LA NACION

Esos hologramas de Manu que los chicos mirarán en el 2030

- Xavier Prieto Astigarrag­a .

Demos paso a la imaginació­n y proyectemo­s lo que conocerán nuestros hijos, sobrinos, ahijados y nietos dentro de 15, 20 años sobre Emanuel Ginóbili. Mucho dependerá de cuánto este hombre se mantenga en el ámbito público, y es difícil calibrarlo: ni el propio Manu sabe bien qué hará de su vida después del año sabático post retiro del que siempre habló. Pero vale el juego.

los niños tendrán noción de que fue un deportista enorme, de los grandes del país. Si les gustan las estadístic­as, encontrará­n que fue campeón olímpico y subcampeón mundial, campeón europeo de clubes y ganador de cuatro anillos de nBa, cantidad que un solo extranjero más consiguió: su compañero Tony Parker. Se enterarán de que formó el trío más exitoso de la historia de la mejor liga del planeta, junto al francés y Tim Duncan. Y si tuvieren la chance de visitar Estados Unidos, podrán darse una vuelta por el Salón de la Fama del Básquetbol, en Massachuse­tts. allí estará Manu Ginóbili entre muchas otras glorias, y quizás con bastante más gloria que varias otras...

Podrán hallar sus hazañas en YouTube –o lo que sea que exista entonces–, siempre vestido de basquetbol­ista, claro. no hay chance de que el video sea de un programa de chimentos, porque así fue, es y será el bahiense: cero escándalos. a lo sumo se toparán con alguna discusión con árbitros; jamás un escarceo con un rival, ni siquiera un cruce de palabras. Y eso que mil veces puso el cuerpo para recibir fouls ofensivos que beneficiar­an al equipo a riesgo de lesiones –y vaya si las sufrió–.

En los dispositiv­os electrónic­os estarán la palomita de atenas 2004, el tapón a James Harden en 2017, los miles de robos y triples que lo convirtier­on en líder histórico en San antonio Spurs. los videonauta­s mirarán también aquella jugada de cierre que diseñó como si fuera el DT, con la confianza de su entrenador-admirador Gregg Popovich; las divertidas publicidad­es en que actuaba –con bastante gracia, por cierto– antes de cada temporada de nBa; la peligrosa caza a mano desnuda al murciélago que revoloteab­a en el aT&T center; el típico alarido “¡Ginóbiliii!” de su fanático charles Barkley; la zapatilla desfondada que le quedó como bufanda de tobillo en pleno partido; highlights de las dos victorias sobre dream teams. También estarán sus clásicos movimiento­s: el eurostep, que prácticame­nte importó a Estados Unidos; los caños –y los pases de caño–; las asistencia­s sin mirar; las tiradas de cabeza por el balón, al suelo o a las plateas; la conducción de la pelota caliente en los cierres. Y un momento lacrimógen­o: el adiós al selecciona­do, cuando en Río 2016, tras una paliza de Estados Unidos, dejó la cancha sin querer llamar la atención, con ojos enjugados y casi avergonzad­o de recibir la pelota como reconocimi­ento final.

Todo eso podrán ver los chicos en las pantallas, o en los hologramas –vaya a saber uno qué estará de moda en los dos mil treintas–. Pero hay algunas cosas que no podrán apreciar si no se las cuenta alguien, ni mucho menos podrán vivirlas. no se les erizará la piel por escuchar el “Maaanu, Maaanu...” de los hinchas de Spurs, en una nBa que no es de ovacionar por nombre o apodo. Podrán ver la camiseta 20 colgada del techo del estadio, pero ya no habrá cientos de espectador­es vistiéndol­a, incluso en mayor cantidad que las de Duncan y Parker. Habrá que decirles que el narigón era un líder de vestuario que hacía llevadera la adaptación de compañeros nuevos. Y que era “el jugador más competitiv­o” que Popovich conoció. El que durante semanas volvió loca a la tuitósfera argentina, sin pedirlo, convirtien­do en tendencia la frase “#nBavote Manu Ginobili” que intentaba instalarlo en el Partido de las Estrellas a sus 40 años. algo que, de ser por el solo voto del público, habría logrado, sin siquiera quererlo.

los videos dejarán apreciar apenas un poco de la inteligenc­ia del ex nº 5 de la selección, en visión de juego, en declaracio­nes, en claridad conceptual, en decisiones de vida de un tipo intelectua­lmente curioso. Tampoco mostrarán el elegante boicot que lideró con luis Scola para que renunciara un sospechoso presidente de la confederac­ión argentina de Básquetbol, y quizás no figure la prudencia de bajar los decibeles a los hinchas argentinos en aquellos tensos días entre vecinos en Río 2016.

no faltará, ciertament­e, quien le objete sus ausencias en dos mundiales y en casi todos los torneos FiBa américas. opinables, discutible­s. En todo caso, eclipsadas por el fastuoso currículum de quien vino a llenar el casillero del básquetbol en el olimpo de deportista­s argentinos de todas las épocas.

ojalá, dentro de esos 15 o 20 años, nuestros niños tengan uno como él y lo disfruten por un par de décadas. Será difícil. Muy.

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