Trapero-gusman: una sociedad simbiótica al servicio del proceso creativo
El jueves se estrena el film La quietud, la nueva película del director argentino, protagonizada por su pareja y actriz, junto con Berenice Bejo; la historia se sumerge en la intimidad y las relaciones interpersonales y se distancia de sus trabajos anteri
El último fruto de esta sólida alianza es La quietud, una historia familiar que arranca con el reencuentro entre dos hermanas, interpretadas por Gusman y Berenice Bejo, la actriz nacida en la Argentina que hizo toda su carrera en Francia junto a su esposo, Michel Hazanavicius (El artista). Ambas van al encuentro de su madre (Graciela Borges), que vive en la casona rural bautizada como el título de la película. El venezolano Edgar Ramírez y Joaquín Furriel completan el elenco protagónico de un relato que a primera vista recuerda, por el modo complejo con que se abordan temas como la culpa, el dolor y la pérdida, a otro retrato de familia de la filmografía de Trapero:
Nacido y criado (2006). Cuando uno de los varios proyectos que maneja en el exterior quedó trunco, Trapero decidió tirar el ancla y ponerle manos a la obra a La quietud. “En muy poquito tiempo hicimos y montamos la película. Es una historia más intimista y más contenida que otros trabajos míos. En Leonera estaba la épica de la cárcel y antes de arrancar tenías que tener listos a 20 chicos con sus madres. En El clan, antes de filmar, había que vestir a todos los personajes con la ropa de esa época. En La quietud es al revés. Invertimos el orden. Cuando la luz estaba lista arrancábamos. Todo es cámara, todo está al servicio de lograr que mis actores actúen. Nunca hubo más de cuatro personajes en una misma escena. El relato central es la intimidad de los personajes y lo que vas descubriendo de cada uno de ellos en esa condición”, apunta Trapero. “El universo de La quietud es eso. Las relaciones interpersonales, la intimidad, lo más impulsivo. Los vínculos más primarios”, completa Gusman.
Actriz y director saben que pueden hablar en cualquier momento del proceso creativo que los compromete, hasta en el medio de la situación hogareña o cotidiana más banal. “Lo más lindo es cuando Martina llega y dice que tiene que hacer tal escena para tal personaje en una serie o una obra de teatro. O cuando comparto con ella algún guion que estoy escribiendo o leyendo. En general, para la gente una película es eso que se ve en el cine, pero para quienes las hacemos se trata de nuestra vida cotidiana”, ilustra Trapero. Usa siempre el mismo ejemplo, el del momento en el que les pidió a sus propios padres que actuaran en un corto que iba a dirigir. “Como me preguntaron tantas veces cómo se hacía una película, sentí que era más fácil convocarlos y que lo vieran de primera mano dentro de ella”, agrega.
Antes de cada rodaje hay un trabajo previo en conjunto muy compenetrado entre director y actriz, que depende del perfil del proyecto. “En Leonera, mientras Pablo escribía yo estaba investigando en las cárceles. Estuvimos así casi un año. La quietud es otra cosa, una película más de actuación y de dirección que nos permitía ir explorando cosas creativas juntos. Mientras él escribía yo iba aportando cosas a partir de los disparadores que me tiraba. Tomó algunas de mis propuestas, otras no. Y hubo algo de la construcción de mi personaje que se fue armando en paralelo con la construcción de la historia. Todo eso tiene que estar listo antes de arrancar a filmar”, detalla Gusman.
Cuando llega el momento del rodaje los roles están definidos como nunca. “Martina es la actriz y yo el director que la guía y la ayuda a convertirse en su personaje. Conocernos tanto es una ventaja y ayuda a plasmar la idea con cierta facilidad, pero no se trata de una situación placentera en sentido estricto, porque construir un personaje exige mucho compromiso y concentración. Como todo proceso creativo es algo doloroso. Escribir, actuar, dirigir es doloroso. Y aunque la angustia no desaparece, siempre surgen los momentos de disfrute. Lo más lindo de trabajar juntos pasa por transitar esos momentos de cierta angustia un poco más acompañados. Lo mejor de La quietud es que pudimos generar en mucha gente un proceso de enorme compromiso emocional”, apunta Trapero.
Gusman está a cinco materias de recibirse de psicóloga y ya ejercita esa vocación en la Fundación Sí, a la que le dedica cada semana un tiempo que jamás posterga. Del cruce entre la experiencia vital y el conocimiento profesional sostiene que su pareja le saca la máxima ventaja a esa convivencia laboral y familiar que en otras parejas de artistas puede volverse traumática. “Somos recontra simbióticos, pero ponemos siempre esa condición al servicio de un proceso creativo. Además, el arte siempre sana. En nuestro caso diría que esta relación está muy bien canalizada”.
Trapero vuelve a sonreír cuando insiste en definir a su vida familiar como “toda una ingeniería”. Dice que la situación les consume a él, a Martina y a sus dos hijos (Mateo, de 16, y Lucero, de apenas dos años) muchísima energía. “Pero a eso se agrega que nuestras vidas son muy poco predecibles –señala–. Un día llega Martina y dice que en un mes empieza a hacer teatro. A partir de allí las cenas ya son a otro horario. Y no hay fines de semana ni feriados, porque hay que explicarles a los hijos que en esos días es cuando más gente va al teatro. Y después me toca irme a filmar afuera, semanas enteras que no nos vemos. Entonces Mateo termina un viernes de jugar al tenis, se toma un avión y nos vemos el sábado en algún lado”. A lo que Gusman agrega: “Por suerte contamos con una red familiar muy grande, donde entran los tíos o los abuelos, y mucha capacidad de organización de nuestra parte”.
Hasta que en un momento el hijo adolescente de la pareja llega una y otra vez a la misma conclusión. “Mateo nos dice que siempre hablamos de lo mismo –vuelve a sonreír–. Dónde nos encontramos, a qué hora, el avión, el hotel, si nos cruzamos en el aeropuerto. Nos ha pasado mucho de tener que ir yo para un lado y ella para el otro y encontrarnos al mediodía en algún lado. Toda una movida infernal para terminar en cualquier lugar haciendo lo mismo que en tu casa: comer un plato de fideos”.