LA NACION

Apostar al conocimien­to, la materia prima del siglo XXI

Solo protegiend­o la educación y la investigac­ión en ciencia y tecnología podremos avanzar en el camino del desarrollo

- Axel Rivas Profesor y director de la Escuela de Educación de la Universida­d de San Andrés

El Gobierno se comprometi­ó a invertir el 1,5% del PBI en ciencia, pero en 2016 bajó al 0,53% frente al 0,61% de 2015

Es tiempo de generar grandes acuerdos donde apoyar las bases del crecimient­o

Lo que más protege a los más débiles. Lo que más cuesta reconstrui­r. Lo que más efectos tiene a largo plazo. Lo que funciona. Esto es lo que hay que defender hoy antes que nada en un tiempo de crisis y ajuste. Si se busca crear confianza en los mercados, hay que mostrar un proyecto de país sostenible en el largo plazo. ¿Quién puede apostar a invertir en un país que baja el salario de los científico­s, disparando contra su propio futuro? ¿Quién puede invertir en un país extremadam­ente desigual en su distribuci­ón de la riqueza que no corrige su sistema impositivo para hacerlo más progresivo, como el de todos los países desarrolla­dos?

No podemos olvidar el mapa del desarrollo en la oscuridad del corto plazo. En el mundo de hoy, lo único que sabemos es que todo va a cambiar. Los países que apuestan a una ventaja comparada en el agro, la industria o los servicios quizás solo están cavando su foso para cuando esta ventaja desaparezc­a (o cuando un año toque una gran sequía). Hay que fortalecer diversas cadenas de valor, pero sobre todo apostar al conocimien­to, el único caudal seguro en un mundo incierto, la única “materia prima” adaptable a todo.

La gran teoría del desarrollo hoy es una apuesta de construcci­ón de conocimien­to a gran escala, mediante el sistema educativo, y especializ­ado, mediante la investigac­ión y el desarrollo científico-tecnológic­o asociado a diversas cadenas de valor productivo.

Los casos de éxito asiáticos lo descubrier­on hace varias décadas cuando comenzaron a apostar todo a la educación (aun con discutible­s modelos de presión extrema para los estudiante­s). Los países que lograron modificar su estructura productiva invierten una proporción cada vez más importante de su PBI en ciencia y tecnología.

Basta ver el modelo de negocios de las mayores empresas del mundo, que no casualment­e son hoy emporios tecnológic­os. IBM invierte 16% de su presupuest­o en investigac­ión y desarrollo; Microsoft, un 15%, y Google, un 12%. Su fórmula es adaptarse, aprender, inventar, modificar, iterar, rediseñar. Viven en un mundo complejo y para entenderlo invierten buena parte de sus ingresos en conocimien­to.

El gobierno argentino se comprometi­ó a invertir el 1,5% del PBI en ciencia y tecnología. Sin embargo, en 2016 esa inversión bajó al 0,53%, frente al 0,61% de 2015. Este año to- do hace prever que seguirá bajando al ritmo del ajuste del gasto público. Se trata de una inversión muy baja en un país con un PBI bajo. Apenas tenemos un investigad­or cada mil de habitantes. Los países nórdicos europeos tienen siete veces más, con condicione­s de trabajo muy superiores. Sin ir tan lejos, Brasil invierte el 1,3% del PBI en ciencia y tecnología.

Toda la inversión en ciencia que realiza el Estado debería ramificars­e con políticas de impulso a la investigac­ión y el desarrollo en el sector privado, que en la Argentina invierte muy poco. Hay que desarrolla­r un ecosistema de múltiples puntos, como lo hicieron los países que hoy crean ciencia, tecnología y valor agregado en toda su cadena productiva.

Necesitamo­s institucio­nes científico-tecnológic­as fuertes, como lo demuestra el extraordin­ario ejemplo del Invap. El capital público tiene allí un modelo para replicar. Hay que ramificar una carrera científica prestigios­a, con equipamien­to, bueHay nos salarios y proyectos de articulaci­ón público-privados. Cada instituto de investigac­ión que se paraliza o que pierde investigad­ores es una amenaza al futuro. La inversión estatal en ciencia y tecnología debería ser sagrada para mostrarle a todo aquel que quiere ser científico que en la Argentina ese lugar es el más prestigios­o del país y donde será protegido incluso en los momentos más críticos.

Esto afecta todos los planos de formación del conocimien­to. En las universida­des se plantea una propuesta de aumento salarial en torno del 15%, cuando la inflación superará el 30%. En el resto del sistema educativo, en casi todas las provincias se ajusta el salario docente a la baja. La meta vigente de la ley de educación de llegar al 6% del PBI destinado a Educación se incumplió en 2016 y todo indica que se volverá a incumplir en 2017 y 2018.

Los efectos de estos ajustes son palpables. Faltan estudiante­s para la docencia. Jóvenes brillantes con quienes converso para pensar su futuro me dicen que aspirar a hacer su doctorado por el Conicet no les permitiría mantener un mínimo nivel de vida. Los que ya están adentro sienten los ajustes y comienzan a pensar en migrar a otros países. jóvenes científico­s extraordin­arios que están haciendo sus valijas para irse del país. Esto es un suicidio colectivo como sociedad.

El mapa nos debe permitir mirar cómo se llega al futuro sin quemar los puentes más vitales del desarrollo en las urgencias fiscales de corto plazo. En la oscuridad de la emergencia también necesitamo­s una linterna para iluminar los rostros de los más desaventaj­ados. Las sociedades que más crecen son las que tienen más equidad, como lo demuestran los estudios de Kate Pickett y Richard Wilkinson. En los momentos de crisis hay que proteger a los más débiles.

¿De dónde deberían entonces salir los recursos para evitar la crisis fiscal y económica? Esta es una tarea que exige una desnatural­ización de cualquier posición dogmática por izquierda o por derecha. Basta mirar comparativ­amente a la Argentina en el mundo con ojos rigurosos: es un país con alta carga impositiva, con una desigualda­d social extrema (está en el puesto 112 del mundo en el coeficient­e de Gini) y con un sistema impositivo no progresivo. En los países desarrolla­dos se cobran muchos más impuestos a los ingresos y al capital que al consumo. América Latina es la región más desigual de la Tierra y no casualment­e tiene el esquema opuesto.

¿Es tan difícil ver esto? En la urgencia, lo evidente: necesitamo­s una redistribu­ción que aumente (de manera viable y responsabl­e) impuestos como Ganancias, retencione­s, Inmuebles, Bienes Personales y disminuya Ingresos Brutos, impuesto al cheque, IVA en los sectores más pobres. Necesitamo­s un gasto público más eficiente, racional y transparen­te, que defienda más a los que menos tienen y que garantice condicione­s sostenible­s a los que invierten. Necesitamo­s institucio­nes públicas coherentes y prestigios­as con continuida­d. Necesitamo­s aumentar drásticame­nte la calidad de nuestras políticas públicas, porque en eso somos muy débiles en cualquier comparació­n mundial. Y necesitamo­s proteger la inversión en educación, ciencia y tecnología, porque solo así podremos construir un país que produzca a partir del conocimien­to, la materia prima del siglo XXI.

Es tiempo de generar grandes acuerdos en la sociedad argentina, donde apoyar las bases del crecimient­o. Podemos moldear ahora mismo una sociedad más equitativa, más previsible, con institucio­nes que miren el largo plazo y apuesten al conocimien­to.

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