LA NACION

Aquel 28 de agosto

- Sebastián Fest

Aquel 28 de agosto de 2004 era un lujo en sí mismo. Brillaba el Parque olímpico de Atenas, unos Juegos vapuleados por la prensa anglosajon­a, que los maltrató con saña en los años previos hasta encontrars­e con que terminaron siendo un éxito, un puro disfrute con la Acrópolis en el horizonte día y noche. Era un lujo aquel día porque el básquet y el fútbol buscaban el oro para la Argentina, pero también porque cualquier aficionado con las entradas necesarias podía vivir dos momentos históricos uniendo básquet y fútbol en una breve caminata. Todo se concentrab­a en ese Parque olímpico.

Eran las 10 de la mañana en Atenas y las cuatro de la madrugada en Buenos Aires, en Atenas dirigía Marcelo Bielsa y por la cancha corrían Roberto Ayala, Gabriel Heinze, Cristian “Kily” González y jóvenes prometedor­es como Javier Mascherano, Javier Saviola y Carlos Tevez. Enfrente estaba Paraguay. Un gol de Tevez alcanzó para el 1-0 y el oro olímpico que el fútbol argentino perseguía desde siempre. Diecisiete goles a favor y ninguno en contra a lo largo del torneo. Lo que se dice, un paseo.

¿Qué hacer en el tiempo muerto que había entre el oro del fútbol y la esperanza que implicaba a la tarde la final del básquet ante Italia? Aquellos Juegos tenían varias ventajas. Una, que prácticame­nte no llovía nunca. El sol estaba asegurado, no había que moverse con paraguas e impermeabl­e como sucedería en Pekín, Londres y Río, las citas posteriore­s. La otra gran ventaja de Atenas pasaba por lo bien que se comía: la famosa ensalada griega, el yogur -también griego- con miel y el frappé, un café frío y granizado que acababa con cualquier atisbo de modorra.

Y así se llegó a la cita vespertina, que para la Argentina era una final extraña, porque sentía que en realidad ya la había jugado en semifinale­s con el triunfo sobre el Dream Team. Sí, la Argentina llegó a aquella final convencida de que el oro ya era suyo, y por eso venció a Italia con autoridad, 84-69 con 25 puntos y 11 rebotes de Luis Scola y un sólido Manu Ginóbili.

¿El día más importante del deporte argentino? Un día único. El país que se había ido de los Angeles 84 con cero medallas se llevaba, 20 años después, dos oros en un mismo día. No extraño que, en aquella noche ardiente de agosto en Atenas, identifica­rse como argentino fuera el pasaporte al éxito en cualquier bar o taberna de la ciudad.

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