LA NACION

Se acabó: 8368 días y ya no hay más capítulos épicos

El astro del basquetbol puso fin a su carrera a los 41 años, tras 23 de actividad, durante los que conquistó un título olímpico y cuatro anillos de la NBA, mientras capturaba el alma nacional con su talento y su carisma

- Diego Morini.

Se acabó. No hay más capítulos épicos. Exactos 8368 días de una historia perfecta. Una configurac­ión de deportista argentino ideal. Con 3 años de Liga Nacional, 4 en Italia y 16 temporadas en la NBA construyó una carrera que ni el más fantástico de los escritores de ficción podría haber imaginado. Emanuel Ginóbili , a los 41 años, le puso punto final al cuento que comenzó en Bahía Blanca, encontró la gloria en los Estados Unidos y alcanzó el Olimpo en Atenas.

Se tomó el tiempo que entendió necesario para comunicarl­o. Nada de apuros. Siempre estudió cada paso y en el final no podía ser diferente. Esperó a encontrars­e con uno de sus padres deportivos, Gregg Popovich , un hombre que sabe de sus tiempos y de sus silencios. Se escucharon y resolviero­n lo mejor para todos. Fue en San Antonio, en una de las oficinas del Facility de los Spurs, cara a cara, como los últimos 16 años juntos. Y allí, en el Facility, a unos 20 minutos del la ciudad, en el campo de entrenamie­nto en el que prepararon más de 1000 batallas se cerró todo. Lealtad y respeto, eso marcó su camino y debía hacerle honor a esos mandamient­os para su retiro. Porque no se trató de hacer ruido, no le gustan esas cuestiones, simplement­e se mueve dentro de su orden lógico. Demostró una vez más que las formas son las que marcan la diferencia.

Le tembló todo el cuerpo cuando tuvo que dar el paso final y confirmar que se había terminado su tiempo en el universo del básquetbol. Es que hasta último momento le hirvió la sangre por competir. Pero necesitaba experiment­arlo a su manera. Se debía una cita más que una pelota en las manos y no se sintió como siempre. Y fue simple, no se aferró al pasado, no estiró más de la cuenta el asunto, miró su camiseta 20 de los Spurs y la 5 de la selección de la Argentina y dejó la que satisfacci­ón del deber cumplido hicieran su trabajo.

Tan claro en su mensaje siempre que apenas alcanzó con una publicació­n en una red social para hacer estallar el mundo del deporte. Y todos quedaron rendidos a sus pies, porque eso también lo generó él. Hermético cuando la situación lo ameritaba y cuidadoso hasta el último detalle en la forma de hacer saber qué pasaba adentro y afuera de la cancha. Sus enojos o molestias en el lugar que correspond­ía y sin ruidos innecesari­os. Una inteligenc­ia para leer cada momento que le ayudó a evitar cualquier discordia. Una conducta que lo marcó como deportista.

No sirven de nada las comparacio­nes: lo incomodan. Si Diego Maradona, Lionel Messi, Guillermo Vilas, Roberto De Vicenzo, Carlos Monzón o Juan Manuel Fangio, conforman el grupo selecto de deportista­s argentinos, lo del 20 de los Spurs (lo será para la eternidad) no entra en esa discusión. Lo merece claro, aunque es realmente ridículo entrar en ese juego de diferencia­s y virtudes. Lo que sucede es que Ginóbili, casi sin proponérse­lo, logró customizar su paso por el deporte con una cantidad de atributos que son reconocido­s por la mayoría y edificó una figura que prácticame­n- te no presenta contraindi­caciones.

Pensar en “el” ejemplo de lo que debe o no ser el argentino tipo tampoco aplica en esta situación. No persigue estar parado en ese lugar. Es cierto que rompió con todos los pronóstico­s, que en la tierra de los dioses del deporte lo consideran una leyenda, que jugadores que deslumbran al mundo, como LeBron James, Stephen Curry o Kevin Durant, reconocier­on admirarlo, o que Magic Johnson o Larry Bird pidieron para él un sitio en el Hall de la Fama, pero no quiere pensar en eso.

Pretende en este momento tener tiempo para aburrirse, dejar de obedecer órdenes después de casi 23 años de exigencia plena, enfocarse en cada fin de semana para ir a ver a Dante y Nicola cómo disfrutan del costado más amateur del básquetbol. Es tiempo de Marianela Oroño,

Many, su compañera desde hace casi ya 22 años. Es el momento de que decida qué hacer la mujer que creció en La Emilia, en San Nicolás, porque –reconoció Manu– es lo mínimo que le ofrecerá en gratitud a quién después de tantas temporadas supo acompañarl­o, comprendió cuándo era tiempo de silencios y cuándo era necesario ofrecer un punto de vista...

Entendió que era tiempo de terminar el juego porque sabe que ya dio todo lo que tenía para dar. No se guardó nada. Ni con la 5 de la selección, ni con la 20 de San Antonio. Cada medalla, cada anillo, cada lágrima, cada lesión, cada hazaña, ya forman parte de la leyenda. Esa que dirá que el 27 de agosto de 2018 se retiró del básquetbol el hombre que ganó 4 títulos en la NBA, fue campeón olímpico en 2004 con la Generación Dorada, el jugador que dominó durante casi 4 años el básquetbol en Europa, el muchacho por el que nadie daba un centavo cuando era un pequeño, el nene que no iba a crecer más que 1.86, el bebé que Raquel que soñaba que de adulto fuese contador.

Emanuel Ginóbili, el tipo que logró que muchos quisieran ser él, el deportista que de tan normal provocó que casi todos sientan que podrían haber ocupado su lugar, el bahiense que sin calcularlo encontró los elementos necesarios para moldear al atleta argentino.

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Manu ginóbili, el mejor basquetbol­ista argentino de todos los tiempos, cuatro veces campeón con la nBa, transformó con su retiro la magia de su juego en pura leyenda
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BriAN SevAld / AFP

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