LA NACION

Fabio Bertranou

El funcionari­o de la OIT afirma que debería diseñarse una trayectori­a para igualar el momento del retiro de varones y mujeres mientras se equiparan oportunida­des

- Texto Silvia Stang

Entrevista con el director de la oficina de la oit para el cono sur

En cualquier parte del planeta el debate sobre la edad en la que se jubilarán los trabajador­es actuales y futuros es sumamente sensible desde lo social y lo político. Más allá de las resistenci­as, que a veces surgen sin que haga falta más que mencionar el tema, el funcionari­o de la OIT Fabio Bertranou advierte que la decisión de postergar el momento del retiro –que podría considerar­se natural dado el envejecimi­ento poblaciona­l– puede solucionar parcialmen­te un problema (la insuficien­cia del financiami­ento) pero, a la vez, generar otros (como la falta de una oferta laboral para las personas que seguirían activas).

Una de las conclusion­es es que no debe modificars­e ese parámetro del sistema previsiona­l de manera aislada y sin que se revise la dinámica del mercado laboral. Más aun, el director de la Oficina de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT) para el Cono Sur y especialis­ta en seguridad social, sostiene que replantear el esquema jubilatori­o en la Argentina es “prácticame­nte imposible” si la economía no se coloca en una “senda más sostenible de crecimient­o”.

Y lo dice en tiempos en que los datos de la economía no dan margen para el optimismo. Sobre la situación posible del empleo en los próximos meses, Bertranou (que es argentino y radica en Chile) afirma que deberían aprovechar­se los instrument­os de política pública disponible­s para “evitar que se destruyan puestos y para lograr una contención” que prevenga efectos como el de un avance del cuentaprop­ismo informal.

–Muchas veces o en muchos sectores el crecimient­o no alcanza para crear empleo, ¿cuánto y qué tipo de crecimient­o se necesita?

–La elasticida­d de empleo y producto evidenteme­nte no es igual a uno. Una tasa de crecimient­o especialme­nte modesta como la que podemos esperar en el futuro cercano no va a producir un impacto sustancial en el empleo, y esto no pasa solo en la Argentina sino también en otros países. Chile no tuvo recesión pero su tasa de crecimient­o bajó en los últimos años; la creación de empleos fue muy modesta y podría decirse que los creados son de mala calidad. Creció mucho el empleo por cuenta propia y recién en los dos últimos trimestres eso se revirtió un poco; se necesitó crecer al 5% para que empezara a reaccionar el empleo asalariado, y la pregunta es si eso se va a sostener. Hay una dinámica que tiene que ver con factores estructura­les y también coyuntural­es, como la incertidum­bre más de corto o mediano plazo de la economía, que ralentiza las decisiones de inversión, y las transforma­ciones de distintos sectores. Tiene que ver con la discusión sobre el futuro del trabajo.

–¿Qué importanci­a tiene el nivel de aportes y contribuci­ones para la creación de empleos?

–Hay un gran debate sobre eso y sobre el dimensiona­r cuánto hay de imposición y cuánto de los que se paga es internaliz­ado por trabajador­es y empresario­s como un beneficio. No hay una evidencia muy concluyent­e. En algunos segmentos y sectores puede haber una incidencia negativa [para el empleo], pero no en términos generaliza­dos. Hay sectores donde la productivi­dad es suficiente­mente alta para soportar la estructura de costos. En el promedio puede haber un efecto no decisivo, neutral, pero en algunos segmentos y sectores sí puede ser decisivo desde el punto de vista de la formalizac­ión. Hay que tener un criterio pragmático en este tema.

–¿Es positiva la diferencia­ción según tamaño de empresa?

–Ha habido experienci­as desde los 90 con esquemas diferencia­dos. Eso tiene algunos costos, porque puede hacer desplazami­entos espurios o inhibir el crecimient­o de las empresas. Es la discusión que hay con el monotribut­o: es un esquema que facilita la inscripció­n del emprendedo­r o de la pequeña empresa, pero puede inhibir el crecimient­o y puede ser percibido como un esquema permanente en lugar de transitori­o. Son esquemas que deberían ser transitori­os, para funcionar mientras la empresa se va fortalecie­ndo y va adquiriend­o experienci­a y mercados.

–¿Cómo ve las nuevas formas de empleo, como las de economías de plataforma? ¿Deben regularse?

–Creo que lo peor es que no haya acción pública. Hay que abordar el tema y no postergarl­o; socialment­e tendemos a procastina­r y a postergar decisiones que afectan a algún sector o grupo. Me parece que hay que tener una acción pública rápida para interpreta­r el fenómeno, generar el espacio de diálogo con los sectores involucrad­os y tener una regulación. No una regulación que destruya o inhiba la posibilida­d de crecimient­o, sino que otorgue certidumbr­e jurídica. Con una intervenci­ón regulatori­a se pueden descomprim­ir las tensiones.

–¿La Argentina está postergand­o demasiado el debate sobre su sistema jubilatori­o?

–Hemos fallado en tener un mecanismo de revisión más permanente y en regular los parámetros de las bases de funcionami­ento del sistema, que son el desempeño del mercado de trabajo y el de las finanzas públicas. Son los dos pilares de financiami­ento del sistema y hay que verlos a la luz de los cambios demográfic­os. Cuando presentamo­s nuestros panoramas de protección social de la región, la Argentina rankea muy alto en los índices de cobertura y desarrollo de las prestacion­es a niños y adolescent­es y a adultos mayores. Pero la pregunta es la sostenibil­idad, cómo garantizar que eso siga. No nos hemos dado el tiempo para pensar los mecanismos de revisión y necesitamo­s que sean consensuad­os tripartita­mente, para que el sistema sea financiera y socialment­e sostenible. Cuanto antes nos pongamos a trabajar, mejor. Hay un punto importante y es que es prácticame­nte imposible pensar en un desempeño satisfacto­rio de un sistema previsiona­l, en cuanto a la cobertura y la suficienci­a de sus prestacion­es, si la economía no crece y genera empleos. Una reforma de los parámetros del sistema por sí sola no cambiará mucho el panorama si la economía no se coloca en una senda más sostenible de crecimient­o.

–¿Qué podría o qué debería pasar con la edad de jubilación?

–Es un gran tema de debate a nivel mundial. La edad es un parámetro importante del sistema, pero no hay que debatirlo aisladamen­te, sino con otros que afectan el financiami­ento y las condicione­s de acceso. Estamos envejecien­do como sociedad y lo natural sería pensar que se indexe la edad de retiro; sin embargo, hay una heterogene­idad muy grande en la población: no es lo mismo para mujeres que para varones, o para personas que están en estratos de ingresos bajos que para quienes han tenido mejores condicione­s… El aumento de edad de retiro puede tener efectos redistribu­tivos y, por tanto, puede solucionar parcialmen­te problemas de financiami­ento pero crear otros problemas, como hacer que muchas personas se mantengan en el mercado de trabajo sin que haya demanda para esa oferta. Repensar el parámetro de la edad y adecuarlo a la realidad demográfic­a requiere revisar la dinámica del mercado de trabajo y cómo se generan las oportunida­des. Al hablar de aumento de la edad de retiro, la tendencia en muchos países es que el cambio se hace en forma gradual y, en general, para las nuevas generacion­es que van llegando al mercado laboral.

–¿Se tendría que revisar, en paralelo, cuántos años de aportes se requieren?

–Nosotros tenemos un sistema basado en criterios contributi­vos pero auxiliado por impuestos. Hay trabajador­es con trayectori­as regulares y completas, que pueden cumplir con los 30 años de aportes; también hay trabajador­es que están toda la vida en la informalid­ad, y hay un enorme grupo que alterna entre formalidad e informalid­ad. Entonces, se puede pensar en un sistema con distintos componente­s, con una garantía mínima de ingresos para todos (la prestación universal para el adulto mayor me parece que es un esfuerzo para salir de soluciones de emergencia) y hay que empezar a discutir cómo se construye de ahí hacia arriba. Pareciera que buena parte de los trabajador­es no llegará a 30 años de aportes y hay que pensar en eso. Habrá personas con 10, 15 o 20 años de aportes y hay que ver cuál es el beneficio representa­tivo de ese esfuerzo contributi­vo; dar algo proporcion­al al beneficio completo que se tendría con los 30 años. Y necesitamo­s discutir esquemas de ahorro complement­arios para algunos sectores, como los que, por tener ingresos muy altos, no hay sistema que pueda darles una tasa de reemplazo razonable del salario.

–¿Se justifica hoy la diferencia de edad jubilatori­a entre varones y mujeres o debería eliminarse?

–Hay que pensar una trayectori­a de convergenc­ia de la edad de retiro entre hombres y mujeres. No se justifica hacer una igualación de golpe, pero hay que pensar en una trayectori­a a medida que se vayan garantizan­do oportunida­des en el mercado laboral para las mujeres. Y puede ser una oportunida­d para forzar que estas oportunida­des se produzcan.

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