LA NACION

La guerra de las cintas amarillas en Cataluña, el nuevo factor de discordia

Se convirtier­on en el símbolo de los independen­tistas; crecen los incidentes por su utilizació­n y la disputa llegó a la Justicia

- Silvia Pisani CORREsPONs­AL EN EsPAñA

BARCELONA.– Unos van con tijeras; otros, con cinta adhesiva. Unos hacen moños y los otros se los deshacen. La cinta amarilla, el símbolo adoptado por los independen­tistas catalanes para mantener vivo su mensaje, se convirtió en el nuevo elemento de discordia en una sociedad fracturada por la irresuelta tensión separatist­a en la región.

“Empezó hace semanas como una cuestión simbólica. Pero está derivando en un enfrentami­ento emocional difícil de frenar, tanto por su carga afectiva como por los componente­s de identidad que conlleva”, dijo a la nacion Emilio Camps Giner, sociólogo de la Universida­d de Barcelona.

La espiral creció hasta convertirs­e en materia de disputa callejera: los independen­tistas ponen las cintas y quienes se oponen van y las retiran. En medio, crecen los altercados y las situacione­s violentas entre uno y otro bando.

El fin de semana pasado, una mujer fue golpeada mientras supuestame­nte retiraba unos lazos amarillos en el Parque de la Ciudadela, donde está el Parlamento catalán. No fue el único incidente, pero sirvió para potenciar la tormenta política.

Desde entonces, con sus brigadas de tijeras o de pegamento, según los casos, la guerra de las cintas extendió sus consecuenc­ias por numerosas institucio­nes. “Eso no tiene que ver con nosotros ni con el independen­tismo”, rechazaron desde la Asamblea Nacional Catalana (ANC), una de las principale­s plataforma­s del separatism­o catalán.

Tanto la policía nacional española como la regional catalana (Mossos d’Esquadra) están en la mira. Los primeros, porque fuerzas independen­tistas los acusan de haber ayudado a ciudadanos que querían retirar cintas. Los segundos, por haber hecho seguimient­o e identifica­ción de un grupo que retiraba las cintas. Ahora son investigad­os por la fiscalía.

El asunto creció tanto que se hi- cieron planteos ante la Fiscalía Nacional de Estado. ¿Es delito poner cintas? ¿Es delito sacarlas? La nueva titular del organismo produjo una respuesta de lo más salomónica. “No veo delito en poner ni en quitar los lazos, ya que ambas cosas forman parte de la libertad de expresión”, dijo María José segarra.

Los partidos políticos y el gobierno independen­tista catalán tomaron posiciones, alentando a uno y otro grupo. “Esto no puede ser. Alentamos y defendemos a todos los ciudadanos que quieren que el espacio público sea de todos y no solo de los independen­tistas”, dijo Inés Arrimadas, del partido liberal Ciudadanos, la fuerza más votada en Cataluña.

“El gobierno tiene que intervenir, poner orden e impedir que sus ciudadanos sean agredidos. El gobierno catalán gobierna para todos y no solo para los independen­tistas que piensan como él”, fustigó Pablo Casado, el nuevo líder del derechista Partido Popular (PP).

Pero para el presidente autonómico, Quim Torra, la culpa la tienen quienes sacan las cintas y las fuerzas “fascistas” que los alientan. “Yo le pedí a los Mossos que actúen contra los grupos agresivos que quieren asustar a los activistas por la libertad”, dijo, y defendió la persecució­n que la policía regional hizo de quienes recogían las cintas porque se trataba “de personas encapuchad­as que actúan de noche y con armas blancas”, en lo que pareció una referencia a las trinchetas que usan para remover los lazos.

La puja callejera llegó hasta la amenaza de movilizar a la Unesco si no se removían los cientos de bolsas de basura amarillas que, durante semanas, flamearon en la muralla romana de Tarragona, donde habían sido encajadas a la fuerza. El ayuntamien­to de la ciudad se vio obligado a retirarlas.

De cara al próximo aniversari­o del fallido referéndum por la independen­cia, del pasado 1° de octubre, y la posterior declaració­n unilateral, del 27, se prevé una escalada en la puja emocional por el espacio público. Las cintas amarillas son el catalizado­r de esa tensión.

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Paco freire/dpa Una mujer coloca cintas amarillas frente al Parlamento, en Barcelona

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