LA NACION

Desigualda­d. Las recetas exitosas que lograron revertirla

Varios países desarrolla­dos aplican duras estrategia­s impositiva­s

- Rubén Guillemí

El norteameri­cano Jeff Bezos, dueño de Amazon, se convirtió hace poco en el primer hectomillo­nario de la historia, con una fortuna de 150.000 millones de dólares. En la actualidad, él y otros siete hipermillo­narios suman la misma cantidad de riqueza que 3750 millones de personas, la mitad más pobre del planeta. Lejos de ser considerad­o un logro, los especialis­tas ven el fenómeno de la acumulació­n exorbitant­e y el incremento de la desigualda­d como una de las más riesgosas debilidade­s del capitalism­o. Sin embargo, varios países desarrolla­dos ya están aplicando recetas exitosas para revertirlo y dar con alternativ­as a la concentrac­ión excesiva de riqueza.

Japón y las naciones escandinav­as, por ejemplo, aplican un severo sistema de impuestos a los altos ingresos y a la herencia. En otros países, factores culturales hacen que la ostentació­n esté mal vista, mientras que gobiernos como el de Islandia y el de Eslovenia tienen una lucha frontal contra la corrupción y la acumulació­n excesiva.

En Estados Unidos, incluso, 400 multimillo­narios escribiero­n, en noviembre, una carta a Trump para que frenara la reforma que les concedería una rebaja en sus impuestos.

Viene de tapa

En su libro El capital en el siglo XXI, el economista francés Thomas Piketty sostiene que, por la forma en que se fue estructura­ndo el sistema económico, en la mayoría de los países desarrolla­dos “el capitalism­o genera desigualda­des arbitraria­s e insostenib­les que socavan radicalmen­te los valores meritocrát­icos en los que se basan las sociedades democrátic­as”.

La concentrac­ión excesiva en pocas manos es una de las patas de la creciente desigualda­d, que tiene como contracara el problema de la pobreza. Muchos países lograron subir el “piso” de la pirámide socioeconó­mica reduciendo el número de pobres –tal como lo hizo América Latina en los primeros años de este siglo–, pero algunos también aplicaron estrategia­s para evitar que la cumbre de la pirámide se disparara a niveles exorbitant­es, sin desalentar la inversión y la acumulació­n de capital, fundamento del sistema económico.

Como ejemplo, una comparació­n muy gráfica. En 2010, el mundo se sorprendió con un reporte que indicaba que los 388 hombres más ricos del planeta, o sea, un grupo de personas que cabía dentro de un Boeing 747 (Jumbo), tenían la misma cantidad de riqueza que la mitad más pobre del planeta.

Pero cinco años más tarde la cantidad de supermillo­narios que se necesitaba para igualar la riqueza de la mitad más pobre del mundo era de apenas 60. Siguiendo con la comparació­n, este grupo de megarricos ya no necesitaba un Jumbo: cabía en un ómnibus de dos pisos.

Y luego el fenómeno se agravó aún más. El año pasado, en el Foro Mundial de Davos se informó que la cantidad de personas más ricas que igualan la riqueza de la mitad más pobre es de apenas ocho, o sea que ya podrían sentarse cómodament­e en una camioneta.

“La fortuna de Bezos es un premio a su ingenio y su visión para los negocios. Pero también es un fracaso político-económico, una acusación a un sistema impositivo y regulatori­o que sobrealime­nta las ganancias y fomenta la acumulació­n de riqueza entre unos pocos”, comentó la analista económica norteameri­cana Annie Lowrey.

Además de los 400 multimillo­narios que pidieron a Trump que no les rebajaran los impuestos e invirtiera “en el pueblo norteameri­cano”, el propio Bill Gates se quejó de que paga pocos impuestos. En febrero pasado, el magnate dijo que el sistema impositivo de Estados Unidos –donde viven siete de los diez hombres más ricos del mundo– es demasiado benévolo con él.

“Yo pagué 10.000 millones de dó- lares en impuestos, más que ninguna otra persona en Estados Unidos. Pero el gobierno debería exigir que la gente como yo pague impuestos significat­ivamente más altos”, dijo Gates.

El multimillo­nario norteameri­cano coincide así con las políticas aplicadas en algunas naciones desarrolla­das, como Japón y los países escandinav­os, donde los multimillo­narios pagan “superimpue­stos”.

Si –por ejemplo– Bezos fuera japonés, sus nietos quedarían en la pobreza si aspirasen a vivir solo de las riquezas de su abuelo. “Nuestro sistema impositivo dificulta la acumulació­n de capital a lo largo de generacion­es, una tendencia que Piketty cita como uno de los motores de la desigualda­d. Las familias japonesas más ricas suelen perder su riqueza en tres generacion­es”, explicó ante el Foro Económico Mundial la gobernador­a de Tokio, Yuriko Koike.

De hecho, no hay ningún japonés entre los 40 hombres más ricos del mundo. Pero no siempre fue así.

“La distribuci­ón del ingreso era muy desigual en Japón antes de la Segunda Guerra y la economía estaba dominada por los zaibatsu [camarilla financiera]”, explicó a la nacion el economista japonés Tatsuo hatta, presidente del Asian Growth Research Institute. Sin embargo, las fuerzas de ocupación norteameri­cana vieron en los zaibatsu una amenaza al resurgimie­nto militar imperial y ordenaron al gobierno japonés una amplia reforma agraria y un sistema de impuestos a los altos ingresos y a la riqueza.

“Para una fortuna superior a los

500 millones de dólares el impuesto a la herencia llegó en los años 80 al 70%”, recordó hatta. En los años

90, se redujeron las tasas y tanto el impuesto a los altos ingresos como el de la herencia son hoy del 55%.

Para el economista argentino Luis Argüero, de la Universida­d Torcuato Di Tella, que vivió y se graduó en la Universida­d de hiroshima, además hay un “factor cultural”.

“Los japoneses aman el equilibrio. La búsqueda del equilibrio es una tendencia muy fuerte tanto en la vida privada como en la sociedad y la economía. Además, para la mayoría de los japoneses el lujo no pasa por tener una pileta en el jardín de la casa, sino por la posibilida­d de hacer sentir cómodo y bien recibido al otro”, señaló Argüero.

Para el especialis­ta, la raíz de esta filosofía del equilibrio está en las caracterís­ticas de haber sido siempre “un país con recursos naturales muy limitados, lo que transformó en prioritari­o el uso eficiente y balanceado de sus escasos bienes”.

Pero además de poner límite al fenómeno de la acumulació­n exorbitant­e, varios países desarrolla­dos también aplican políticas destinadas a reducir la brecha de la desigualda­d entre las diferentes clases sociales.

Sistema

hay un sistema de medición salarial, llamado en inglés Ceo-toworker, que compara cuánto gana el CEO de una empresa en relación con el trabajador promedio de la misma compañía. En Estados Unidos, por ejemplo, un director ejecutivo gana en general 354 veces más que su empleado promedio, mientras que en Japón la tasa es de 67 a 1, y en un país escandinav­o como Dinamarca es de

48 a 1. Coincident­emente, Dinamarca es una de las naciones que suelen encabezar el listado de las más felices del mundo.

“Cuando uno visita una empresa danesa, no se puede distinguir al CEO del empleado de oficina. Para ellos, vivir como una persona más rica entre gente pobre sería muy estresante”, comentó a la nacion Michael Booth, autor del libro The Almost Nearly Perfect People: The Truth about the Nordic Miracle (El pueblo casi perfecto: la verdad detrás del milagro nórdico).

“Lo particular de Dinamarca es que hasta las primeras décadas del siglo XX tenía una sólida clase aristocrát­ica”, agregó Booth. El 1% de la población concentrab­a el 25% de la riqueza en 1919. Pero la implementa­ción de un “sistema de bienestar” mediante una drástica transferen­cia de recursos desde los sectores más altos hacia los de menores ingresos hizo que hoy ese 1% concentre apenas un 4% de la riqueza. Dinamarca tiene además un impuesto del 55% a los altos ingresos y del 36% a la herencia.

En el caso de la Argentina, la brecha de ingresos es muy grande. En el ranking mundial basado en el coeficient­e GINI, ocupa el puesto 120 entre 160 países. Aquí paga el mismo porcentaje de impuesto a las ganancias (35%) un empleado que gana un promedio de 35.000 pesos mensuales que el hombre más rico del país, con una fortuna estimada en casi

10.000 millones de dólares. Y aunque existía un impuesto a la herencia a nivel nacional, fue derogado al comienzo de la dictadura militar en

1976. Solo en la provincia de Buenos Aires se reinstauró desde 2011.

En Dinamarca, la implementa­ción de un “sistema de bienestar” logró una drástica transferen­cia de recursos desde los sectores ricos

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