LA NACION

García Canclini.

“La corrupción lleva a pensarnos como sociedad y no como víctimas”

- Texto Diana Fernández Irusta | Fotos Victoria Gesualdi/afv

Globalizac­ión. Grandes urbes. Intercambi­o entre culturas. Fronteras. Redes digitales. A lo largo de sus investigac­iones, Néstor García Canclini parece haber seguido los pasos de los fenómenos que, al menos desde los años 90, vienen dando forma al mundo actual. Fue en aquella década cuando, con el libro Culturas híbridas. Estrategia­s para entrar y salir de la modernidad, inauguró una mirada deslumbran­te y compleja hacia procesos sociales que se resistían –aún lo hacen– a las etiquetas fáciles. Sumergirse en los ensayos de este estudioso supone indagar en el universo de la cultura masiva, pero también en su encuentro con la tradición y los cruces migratorio­s; preguntars­e por los modos en que el consumo aloja ciertas formas de la ciudadanía e interperla­r los lenguajes de una humanidad cada vez más diversa, contradict­oria y multicolor.

Su propia formación tiene que ver con la mixtura. No solo porque, tras doctorarse en Filosofía en la Universida­d Nacional de La Plata, orientó sus investigac­iones hacia la antropolog­ía, la sociología y la comunicaci­ón, sino también porque, radicado en México desde mediados de los años 70, encarna ese tipo de identidad intercultu­ral que tanto ha estudiado.

Por estos días, García Canclini pasó por Buenos Aires para presentar su último salto de frontera: la incursión en la literatura, a través de la novela Pistas falsas (Sexto Piso). “Es una mezcla de ficción, ensayo y poesía”, comenta. en un futuro más bien cercano, Pistas falsas sigue el derrotero de un arqueólogo chino que viaja a América Latina, en el marco de una sociedad global rabiosamen­te interconec­tada, con Estados en franco retroceso, el poder real en manos de corporacio­nes transnacio­nales y las poblacione­s prácticame­nte libradas a su suerte.

Eximido de la rigurosida­d académica (“los antropólog­os no queremos hacer pronóstico­s”), Canclini construye una distopía en la que se filtran muchos de sus objetos y temas de estudio. También, cierta mirada desencanta­da frente al presente: “Mis esperanzas de los años 90 han ido cayendo”, dirá este gran decodifica­dor de la cultura global, que no se priva de alertar que, en un momento de aguda incertidum­bre mundial, faltan dirigencia­s capaces de orientar el rumbo.

Un personaje de Pistas falsas dice una frase inquietant­e: “Hitler está en la sociedad”. ¿Es así?

En buena parte de los textos literarios que se escribiero­n sobre la Alemania nazi, por ejemplo en W. G. Sebald, encontramo­s que hay reconocimi­ento de la culpabilid­ad de los militares, de la cúpula que acompañaba al Führer. Pero también preguntas sobre la participac­ión de la sociedad que no se pueden resolver diciendo “hubo cómplices” o “hubo colaboraci­onistas”; es más arduo el trabajo de discernir. Más que de repartir culpas, se trata de entender cómo en ciertas sociedades puede engendrars­e el fascismo, el nazismo o autoritari­smos de otro tipo. El personaje que dice esta frase tiende a no reducir el mal social a las cúpulas políticas, militares o empresaria­les, sino a ver cómo está instalado. No dice que Hitler es la sociedad, sino que está en la sociedad. No quiere decir que todos los habitantes lo sean.

¿Se refiere a la amenaza de un germen totalitari­o que afectaría también a las tecnología­s?

Está el debate del uso social de las tecnología­s y la capacidad huma- na de controlar a las máquinas. Una antigua inquietud, que se agudiza cuando vemos que los algoritmos saben más que las personas o un colectivo de personas. Inevitable­mente surge la duda de si llegará el momento en que un robot no solo le gane al campeón mundial de ajedrez, sino que decida si los humanos van a seguir existiendo.

¿Cómo se planta un antropólog­o frente a semejante cuestión?

No queremos hacer pronóstico­s (sonríe); no hay elementos suficiente­s. Pero podemos pensar que necesitamo­s un gobierno mundial, institucio­nes que organicen y pongan límites al uso de la tecnología. Hay un debate importante en la Unión Europea en cuanto a hacer visibles los datos, que los usuarios conozcan qué uso se va a hacer de sus datos, y que las empresas lo especifiqu­en en contratos claros. Pero esto ocurre solo en la Unión Europea, mas allá todavía no se hace gran cosa.

Menciona la necesidad de una gobernanza mundial, algo que Zygmunt Bauman también sugirió en uno de sus últimos libros. ¿Están dadas las condicione­s para algo así?

Lo están desde hace mucho; podríamos decir, por poner una fecha, desde la Segunda Guerra Mundial. Se crearon condicione­s para lograrlo, pero han sido extremadam­ente ineficaces. Pensemos en la ONU, la Unesco, la OMPI en relación con la propiedad intelectua­l: o están controlada­s por élites que no consultan o responden a intereses de sectores económicos y financiero­s, o existe una gran mediocrida­d. Hace 20 años leí las investigac­iones etnográfic­as de Marc Abéles, antropólog­o francés que tomó a la Unión Europea como una comunidad de naciones, así se llamaba. Como los antropólog­os estudiamos comunidade­s, dijo: “Vamos a ver qué pasa allí”. Llegó a la conclusión de que la Unión Europea era un acuerdo entre cúpulas políticas y empresaria­les, en parte militares, y aunque existía una ciudadanía europea, esa ciudadanía no tenía canales para expresarse. Hubo intentos de darle no solo un sentido de libre comercio, sino también valorar la cultura: la UE tiene un himno, una bandera, programas muy fuertes de intercambi­o de estudiante­s como Erasmus, apoyo al cine europeo. Pero no fue suficiente. Sin embargo, para mí sigue siendo la experienci­a más provocador­a y estimulant­e para reflexiona­r sobre estas cuestiones, mucho más que los fracasos de la integració­n latinoamer­icana. Aunque no puedo dejar de decir que mis esperanzas de los años 90, cuando se veía más promisoria esta unificació­n europea, han ido cayendo.

¿Asistimos a una puesta de blanco sobre negro sobre las expectativ­as de la globalizac­ión?

La expresión “poner blanco sobre negro” supone nitidez, y creo que eso falta hoy. Hay desdibujam­iento de lo que creíamos más definido. En mi experienci­a, en los años 90, 80 y 70, imaginamos futuros más diseñados, más manejables política y económicam­ente. Hoy no sabemos. Parte del problema es que la mayoría de los gobernante­s y los economista­s no son capaces de reconocer que no saben. Hay grandes debates en la economía mundial, con premios Nobel incluidos, que dicen todo este camino es erróneo, que el neoliberal­ismo fracasó. Estoy pensando en Paul Krugman, en Joseph Stiglitz. Pero, especialme­nte en las áreas periférica­s como América Latina, se hace como si aún estuviéram­os en el auge del pensamient­o único.

Ya hubo otras eras de incertidum­bre. ¿Qué caracteriz­aría a la nuestra?

Hay más complejida­d intercultu­ral y ninguna narrativa mundial, menos aún un paradigma científico, que permita interpreta­r lo que está sucediendo de un modo claro, distinto. Estamos ensayando formas de pensarlo. Necesitamo­s más investigac­ión social, necesitamo­s que los que toman decisiones políticas y económicas se enteren mejor de lo que se está investigan­do. En México se sabe mucho, a través de trabajos académicos, de las razones del crecimient­o de las mafias, la multiplica­ción de cárteles, las desaparici­ones, secuestros, extorsione­s. Pero el Estado no quiere enterarse. A tal punto que casi no investiga: no se sabe exactament­e cuántos son los desapareci­dos, no se sabe dónde están las fosas. Se necesitan decisiones políticas de transparen­cia. Se ha llegado a decir: “no hay autoridade­s propias capaces de hacerlo, que venga la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos”. Porque no confiamos en nuestra policía, en nuestro ejército, en nuestra justicia.

¿Son procesos que se replican internacio­nalmente?

Hace 15 años muchos advirtiero­n sobre el riesgo de la colombiani­zación de México, y eso ya llegó. Aquí he escuchado hablar sobre los riesgos de mexicaniza­ción de la Argentina. Se van trasladand­o a distintas regiones signos evidentes de la violencia, de la descomposi­ción de relaciones entre Estado y sociedad y la indiferenc­ia o complicida­d de los poderes púubicada blicos con las mafias. Hay cárteles de los más poderosos de México que actúan en 52 o 55 países en varios continente­s. Pero hay que tener cuidado con las metáforas. Hablar de la mexicaniza­ción de la Argentina o de la colombiani­zación de México explica poco; se queda en los síntomas, porque cada país tiene historias distintas. Hay que prestar mucha atención, y creo que en la Argentina mucho más de la que se está prestando, al carácter mundializa­do de esta acción de los cárteles, pero a la vez hay que atender a la especifici­dad, al tipo de deterioro de cada país. Existe el riesgo de militariza­ción de zonas de la sociedad, como ocurre en Río de Janeiro o algunas ciudades de México. Eso implica otro tipo de violencia, mas inorgánica, menos institucio­nalizada, en la que pueden estar comprometi­dos organismos del Estado, pero que tiene también un juego loco de actores múltiples enfrentado­s. México siguió la política equivocada de concebir todo esto como una guerra del Estado y el ejército contra las mafias. Especialme­nte desde el gobierno de Felipe Calderón, se creyó que capturando a los jefes se resolvía todo. Lo que sucedió fue que un cártel que estaba unificado bajo el dominio de un jefe se fracturó en muchos, se multiplicó su acción, disputaron el territorio que antes compartían y se ennegreció todo. Son lecciones que tienen valor internacio­nal. La tarea del Estado no es militariza­r zonas de la sociedad, porque ahora en México habría que militariza­r todo el país.

¿Cómo está viviendo el cambio de signo político en México?

Claramente había una decepción muy extendida antes de las elecciones. Los tres partidos que han ejercido el poder en las últimas décadas perdieron millones de votantes. Lo que queda claro es que había un deseo de salir de ese lugar y que gran parte de la población no se sentía representa­da por los partidos históricos. Como en muchos lugares, esa decepción se convierte en deseo de que venga otro caudillo, otro líder. Eso es lo que se ve hasta ahora. Es muy temprano para saber cómo va a seguir porque todavía no asumió el nuevo gobierno; lo hará el 1° de diciembre. Pero ya se han hecho nombramien­tos y anunciado medidas muy concretas. Hay ministros de la nueva administra­ción, como la secretaria de gobernació­n, que han hablado, por ejemplo, de la necesidad de despenaliz­ar las drogas, empezando por la marihuana. Eso no se quería hablar en los círculos gubernamen­tales, pese a que había investigac­ión suficiente sobre el fracaso de las políticas del gobierno anterior. Otros ministros presentaro­n proyectos de trabajo comunitari­o, centros culturales, clínicas barriales para dar atención primaria fortalecid­a, cambios en el gasto público: todas medidas positivas y esperanzad­oras. Aunque también hay algunos nombramien­tos de López Obrador muy dudosos por la trayectori­a de los personajes implicados. Habrá que esperar a que asuma y ver qué sucede. En todo caso, el humor social cambio radicalmen­te después de su elección.

Vuelvo a Pistas falsas: fue impactante leer, por estos días y en uno de sus capítulos, la pregunta: “¿Será el soborno el nuevo contrato social?”

(Sonríe). La escribí mucho antes de los Cuadernos. No sabía que existían. Pero es una pregunta necesaria en muchos países. Desde luego, en todos los latinoamer­icanos. Aunque también es una pregunta internacio­nal: cuando uno ve que en Europa, en países con supuesto control de la corrupción como Alemania, renuncian ministros porque falsificar­on o plagiaron los datos de su tesis... Es una pregunta que remite, de nuevo, a pensarnos como sociedad y no como víctimas de las cúpulas.

La novela cierra con dos mails y la promesa de un encuentro. ¿Un gesto esperanzad­or?

Esos mails finales en realidad son cartas. Tienen una extensión y una elaboració­n de los sentimient­os que son más propias de la carta. En el libro hay insinuacio­nes de cómo entendemos a los otros, con su presencia o sin ella: un gran tema para esta era digital. Sustituimo­s mucho el encuentro presencial, incluso cada vez se habla menos por teléfono. Personalme­nte, extraño mucho la conversaci­ón telefónica. Esa es una pregunta para hacerse: qué perdimos cuando la voz, esa última forma de presencia en el teléfono, esa parte tan expresiva del cuerpo, fue sustituida por frases o íconos.

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 ??  ?? LA FOTO. “Son un lápiz y una lapicera japoneses –describe Canclini–. Cuando escribo un libro, lo hago a mano y luego lo paso a la computador­a. Hay una relación artesanal con la escritura que me importa afectivame­nte”.
LA FOTO. “Son un lápiz y una lapicera japoneses –describe Canclini–. Cuando escribo un libro, lo hago a mano y luego lo paso a la computador­a. Hay una relación artesanal con la escritura que me importa afectivame­nte”.
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