Maroni, la frescura y la habilidad que necesitaba Talleres
LA PLATA.– Gonzalo Maroni, ese joven que debutó en Instituto a los 16 y un año después lo hizo con la camiseta de Boca, sigue siendo un pibe (ahora tiene 19). Un pibe con enorme futuro, sí, aunque también de muy buen presente. Ayer, en el choque ante Gimnasia, ingresó a los diez del segundo capítulo y sus movimientos resquebrajaron al local. Las pidió todas y fue determinante. Con él como estandarte, Talleres –que venía de dos derrotas y sin goles a favor en el torneo–, dio la nota en La Plata: con una gran producción en la segunda etapa, superó por 2-0 al Lobo con tantos de Andrés Cubas y Mauro Ortiz.
El primer tiempo culminó con el marcador en cero y esa carencia de goles coincidió con lo que ofrecieron en ataque. Gimnasia, que exhibió mayor voracidad e insinuó más, no dispuso de la creatividad suficiente como para penetrar la doble línea de cuatro que le plantó Talleres; mientras que el conjunto cordobés optó por conservar el orden táctico y se animó poco. ¿Situaciones? Tres para el Lobo, la más nítida un remate desviado de Gonzalo Piovi tras una pelota parada; dos para la visita, la más peligrosa un tiro de Facundo Medina que tapó el arquero Alexis Martín Arias.
Talleres se adelantó varios metros, Pablo Guiñazú se transformó en eje y así evidenció las fallas que tiene Gimnasia en el retroceso. Pero para que el equipo de Juan Vojvoda evolucionara resultó trascendental el ingreso de Gonzalo Maroni, quien le aportó frescura a la ofensiva. De hecho, participó de los dos goles: en el primero abrió para Juan Ramírez, que mandó el centro desde la izquierda para que definiera Cubas; en el segundo tocó con Joel Soñora, quien habilitó a Ortiz para que sellara el triunfo de contraataque.
Talleres mostró una versión mejorada y obtuvo tres puntos que le sirven para maquillar el flojo inicio de campeonato. Para el Lobo, en cambio, por ahora es solo una señal de alarma. ¿La explicación del 2-0? Buena parte de las razones del resultado está en la aparición de Maroni. La rebeldía que precisaba un equipo ordenado que en la primera parte –sin su aporte– había lucido demasiado rígido.