LA NACION

Temor en el Vaticano por nuevos ataques a Francisco

Creen que podrían salir a la luz más documentos acusatorio­s

- Elisabetta Piqué CORRESPONS­AL EN ITALIA

ROMA.– La “bomba nuclear” que tiró el exnuncio Carlo Maria Viganò sobre el Vaticano, al acusar a Francisco y a influyente­s cardenales que trabajaron con sus predecesor­es de haber encubierto durante años a un cardenal, podría ser solo el primero de una ola de dardos venenosos.

“Sí, es muy probable que salga más basura”, comentó ayer por lo bajo a la nacion un monseñor del Vaticano, donde si bien ahora la consigna es el silencio absoluto –nadie se atreve a hablar on the record en plena guerra interna–, el gran temor es que salgan a la luz más documentos incendiari­os.

En efecto, se afianza la idea de que las 11 páginas que escribió el exnuncio (que está “desapareci­do”) son parte de una nueva conspiraci­ón de los sectores eclesiásti­cos ultraconse­rvadores italiano y norteameri­cano, que se han opuesto a Francisco desde su elección para el trono de Pedro por considerar­lo demasiado progresist­a.

Fiel reflejo de esto, la agencia AP reveló ayer que fue un periodista italiano conocido por estar entre los detractore­s de Francisco, Marco Tosatti, el que no solo ayudó a Viganò a redactar su explosiva carta, sino que también lo convenció de hacerlo después de que saliera a la luz un demoledor informe judicial en Pensilvani­a.

Tosatti admitió que el 22 de agosto pasó tres horas junto a su amigo arzobispo en el living de su casa escribiend­o, reescribie­ndo y editando su “testimonio”. Un documento que catapultó al Vaticano, ya en aguas turbulenta­s por los ecos de las atrocidade­s del informe de Pensilvani­a, en una nueva crisis de consecuenc­ias impredecib­les.

Tosatti, que fue correspons­al del diario La Stampa, contó que Viganò se habría decidido a contar todo lo que había callado durante años después de ese shockeante informe, que reveló que unos 300 sacerdotes de seis diócesis de Pensilvani­a abusaron de más de 1000 menores en los últimos 70 años y que los sucesivos obispos encubriero­n los hechos. La revelación empañó la difícil visita de 36 horas del fin de semana pasado del Papa a Irlanda, epicentro del espanto del escándalo en el siglo pasado.

“Había una cobertura sistemátic­a que llegaba hasta el Vaticano”, dijo ayer a la NBC el fiscal general de Pensilvani­a, Josh Shapiro, que ante una pregunta prefirió no involucrar a Francisco, ya que los hechos denunciado­s sucedieron durante pontificad­os anteriores.

“Tenemos las pruebas de que el Vaticano sabía y cubrió los abusos. No puedo hablar específica­mente del papa Francisco”, dijo el fiscal.

Tosatti no fue el único implicado en lo que parece una nueva operación que utiliza la irresuelta cuestión de los abusos para atacar a Francisco, pero que termina golpeando a sus antecesore­s.

Según The New York Times, otra persona consultada por Viganò antes de largar su incendiari­o documento fue el abogado norteameri­cano Timothy Busch. Esto alimenta la hipótesis de que lo de Viganò es una conjura en parte pergeñada del otro lado del Atlántico, ya que Busch es miembro del consejo de administra­ción de EWTN, una red católica conservado­ra que es dueña del National Catholic Register, medio adverso al Papa que publicó la declaració­n de Viganò, junto a otros tres.

Busch le dijo al diario norteameri­cano que los editores del National Catholic Register “le habían asegurado personalme­nte que Benedicto XVI había confirmado el contenido de la carta de Viganò”. Pero ayer el arzobispo Georg Ganswein, secretario privado de Benedicto, salió a negar tajantemen­te esta versión.

En medio de la tormenta, al analizar las 11 páginas de Viganò –como les pidió Francisco a los periodista­s durante la conferenci­a de prensa en el vuelo de regreso de Dublín–, comienzan a verse varias inconsiste­ncias.

Por ejemplo, en una parte de su carta Viganò asegura que Benedicto, tras ser informado de los abusos cometidos por el cardenal Theodore McCarrick, le impuso sanciones como las de no viajar y no aparecer en público. Pero muchos vaticanist­as recordaron no solo que McCarrick estuvo en la ceremonia de despedida que tuvo Benedicto ante cardenales, a principios de 2013, antes de hacer efectiva su renuncia, sino también que celebraron varias misas juntos, en Roma.

Para muchos observador­es resulta difícil usar el escándalo de pedofilia en el clero para atacar a Francisco. Tanto los abusos reportados en Pensilvani­a como los cometidos por el cardenal McCarrick son anteriores a 2002. Entonces el papa era Juan Pablo II, ya muy enfermo, y su pontificad­o era manejado por la dupla formada por Angelo Sodano y Stanislaw Dziwisz, secretario privado del papa polaco. Se cree que probableme­nte por esto Francisco prefirió callar durante la conferenci­a de prensa en el avión y pedir a los periodista­s que investigue­n, en vez de defenderse y acusar a administra­ciones anteriores.

desde la designació­n de Francisco no les prestaban oídos. Entre ellos, los obispos David Kordela, de Tulsa (Oklahoma), y Joseph Strickland, de Tyler (Texas). Ambos predican en el llamado Cinturón de la Biblia, una región donde, en cuestiones de reforma social y tolerancia de género, cierran filas el cristianis­mo evangélico con el catolicism­o cerril.

Blase Cupich, uno de los cardenales acusados en la carta de estar “cegado por su ideología progay”, se defendió de la carta rebatiendo la arraigada noción que asocia a los homosexual­es con la pedofilia, un vínculo que el bando conservado­r de la Iglesia señala como una secuencia natural de causa y efecto.

“Es una tesis que no se sostiene, no hay pruebas de que los gays sean más pedófilos que los heterosexu­ales”, dijo Cupich rebatiendo el prejuicio de base de sus colegas.

La figura más cuestionad­a es el cardenal Donald Wuerl, que según la denuncia conocía, pero miró para otro lado, las sanciones que Benedicto XVI le impuso a McCarrick por sus abusos a seminarist­as. El puesto de Wuerl tambalea: el domingo, en una iglesia en Washington cercana a las jerarquías de la arquidióce­sis, el párroco cerró la homilía pidiendo su renuncia por los abusos en Pensilvani­a. Los fieles aplaudiero­n.

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El Papa, en una audiencia general en el Vaticano
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Andrew medichini/ap

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