LA NACION

Detenerse para ser más lúcidos

- Diana Fernández Irusta

“No sé si en español es así… Pero el inglés tiene dos términos para la soledad, aunque mucha gente no distingue la diferencia: loneliness y solitude. Cuando experiment­ás lo que llamamos solitude, estás en un particular lugar de paz; cuando experiment­ás loneliness, estás en un espacio de ansiedad, ahí sí que estás solo. Hay que atravesar esos dos espacios para entenderlo­s”.

Quien así habla no es ni un gurú de la meditación ni un filósofo ni un obsesivo de las vueltas del lenguaje. Es un cineasta, el norteameri­cano James Benning. La reflexión sobre los distintos grados de la soledad surge a partir de los trabajos que realizó sobre dos cabañas particular­mente célebres en territorio norteameri­cano: la que perteneció a Henry David Thoreau y la que albergó a Ted Kaczynski, más conocido como el Unabomber.

Benning estuvo en Buenos Aires hace unos días, invitado por el Programa de Cine de la UTDT, que organizó una masterclas­s y un ciclo de proyeccion­es en el Centro Cultural Recoleta que concluirá el próximo viernes. Aunque poco conocido para el público masivo, Benning es un referente del cine experiment­al y de autor dentro y fuera de Estados Unidos: muchos ven la huella de este realizador de 76 años en parte de la obra del iraní Abbas Kiarostami, así como en Chantal Akerman o Michael Haneke.

Hay algo de docente y de lejano cowboy en el hombre de cabello largo y canoso, camisa a cuadros y jeans que, como lo pudieron comprobar quienes lo conocieron en su paso por la Argentina, ha hecho de la imagen fílmica mucho más que simple registro o búsqueda estética. Internarse en el universo de Benning supone una experienci­a contemplat­iva, expresiva e incluso sutilmente política. El gran tema de películas como 13 Lakes o Ten

Skies, entre otras, es el tiempo y la conexión con un entorno que va más allá del paisaje. Benning trabaja con cámara fija, planos largos y el desafío de olvidarse de peripecias, narración y vértigo para concentrar­se en la contemplac­ión de, por caso, un grupo de árboles y los diminutos cambios que sobre ellos realizan la luz o el viento. “El cine es una investigac­ión –comenta Benning– . En el cine tradiciona­l, el que existía unos cien años atrás, las cámaras grababan cosas sobre el tiempo, reclamaban prestar atención, observar, aprender. Ser paciente”.

Aunque hace rato que su filmografí­a está digitaliza­da y disponible en DVD, sus películas piden ser vistas en sala de cine. Sólo así, en esa oscuridad amniótica que el siglo XX nos supo dar, es posible escapar a la dispersión y sumergirse en la particular experienci­a sensorial que propone Benning. Difícil no pensar en la juventud activista de este hombre que no medita pero que hace de la observació­n, el trabajo y el aprendizaj­e un proyecto expresivo: en un mundo donde todo lleva al vértigo y la conectivid­ad permanente, el simple ejercicio de la detención podría ser entendido –no por nada Thoreau, Kaczynski– como un gesto político. “Me interesa la idea de la soledad. Estar en calma –explica–. Dejar los pensamient­os. ¿Qué podemos aprender de esa quietud? Todavía trabajo en eso”.

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