¿Qué hacer con los restos de Franco?
España atravesó después de la dictadura franquista una transición que reflejó lo mejor de su espíritu de reconciliación, curó heridas y evitó otras nuevas
Como si España careciera de problemas de dimensión histórica y nacional, y hubiera que agitarla a fin de despabilarla de un apacible e incomprensible letargo, el gobierno socialista de Pedro Sánchez ha resuelto poner mano entre las cenizas nunca apagadas por entero de la guerra de los mil días. Para esto son especialistas los sucesores de José Rodríguez Zapatero, tan mal consejero del nefasto presidente argentino Néstor Kirchner, y peor aún como comedido mediador entre la dictadura chavista y la perseguida oposición democrática de Venezuela.
Rodríguez Zapatero fue el inspirador de la ley de memoria histórica, que el presidente Sánchez acaba de modificar por un decreto que dispone la remoción de los restos del general Francisco Franco del monumental panteón del Valle de los Caídos, a 60 kilómetros de Madrid. Entre los más de 30.000 combatientes nacionales y republicanos allí enterrados, Franco ha de ser tal vez el único que no cayó en combate o por disparos de fusilamiento, como ocurrió con José Primo de Rivera, jefe de la Falange. Franco murió en su lecho, en 1975.
El congreso de los diputados deberá ratificar o no en un mes el decreto dictado en estos días a fin de que se exhume el cuerpo de quien se levantó el 18 de julio de 1936 contra el gobierno de la república, venció con la contribución de la Italia fascista y la Alemania hitleriana una resistencia que se sostuvo hasta marzo de 1939 por la disciplina stalinista de jefes del PC asistidos con recursos de la Unión Soviética, y gobernó como implacable dictador durante treinta y tantos años. Repelen a la conciencia democrática las honras a quienes gobernaron con mano de hierro o llenaron etapas enlodadas por el autoritarismo y la corrupción, como Néstor Kirchner, personaje de reciente y triste memoria cuyo nombre se perpetúa inexplicablemente en calles y edificios públicos de la Argentina.
España tiene, sin embargo, en relación con la Argentina algunos puntos diferenciales que deben remarcarse. España atravesó después de la muerte de Franco una transición en la que se reflejó lo mejor de su espíritu pacífico y voluntad de reconciliación. Curó heridas, evitó otras nuevas y se dio una Constitución democrática, que cumplirá en diciembre cuarenta años. Lo hizo con el voto no solo de políticos que asistieron en su gestión a Franco, sino de algunos de los actores principales en el bando republicano durante la tragedia de 1936-1939. Uno de ellos fue Santiago Carrillo, connotado dirigente comunista. ¿Hay tanto “apuro”, como dice Carmen Calvo, vicepresidenta del gobierno español, de remover ahora el cuerpo del caudillo después de más de cuarenta años?
España ha sido un ejemplo para esta Argentina que todavía no sabe sincerarse ni siquiera sobre el número de bajas que hubo en realidad en la guerra sucia de los años setenta y que mucho menos ha sabido poner en pie de igualdad ante la ley a quienes apelaron, desde los caminos contrapuestos de la subversión y la represión consiguiente, a un mismo terrorismo deleznable. Una encuesta de Sigma Dos para el diario El Mundo, de Madrid, advierte que hay una España un tanto sonrojada sobre lo que el gobierno minoritario socialista propone al Congreso: el 41% de los encuestados está de acuerdo con Sánchez, pero el 20% contesta que la polémica abierta le es ajena y un mayoritario 54% dice que este no es buen momento para deshacer un ya antiguo emprendimiento funerario.
Los socialistas apenas cuentan en el Congreso con 82 escaños sobre un total de 350, pero pueden sumar otros votos de izquierda y de minorías catalanas y vascas, entre otras. El Partido Popular de Pablo Casado, ayer de Mariano Rajoy, anunció que se opondrá, como también se opone a la remoción de los restos de Franco su familia. No debe olvidarse que Franco está enterrado en la Basílica del Valle de los Caídos, bajo jurisdicción de los dominicos, que no aprueban la remoción del caso. ¿Qué hará la alta autoridad eclesial?
En suma, se ha abierto una controversia con olvido de todo lo que el consenso y la deposición de agravios sirvió después de la muerte de Franco para hacer de España un país moderno, y por primera vez en siglos, un país verdaderamente europeo, no ensimismado en la península. Le deseamos a España mejor suerte de la que parecen empeñados en lograrle los que se lanzan con llamativa urgencia y precipitación a reparaciones históricas que ellos mismos ignoraron durante más de cuatro décadas.
El gobierno de Franco constituyó una dictadura, como lo fue también la del gobierno militar argentino de 1976. ¿Pero habría sido mejor para España un gobierno dominado por los comunistas y en la Argentina otro, con los cabecillas de organizaciones terroristas y de la llamada “juventud maravillosa” en el poder? Son preguntas sensibles e incómodas, pero alumbran lo difícil que resulta acompañar movimientos fundamentalistas, criticables por definición, y en algunos casos por históricamente inoportunos.