LA NACION

Agresiones a iglesias

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Los ataques a tres iglesias católicas porteñas efectuados el pasado fin de semana trajeron a la superficie un odio y un salvajismo propios de otras épocas, que es motivo de honda preocupaci­ón, como debe serlo toda manifestac­ión de intoleranc­ia, y más aún la que recurre a la violencia en un templo.

Las parroquias nuestra Señora de los Dolores y Santa María de Betania y el santuario Jesús Sacramenta­do, del barrio de almagro, fueron objeto de las agresiones, que incluyeron la profanació­n de una imagen de la Virgen María con pintura roja, y la escritura de consignas en favor del aborto y de leyendas en contra de la iglesia.

En un primer momento, el padre Salvador Gómez, vicario parroquial de Santa María de Betania, creyó que las manchas de pintura roja eran sangre. En la entrada del templo halló colgados dos carteles: “La única iglesia que ilumina es la que arde” y “Las pibas muertas no vuelven más, ustedes son responsabl­es”.

agresiones similares descubrier­on los sacerdotes del santuario Jesús Sacramenta­do, con pintadas y carteles con leyendas. En uno se leía: “iglesia y Estado, asunto separado”.

Los sacerdotes del santuario Jesús Sacramenta­do difundiero­n un hermoso y conmovedor comunicado en el que sostienen: “Trabajamos con todas nuestras fuerzas para que la vida de nuestros niños, jóvenes, ancianos y en especial los más pobres sea mejor. Somos miles los que estamos embarcados en esta misión y cuando vengas de noche y con tu rostro oculto para pintar y ofender encontrará­s en nosotros la infranquea­ble barrera del bien, que triunfa sobre el mal; encontrará­s también el perdón y una fuerza que nadie nos podrá quitar, que es la alegría de seguir a Jesús. Te podremos ofrecer lo mejor que tenemos, que es nuestro pan, nuestro canto y nuestro abrazo porque a pesar de todo, somos hermanos. a seguir andando nomás... y siempre con la esperanza intacta de compartir una buena charla”.

Una genuina, humilde y compasiva invitación al diálogo y a la convivenci­a pacífica, rasgos salientes del catolicism­o.

En cambio, el odio que trasuntan las leyendas y la acusación infundada a la iglesia representa­n un claro exponente de fanatismo más propio del Medioevo que del presente.

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