LA NACION

Contradicc­ión en la crisis

- Joaquín Morales Solá

Hay una contradicc­ión notable en la incesante crisis económica. Mauricio Macri es el presidente de la democracia argentina con mayor nivel de apoyo en el mundo político internacio­nal. Los gobiernos de los principale­s países del mundo han manifestad­o su respaldo explícito al mandatario argentino. No valoran solo lo que hace, sino también el contraste con el gobierno que existió en la Argentina hasta diciembre de 2015. Sin embargo, los mercados lo están castigando como si fuera una versión argentina de Nicolás Maduro o la continuida­d de Cristina Kirchner.

¿Qué explica esa contradicc­ión? Si bien la división que provocó la globalizac­ión entre el poder político mundial y los mercados (que tienen su propio poder) podría ser una razón, el argumento es muy parcial.

Los economista­s ortodoxos se frotan las manos: la historia les dio la razón, dicen, porque ellos criticaron desde el principio la política gradualist­a, que debió ser modificada cuando resta poco más de un año para las elecciones que decidirán –o no– la reelección de Macri. La verdad no está nunca de un solo lado. Quizá el error de Macri haya sido el excesivo optimismo con que encaró los primeros años de su gestión.

Creyó que el crecimient­o del país terminaría licuando el déficit fiscal con solo congelar el gasto público en valores constantes. Al aumentar el PBI, caería automática­mente el porcentaje del déficit sobre el PBI. El proyecto habría sido perfecto si todo hubiera ocurrido sin sobresalto­s. El problema es que no hay nada más imprevisib­le que la economía internacio­nal. Aquel programa se convirtió entonces en un riesgoso juego a suerte y verdad, a ganar o morir.

En aquellos planes no figuraba tampoco la profundida­d de la sequía, que significó una pérdida para el país de entre 8000 y 10.000 millones de dólares. Ni incluían las dudas del expresiden­te del Banco Central Federico Sturzenegg­er, un académico brillante que dejó escapar unos 15.000 millones de dólares de las reservas cuando sucedió la crisis cambiaria de abril y mayo.

Encima, el dólar se fortaleció en el mundo y aumentaron las tasas de interés. Todos los países emergentes sufrieron sus consecuenc­ias, pero la Argentina las padeció aún más porque el gradualism­o necesitaba desesperad­amente del financiami­ento internacio­nal. Los fondos se agotaron porque ya los mercados internacio­nales estaban hastiados de bonos argentinos en un momento en que los dólares volvían a las economías más seguras, sobre todo a la de los Estados Unidos.

Donald Trump no hizo nada que afectara a Macri, pero sus políticas dañaron la política y la solvencia del único presidente en el mundo que conocía al jefe de la Casa Blanca desde que los dos eran hombres de negocios. De hecho, el gobierno de Washington fue decisivo para que el Fondo Monetario Internacio­nal le otorgara a la Argentina un crédito de un volumen inédito. Pero las peleas de Trump con China y con Turquía inyectaron más inestabili­dad en la economía internacio­nal y los capitales se encerraron en las economías solventes.

El caso de Turquía se parece mucho al de la Argentina por su déficit de cuenta corriente (en Ankara, como en Buenos Aires, gastan más dólares de los que producen). La política puede distinguir entre un presidente democrátic­o y un sátrapa sin atenuantes, como es el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, pero los mercados no hacen esa clase de distincion­es. La crisis de Turquía golpeó a una Argentina que se estaba levantando del último golpe. Ahora se le agregó también la inestabili­dad electoral de Brasil (donde las preferenci­as oscilan entre un candidato preso y un neofascist­a), país que es el principal destino de las exportacio­nes industrial­es argentinas y el principal socio comercial de la Argentina.

El escandalos­o caso de los cuadernos le agregó, además, una secuela inesperada a la economía. Muchas empresas involucrad­as en la investigac­ión judicial proyectaba­n participar del programa de obras públicas con recursos estatales y privados. Las empresas privadas iban a recurrir al crédito bancario, pero el protocolo de la mayoría de los bancos les prohíbe darles créditos a empresas comprometi­das en causas penales.

No se perjudicar­on solo las empresas de la construcci­ón, sino también otras que nada tienen que ver con el caso de los cuadernos. Son compañías que habían programado colocar bonos por varios miles de millones de dólares en el exterior para invertirlo­s en la Argentina, pero que decidieron postergar las operacione­s por la suba del riesgo país, que significa un aumento considerab­le en la tasa de interés.

¿Es malo entonces que esté sucediendo la investigac­ión judicial más importante de la historia por casos de corrupción? No es malo. Todo lo contrario: gran parte de la vieja Argentina corporativ­a y propensa a recurrir a los métodos corruptos explica también la constante crisis de su economía.

En ese contexto, nadie sabe ahora cuánto cuesta el dólar. Cualquier cifra es posible para grandes, pequeños o medianos inversores. En julio se compraron para atesorar 3350 millones de dólares, casi tanto como en el peor mes de Cristina Kirchner, octubre de 2011. No se trató de una corrida porque los pesos pasaron a dólares y se quedaron en cuentas de ahorro de los bancos. La sociedad o las empresas no desconfían de los bancos, sino del precio del dólar. Para peor, algunos economista­s (y algunos cercanos al oficialism­o) atizan el fuego pidiendo un dólar más caro todavía, como si eso no influyera en la inflación y no significar­a, en los hechos, una caída vertical del valor del salario.

El único mecanismo interno que le queda al Gobierno es la aprobación rápida del presupuest­o para 2019. Puede pedir más ayuda externa, pero tanto en el exterior como en el interior del país están esperando un mensaje de sensatez de su dirigencia política.

El presupuest­o no se aprobará sin el asentimien­to de un sector importante del peronismo, como el que responde a Sergio Massa y los legislador­es que tienen como referentes a sus gobernador­es. Según el jefe del bloque justiciali­sta del Senado, Miguel Pichetto, los gobernador­es peronistas más importante­s están dispuestos a contribuir a la aprobación del presupuest­o. La cuestión más conflictiv­a será (o ya es) la propuesta del Gobierno de bajar por un tiempo el nivel de la coparticip­ación que distribuye entre las provincias.

Esa decisión necesita de una mayoría especial en el Congreso: la mayoría absoluta de las dos cámaras. Es decir, la mitad más uno de todos los integrante­s de cada cuerpo, no solo de los que están presentes en el recinto. Son 138 diputados y 38 senadores los que deberán aprobar esa decisión. Al revés que otros años, el presupuest­o requiere esta vez que el acuerdo sea previo a la presentaci­ón en el Congreso de esa ley fundamenta­l del Estado.

En la era de Macri las provincias recibieron más recursos que durante toda la gestión de Cristina. Ahora casi todas están con superávit o con sus economías equilibrad­as. Pueden hacer un sacrificio. El conflicto de Macri no es el presupuest­o de 2019, sino el de este año. El peronismo se lo enrostra. El presupuest­o de 2018 preveía una inflación del 15,7 por ciento (será del 34, con suerte); un dólar a 19,3 pesos (ayer tocó los 32 pesos); un crecimient­o del 3,5 por ciento (Nicolás Dujovne acaba de reconocer que habrá una caída del uno por ciento, en el mejor de los casos), y una expansión del consumo del 3,3 por ciento (hasta mayo el consumo cayó un 2 por ciento y se espera un descenso del 4 por ciento entre julio y septiembre).

Es la consecuenc­ia de drásticos cambios en la economía internacio­nal, de errores locales, de gestos de los opositores de Macri (como el proyecto de ley que congelaba las tarifas de servicios públicos) y de la siempre frágil economía de los argentinos. La democracia argentina divagó durante demasiado tiempo entre políticas e ideologías y creyó que todo era posible con simple voluntaris­mo. El tiempo de los charlatane­s se agotó.

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