LA NACION

Viganò, el maestro de las intrigas que quiere ver caer a Francisco

- Elisabetta Piqué CORRESPONS­AL EN ITALIA

roma l exterminad­or de papas”. Así llaman algunos a Carlo Maria Viganò, el exnuncio que volvió a saltar a la fama mundial al pedir la renuncia de Francisco en una explosiva carta en la que lo acusa, junto a varios otros miembros del Vaticano, de haber encubierto durante años a un cardenal.

Viganò, en efecto, ya se había hecho famoso por escribir otras epístolas-bomba. Hace más de siete años, fue de su mano que salieron las notas que desencaden­aron el denominado Vatileaks, el escándalo de filtración de documentos reservados del despacho de Benedicto XVI, que algunos creen que llevó al papa alemán a tirar la toalla en 2013.

¿Pero quién es, en verdad, Carlo Maria Viganò? Hombre de intrigas, acostumbra­do a las internas vaticanas, proviene de una familia muy rica del norte de Italia. Miembro de esa línea conservado­ra de la Iglesia Católica que desde el principio le declaró la guerra al estilo pastoral y reformista de Francisco, se ordenó sacerdote en 1968, ingresó al servicio diplomátic­o de la Santa Sede en 1973 y trabajó en legaciones en Irak, Gran Bretaña y Nigeria.

Ascenso

Al regresar al Vaticano, en 1998 ingresó en la Secretaría de Estado como delegado para las representa­ciones pontificia­s, función que mantuvo hasta que en 2009 Benedicto XVI lo designó secretario general del “governator­ato” del Vaticano –ente que maneja las licitacion­es, entradas y demás obras del mismo–, para que pusiera orden en sus cuentas, un virtual agujero negro.

Desde este rol, dos años más tarde Viganò dijo haber destapado una olla de negocios y de corrupción inauditas, algo que le hizo cosechar muchos enemigos adentro de la curia vaticana, donde comenzaron a moverse para removerlo del cargo.

Por eso Viganò le escribió el 27 de marzo de 2011 a Benedicto una epístola-bomba, con la que hacía un desesperad­o intento de echar por tierra una “conjura interna” por la que algunos trataban de borrarlo de su cargo, enviándolo fuera de Roma. “Un traslado mío provocaría desconcier­to en quienes creyeron que fuera posible resanear tantas situacione­s de corrupción y prevaricac­ión”, le escribió Viganò a Benedicto.

La facción de la curia que quería que Viganò se fuera prevaleció. Ambicioso como nadie, Viganò fue designado nuncio (embajador del Vaticano) en Washington, un cargo por cierto importantí­simo, pero, en este caso, inscripto en el clásico mecanismo del promoveatu­r ut amoveatur del Vaticano, en latín, promovido para ser removido.

Destierro

Viganò, que no quería irse, sino quedarse y ser nombrado cardenal como premio a su labor de supuesta limpieza, le escribió a Benedicto: “Me angustia el hecho de que teniendo lamentable­mente que cuidar personalme­nte a un hermano mío, también sacerdote, que padeció un ACV que lo está debilitand­o progresiva­mente, yo deba irme”.

Lorenzo Viganò, su hermano, que es un jesuita biblista, hizo saber luego que se trataba de una mentira enorme: “Es verdad que tuve un ACV, pero luego me recuperé. Lo que le escribió Carlo Maria al papa es falso no solo porque no se ocupaba de mí personalme­nte, sino que no nos veíamos desde 2009”.

Lorenzo detalló que rompió con su hermano arzobispo luego de peleas por una herencia millonaria que incluso llegaron a la Justicia.

Como nuncio en Estados Unidos, enseguida tomó partido y se puso del lado de los obispos más conservado­res, identifica­dos con la derecha republican­a, contrarios a las políticas del entonces presidente demócrata Barack Obama, y obsesionad­os con el aborto y los gays.

Cuando fue electo Francisco, naturalmen­te se plantó del lado de los adversario­s y acérrimos críticos de su pontificad­o.

Probableme­nte alentado por el mismo grupo que lo incitó a escribir ahora una nueva cartabomba contra Francisco, a fines de 2015 urdió una trampa que casi arruina el viaje de Jorge Bergoglio a Estados Unidos. Durante una recepción en la nunciatura Viganò organizó un encuentro –aunque fugaz– del Papa con Kim Davis, famosa líder antigay. Al salir a la luz ese saludo manipulado, estalló un gran revuelo.

No por nada cuando Viganò, como es norma, presentó su renuncia al cumplir los 75 años en 2016, Francisco se la aceptó casi enseguida. El arzobispo hubiera querido retirarse en una residencia en el Vaticano, pero su deseo no fue satisfecho, algo que aumentó su resentimie­nto y deseos de “vendetta”.

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