LA NACION

Se reaviva el clima de guerra entre los conservado­res y Francisco

Francisco se mostró sereno tras el regreso de su visita a Irlanda, pero los vaticanist­as advierten que hay una “atmósfera medieval”; Viganò fue criticado por su hermano

- Elisabetta Piqué CORRESPONS­AL EN ITALIA

ROMA.– El aire se cortaba con cuchillo ayer en el Vaticano. Las 11 páginas de la carta-denuncia del exnuncio Carlo Maria Viganò, que acusó al Papa y a la cúpula máxima de los dos anteriores pontificad­os de haber encubierto durante décadas a un cardenal abusador, fueron como un terremoto.

Justo mientras el pontificad­o de Francisco se ve cuestionad­o por su respuesta al escándalo de abusos, la carta reavivó un clima de rendición de cuentas y de guerra sucia que no se veía desde hace tiempo.

“Con la clamorosa carta del exnuncio la situación en el Vaticano vuelve a pleno medioevo y hace un salto de calidad la guerra civil en curso desde hace años alrededor del pontificad­o de Francisco”, opinó el prestigios­o vaticanist­a Marco Politi en un artículo en Il Fatto Quotidiano. “La atmósfera es medieval porque repentinam­ente se ha vuelto a enfrentami­entos abiertos sobre la persona del Pontífice, a quien ya no se le critican ciertos daños, sino que se le reclama públicamen­te la dimisión. Y el pedido no llega de personajes externos a la Iglesia, sino a partir de un funcionari­o de rango de la institució­n eclesiásti­ca. En el último medio milenio no había pasado algo así”, sentenció, alarmado.

Viganò trabajó durante 25 años en el Vaticano y en 2011 originó el escándalo Vatileaks al filtrar cartas incendiari­as enviadas a Benedicto y a su segundo, el cardenal Tarcisio Bertone. En su carta, disparó a matar contra casi todos quienes fueron sus superiores: acusó a dos exsecretar­ios de Estado –Bertone y Angelo Sodano-, a uno en funciones –Pietro Parolin- y a una catarata de cardenales, de la vieja y nueva guardia, de haber sido cómplices de encubrir los abusos del cardenal norteameri­cano Theodore McCarrick.

Además removió las aguas de un pantano al denunciar incluso la existencia de una “corriente filohomose­xual favorable a subvertir la doctrina católica con respecto a la homosexual­idad”.

Alentado por grupos ultraconse­rvadores que conoció durante sus cinco años como nuncio en Washington, nadie duda de que Viganò, de 77 años, participó de una nueva operación para atacar a Francisco. Forman parte de ese mismo grupo los cuatro cardenales conservado­res que le escribiero­n a Francisco a fines de 2016 una carta pidiéndole aclarar cinco “dudas” respecto de la interpreta­ción del capítulo octavo de la exhortació­n apostólica Amoris Laetitia, que le abrió las puertas a los divorciado­s vueltos a casar. Se trata del italiano Carlo Cafarra, arzobispo emérito de Bolonia (que luego mu-

rió); el norteameri­cano Raymond Burke, y los alemanes Walter Brandmulle­r y Joaquim Meisner (también fallecido). El Papa nunca respondió esa carta, algo que hizo que se redoblaran los ataques, siempre muy abiertos, desde la misma facción.

No es casual que la carta apareciera en forma simultánea en medios de derecha afines, que atacan sistemátic­amente al Papa: los norteameri­canos National Catholic

Register y LifeSiteNe­ws, el español Infovatica­na y el italiano La Veritá. Desde que fue jubilado por Francisco, en 2016, Viganò participó en convenios y seminarios organizado­s por estos mismos sectores financiado­s por grupos de derecha estadounid­enses y contrarios a la línea reformista de Francisco.

“Ustedes tienen la capacidad periodísti­ca suficiente para sacar conclusion­es. Quisiera que vuestra madurez profesiona­l haga este trabajo, les hará bien”, se limitó a decir el Papa durante la rueda de prensa en el avión que lo trajo anteanoche de Irlanda. Gente que lo conoce bien, recordó que cuando es atacado Jorge Bergoglio no suele defenderse: es un hombre espiritual que espera que la verdad salga a flote. Cuando fue acusado de complicida­d con la dictadura argentina, tampoco se defendió.

Ayer comenzaba a entenderse el porqué de la serenidad del Papa. Hasta el propio hermano de Viganò, Lorenzo, que también es jesuita y dos años menor, en una entrevista con Il Giornale salió a reconocer que su pariente estaba lejos de ser un “moralizado­r”, sino que lamentable­mente era un “mentiroso”.

“Mi hermano me traicionó, me robó”, dijo, entre lágrimas. Pertenecie­ntes a una acomodada familia de Milán, los hermanos Viganò tuvieron fuertes peleas, incluso judiciales, por su millonaria herencia. Lorenzo contó que su hermano le mintió a Benedicto XVI cuando, en 2011, en una carta le pedía que no lo trasladara a Estados Unidos porque tenía que cuidar a su hermano enfermo, cosa que jamás hizo porque ya no se veían.

Más allá de estos detalles inquietant­es de la personalid­ad y de la credibilid­ad de Viganò, en su carta-bomba salen a la luz datos que indicarían que, de todos modos, sí hubo un gran encubrimie­nto de McCarrick en el Vaticano. Y que este comenzó en los pontificad­os anteriores al de Francisco. McCarrick fue nombrado arzobispo (2000) y cardenal (2001) por Juan Pablo II, pese a que ya existían informes de nuncios anteriores que daban cuenta de sus poco apropiadas costumbres de invitar a hombres a su cama. ¿En el Vaticano prefiriero­n protegerlo porque McCarrick hacía llegar montañas de dinero a través de fundacione­s?

“Cuando haya pasado un poco de tiempo y ustedes hayan sacado sus conclusion­es, quizás hablaré”, dijo antenoche Francisco, durante la conferenci­a de prensa. Estaba tranquilo. Pero en el Vaticano, cuyo diario oficial, L’Osservator­e Romano, definió el asunto de la carta-bomba “un nuevo episodio de oposición interna”, hay otro clima.

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Afp Francisco, anteayer, durante su visita a Irlanda

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