tienen un límite en la cantidad de cámaras destinadas a una misma industria. A su vez, cada provincia tiene su propia reglamentación, lo que aumenta la confusión y el desconcierto, según describe una investigación reciente sobre el mapa empresario local realizado por el IAE, y agrega que cada una de las ciudades de tamaño significativo tiene su propia cámara, con objetivos así duplicados.
Otra de las superposiciones se da también por tipos de producto. El promedio de miembros por cámara es de 103 personas, con un máximo de 4613 socios y un mínimo de dos. “La batalla por el metro cuadrado hizo que se perdiera el foco en la cuestión
“Si no somos capaces de acabar con la corrupción, la corrupción va a acabar con nosotros”, remarcó un asistente a la cumbre de AEA
En la Argentina, hay 856.300 empresas, 83% de las cuales son microempresas; 16,8%, pymes, y solo 0,2%, grandes compañías
de fondo. Empresario no es el que vive del Estado, sino el que arriesga, invierte y mira el largo plazo. Ahora tenemos que reconstruir el rol de manera urgente porque no todo es lo mismo y en las generalizaciones se demoniza un rol que es clave”, resumió uno de los dueños de las multinacionales que trabaja en un plan de refundación.
Por lo bajo empieza a surgir una depuración imprescindible que todavía no terminó. El efecto cuadernos lleva a revisar el quién es quién en las formas y también en el fondo. Pocos saben que en la Argentina hay 856.300 empresas, 83% de las cuales son microempresas; 16,8%, pymes, y solo 0,2%, grandes compañías. Además, las firmas de hasta 200 empleados representan el 66% del empleo formal privado del país, según datos de la Secretaría de Transformación Productiva. Esta podría ser una primera aproximación al mapa empresario local, pero detrás de estas cifras también hay otras que muestran a las empresas como entes que nacen, se desarrollan y, en algunos casos, mueren a base de esfuerzo, espíritu emprendedor y sin bolsos ni atajos. Una Justicia independiente a la que no le dé lo mismo justos que pecadores; un Estado que permita prosperar sobre la base de reglas claras y visión de largo plazo, y un consenso básico de objetivos comunes entre todos los actores sociales serán fundamentales. Después de todo, el punto de inflexión es tan evidente como necesario: empresario es el que genera valor al país y el que empuja a la economía, no el corrupto que la frena. O al menos así debería serlo.