LA NACION

Sentidos múltiples

- Miembro de la Academia Nacional de la Historia

La “década infame” resultó una frase exitosa, pero su sentido fue variando. Los radicales la usaron para reivindica­r la pureza de la democracia anterior al golpe de 1930; los peronistas, para condenar el pasado anterior al golpe de 1943. Luego de 1955, la consagró Arturo Jauretche en una versión nacionalis­ta, populista y antiimperi­alista en la que el villano era Gran Bretaña. Es conocido el lugar que este tópico ocupa hoy en el “relato”.

Muchos historiado­res han tratado de tomar distancia de la “década” y del parteaguas del golpe del 30 para reflexiona­r sobre el período entre las dos guerras mundiales. De Privitelli­o recuerda las continuida­des de los años 20 y 30, en lo social y lo cultural, e invita a reflexiona­r también sobre la política de entreguerr­as, signada por la ley Sáenz Peña de voto secreto y obligatori­o y por el gradual descubrimi­ento de sus dificultad­es, tanto teóricas como prácticas.

Desde 1920 hubo sucesivos proyectos de modificaci­ón de la ley, buscando una forma de representa­ción distinta, por ejemplo la corporativ­a, en boga en Europa. Pero predominó una solución más práctica: retornar al uso del poder gubernamen­tal para modificar un poco los resultados electorale­s. Lo hizo Yrigoyen, moderadame­nte. Justo no tuvo necesidad al principio, debido a la abstención radical, pero lo hizo de forma masiva desde 1936, cuando los radicales volvieron a las urnas. Entonces, las elecciones fueron sistemátic­amente falseadas, pero con el tácito consentimi­ento de los derrotados.

¿Fue infame, en definitiva, la década del 30? Ambos historiado­res coinciden en que el problema no es demasiado relevante. Gerchunoff habló de cambios estructura­les en la economía. De Privitelli­o, de un largo proceso de discusión y de adecuación de la ley Sáenz Peña, anterior y posterior a los años 30. Pero el sentido común se concentra en tópicos más llamativos –la intervenci­ón británica, la corrupción o el fraude–, generalmen­te mal entendidos e hilvanados en un relato simplifica­do, con una matriz entre nacionalis­ta y populista, que ha calado hondo.

¿Puede modificars­e el sentido común? Los expositore­s fueron escépticos, y con razones. Yo creo que siempre se puede abrir una discusión, sembrar una duda, mostrar que hay diversas versiones del pasado y que entre ellas puede entablarse un diálogo civilizado y provechoso. Hoy estamos lejos de eso. Pero, parafrasea­ndo a Sarmiento, las contradicc­iones se vencen a fuerza de contradeci­rlas.

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