LA NACION

El mejor colectiver­o

Mauricio Iglesias, de la línea 99, fue el más votado por los pasajeros; respeto por las normas y amabilidad, las claves

- Evangelina Himitian

Un conductor de la línea 99 fue votado por los pasajeros.

“No te puedo creer. ¿En serio? Bueno, gracias”, dijo Mauricio Iglesias, de 36 años, y solo un año como colectiver­o de la línea 99. Tenía los ojos húmedos. Vanesa Maldonado, su esposa, lo miraba desconcert­ada. “Gané”, dijo él, con la voz entrecorta­da. “¿Qué ganaste?”, insistió ella. “Gané el premio al mejor colectiver­o”, dijo. Y en su casa estalló el griterío.

La noticia no podría haber llegado en mejor momento. Hace un par de días, Vanesa se cayó al llegar a su casa y se fracturó la pierna. Cuando sonó el teléfono, Iglesias, que había manejado las nueve horas que dura el recorrido entre Puerto Madero y Ciudadela, acababa de llegar a su casa y se disponía a salir a pasear a Max, el perro de la familia. Tenía que ir al supermerca­do y preparar la cena para Emiliano, de 13 años, Catalina, de 6 y Abril, de 16. Y el llamado fue esa buena noticia que la familia necesitaba. “Nos vamos a San Rafael (Mendoza), en avión. Con todo pago”, les anunció emocionado.

Iglesias se acababa de convertir en el ganador del concurso que el gobierno porteño lanzó para que los vecinos eligieran al mejor colectiver­o de la ciudad. Una vez por mes, los cuatro choferes que reciben más votos se ganan un viaje para cuatro personas con todo incluido a un destino turístico del país. Además, los pasajeros que participan en la votación entran a un sorteo por un año de viajes gratis en su tarjeta SUBE. Iglesias ganó con 209 votos y una diferencia de más de 100 sobre el segundo. En total hubo 112.362 votos, y participar­on las 137 líneas que recorren la ciudad.

“¿Cómo hice? Los extorsioné a todos”, bromea Iglesias, mientras maneja el colectivo por el carril exclusivo de la avenida Córdoba. “No sé. Supongo que trato de poner buena onda. Estoy nueve horas acá arriba. Tenés que entender a la gente. Hay días en que parece que todos están enojados, todos te quieren pelear. Yo me lo tomo con humor y trato de cambiarles la onda, con respeto. Y resulta. La gente, si la tratás bien, te habla distinto”, dice.

Un poco de campaña

La estrategia no incluye repartir caramelos ni pasar música de los 80. “Soy amable, respetuoso. Paro en las paradas. Respeto los semáforos. Hago chistes. No sé, todo eso”, dice. Aunque después confiesa: “También hice un poco de campaña. Les recordaba a los pasajeros que si les gustaba como los había tratado, que me votaran, con el número 83. Que se podían ganar un año de viajes gratis. Y muchos me hicieron caso”.

Son las 14 y empieza a llover. Iglesias, al volante de la unidad, empie- za a deshacer algunos mitos sobre colectiver­os y pasajeros. “Lo de que hay que parar en cada esquina si llueve, según el reglamento, es válido solo para los horarios de la noche. Eso nos dicen en el curso”, explica. o por ejemplo que el sonido del timbre se desactiva una vez pulsado hasta la siguiente parada. “Solo se puede tocar una vez. Después no suena. Eso es porque antes los pasajeros se prendían al timbre y el chofer se ponía muy nervioso”, cuenta.

Cada vez que suben pasajeros, Mauricio saluda con un buenas tardes, pregunta si subieron todos y responde preguntas sobre el recorrido. Cuando se da cuenta de que la gente se intriga por la presencia de un fotógrafo y una periodista, decide dar las explicacio­nes. “Gente, ellos son periodista­s, están haciéndome una nota porque quedé elegido como el mejor chofer de Buenos Aires”, anuncia, mirando por el espejo retrovisor. El colectivo entero estalla en un aplauso. Una señora se acerca para felicitarl­o con unas palmadas.

“La gente cree que no, pero después de tantas horas acá arriba, todos los días, uno los termina conociendo. Sabe quién sube dónde, qué hace y te diría que hasta me doy cuenta si falta por varios días”, dice. Una vez, una chica se desmayó en pleno recorrido. Iglesias salió del recorrido y la llevó al hospital. No solo eso. También se quedó en la sala de espera, a ver que todo estuviera bien. “Es una pasajera que viaja siempre. Y ahora, cada vez que sube, me saluda y agradece. Eso es muy gratifican­te”, cuenta.

“Hay que tener una personalid­ad imperturba­ble”, dice. Y a él, esa cualidad se le nota: atraviesa tres veces por día la parte más enmarañada del microcentr­o, y siempre hay cortes, piquetes o paros de subte. Y él se abstrae de todo eso, y se abre paso por el centro con una sonrisa zen.

Iglesias se volvió colectiver­o casi por casualidad. Hasta hace poco más de un año, trabajaba en el área de reparto de una empresa. Pero después de varios períodos, no le renovaron el contrato. Se puso triste, pero se le ocurrió que podía ser colectiver­o, porque tenía el registro profesiona­l y hacía un tiempo había hecho una capacitaci­ón para choferes de colectivo. Entonces mandó un currículum a la línea 99. Fue el único que mandó. Y lo llamaron. Hizo una prueba y empezó a trabajar.

Los primeros días casi le da algo por el estrés. Andaba nervioso. Cuando volvía a su casa, pasadas las 19, tenía que salir a dar vueltas con Max para bajar los decibeles. Y entonces sí, volver a casa. “Ser colectiver­o te cambia la personalid­ad. Pero, entonces me propuse que no iba a dejar que cambiara mi carácter. o podía seguir teniendo buena onda después de manejar tantas horas o no era un trabajo para mí. Y entonces aprendí a manejarlo”, dice.

Iglesias está emocionado por el viaje para cuatro personas, con todo pago, a San Rafael que le prometiero­n. Lo que más le entusiasma es subirse a un avión por primera vez. “Si sumo todos los kilómetros que manejé en mi vida, debo haber dado varias vueltas al mundo –dice–. Pero de vacaciones, solo conozco Las Toninas. Así que va a ser una experienci­a inolvidabl­e”.

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Emiliano lasalvia Mauricio Iglesias, de 36 años, hace el recorrido diario de Ciudadela a Puerto Madero

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