Las mujeres sauditas, a la vanguardia del cambio
El permiso al sexo femenino para manejar vehículos simboliza las reformas sociales puestas en marcha en el reino conservador; sin embargo, muchos dudan de que en el futuro haya mayores libertades
PPara el 50 por ciento femenino de la población, la vida cotidiana en una inmensa metrópolis de siete millones de personas como Riad exige toda una serie de cálculos y una logística muy compleja. ¿Habrá un hombre disponible para llevarme en auto hasta mi cita con el médico? ¿Quién lleva a los chicos a la escuela? ¿Qué puerta debo usar para entrar en ese edificio? ¿Cuál es la fila en la que debo ponerme para pedir mi café en el patio de comidas del shopping?
A veces, en el transcurso de un mismo día, las mujeres tendrán que descubrirse y volver a cubrirse la cabeza o el rostro varias decenas de veces, y de maneras muy distintas, dependiendo de si hay hombres presentes o de si los conocen o no. El castigo por hacerlo incorrectamente puede ir desde el ostracismo social, la humillación pública de la mujer y su familia, y el acoso de los hombres, hasta incluso, como ocurría hasta hace poco, el arresto y el encarcelamiento.
Muy de a poco, pero de manera sensible, todas esas consideraciones que deben tener en cuenta diariamente las mujeres se están simplificando y el costo de no sujetarse a ellas es cada vez menos grave. Las reformas sociales lanzadas por el príncipe heredero del trono saudita, Mohammad bin Salman, están produciendo cambios en muchos aspectos de la vida cotidiana en este reino tan conservador, cambios que benefician fundamentalmente a las mujeres, que en Arabia Saudita han sido tratadas de un modo que marginó a ese país del resto del mundo durante décadas.
Ya empiezan a verse mechones de pelo que escapan debajo del hiyab, la segregación de hombres y mujeres en las filas de los comercios se va desdibujando y el gobierno se está retirando lentamente de su otrora rígida intromisión en la vida de las mujeres. Y desde el 24 de junio pasado, las mujeres sauditas tienen permiso para manejar vehículos, el cambio más importante hasta el momento, tanto desde lo simbólico como desde sus aspectos prácticos.
Por supuesto que las libertades políticas no forman parte de esa agenda de cambio. Hace unos meses, el arresto de 17 activistas, entre ellas siete prestigiosas mujeres que hicieron campaña por el derecho a manejar, fue una clara señal hacia todos los sauditas de que el gobierno puede conceder libertades, pero también puede cercenarlas. Ocho de las detenidas ya fueron liberadas, pero hay nueve que todavía están tras las rejas, incluidas tres de las activistas por el derecho a manejar.
Para Hala al-dasari, una activista que apoyó la campaña a favor del manejo y que estudia en la Universidad de Harvard, los arrestos tienen menos que ver con las demandas específicas de cada caso que con el hecho mismo de que las mujeres exijan algo, y agrega que también son arrestados clérigos varones, blogueros y activistas de derechos humanos que son críticos del gobierno desde ángulos muy distintos, aunque sus casos cobran menor notoriedad.
Por el contrario, la nueva Arabia Saudita parece más encaminada hacia una forma aún más dura de autoritarismo, aunque el gobierno impulse reformas sociales que estén empezando a liberar a las mujeres de uno de los sistemas de discriminación de género más rígidos del mundo. de hecho, según dosari, las campañas futuras a favor de reformas más profundas para la vida de las mujeres, como la abolición de la detestada “ley de tutela”, que exige el permiso de un varón a cargo a toda mujer que quiera viajar, trabajar o incluso ir a un café, serán reprimidas.
“Las únicas reformas que se aplicarán serán las que señale el Estado”, dice dosari. “Y el príncipe Mohammed bin Salman quiere erigirse en árbitro, para decidir qué reforma hacer y cuándo”.
Sin embargo, tampoco hay señales de que vayan a dar marcha atrás con las reformas ya implementadas. Los periódicos sauditas machacan incansablemente con informes sobre la primera mujer que logró tal y cual cosa en determinada actividad, como un ejemplo del supuesto gran salto que se estaría produciendo en términos de igualdad de género: la primera guía de turismo, la primera instructora de alpinismo, el primer equipo femenino de inspectoras de comercio, la primera cantante saudita de blues.
Segregación vigente
Pero para la mayoría de las mujeres comunes, son cambios más prosaicos, y siguen mayormente sujetas a lo que decreten los hombres que haya en sus vidas. En la provincia costera de Jiddah, desde siempre más liberal que la desértica Riad, algunas mujeres ya se han desembarazado del todo del hiyab, y algunos cafés y restaurantes han eliminado los sectores diferenciados
Las mujeres pueden ahora hacer una carrera profesional, instalar un negocio, divorciarse. “Es como si por primera vez nos dejaran respirar”, dice Walla Jarallah, de 32 años
de familias y de hombres solos, que fueron pensados para asegurarse de que las mujeres no se crucen con hombres que no conocen. Pero es en Riad, donde las tradiciones tribales conservadoras suelen imponerse, donde finalmente se producirá la prueba de fuego de la liberalización. Aquí, la segregación sigue vigente en restaurantes y cafés, y la abrumadora mayoría de las mujeres se cubren el rostro con la nicab y siguen usando hiyabs y abayas, a pesar de las declaraciones del príncipe heredero de que ya no son obligatorios.
Al ser entrevistadas, decenas de mujeres sauditas de todos los segmentos sociales aseguran, sin embargo, que las reformas están cambiando sus vidas de maneras que antes les parecían inimaginables. Pueden hacer una carrera profesional, instalar un negocio y, sobre todo, una de las reformas más valoradas y menos publicitadas: divorciarse y recibir cuota alimentaria para sus hijos.
“Es como si por primera vez nos dejaran respirar”, dice Walla Jarallah, de 32 años, quien recientemente volvió de estudiar dos años fotografía en Nueva York y que de pronto se encontró pasmada con las restricciones que todavía existen y gratamente azorada por las transformaciones ya ocurridas.
Pero las entrevistas a esas mujeres también suscitan interrogantes que todavía no tienen respuesta. ¿Esos cambios se mantendrán en pie? ¿Llegarán tan lejos como para marcar una verdadera diferencia? ¿O tal vez están yendo demasiado lejos para esta sociedad conservadora, con el riesgo de que haya un efecto rebote que vuelva el tiempo atrás?
Las presiones sociales
Durante todo el día y hasta entrada la noche, un flujo constante de choferes de taxis, de Uber y de autos particulares dejan a mujeres cubiertas de negro de pies a cabeza frente a una puerta de aspecto inofensivo donde un cartel reza: “Prohibido el ingreso de hombres y niños”. Una vez adentro, las mujeres se descubren el rostro y la cabeza, se piden uno de la amplia variedad de cafés que ofrece el bar Kanakah y se sientan a charlar con sus amigas o a trabajar en sus laptops.
El local es uno de los numerosos bares que son propiedad de mujeres, manejados por mujeres y exclusivos para mujeres que han surgido en el centro de Riad para atender a la próspera clientela de mujeres profesionales que quieren relajarse sin la presión social que implica la presencia de varones.
La logística de manejar un café exclusivo para mujeres en Arabia Saudita es muy compleja. Los proveedores de café y de la harina que se utiliza diariamente para la pastelería casera dejan la mercadería en un zaguán entre la puerta de calle y una puerta interior. Cuando los hombres han terminado de descargar, las empleadas del local introducen las provisiones en la cocina, evitando de ese modo el contacto con desconocidos del sexo opuesto.
Cuando pasa algo que requiere la presencia de un plomero o de un electricista, el local cierra para que sus clientas no se vean en la situación incómoda de tener hombres a su alrededor.
Actualmente, la presión para vestirse de manera conservadora y evitar la compañía de los hombres proviene más de las tradiciones sociales que de la coerción del gobierno, dice Najwa, una estudiante de medicina de 20 años que se citó en el café con unas amigas.
“La sociedad te la hace difícil. Si no me vistiera con la abaya, todo el mundo me miraría”, afirma Najwa, que sueña con poder ponerse lo que se le dé la gana.
“No quiero ser la primera que lo haga. Si alguna se atreve, yo la sigo. El tema es quién lo hace primero”, agrega su amiga Hessa, de 28 años, una fotógrafa de casamientos que no está demasiado segura de vestirse de otra manera.
Sin embargo, todas las mujeres concuerdan en que el código de vestimenta es una nimiedad comparado con las oportunidades de empleo que se les están abriendo a las mujeres y con el derecho a conducir vehículos. La abaya, según ellas, es una saludable y cómoda tradición saudita, “y debajo podés quedarte en piyama”, dice Sarah, asistente social de 28 años. Los varones sauditas también se cubren la cabeza con pañuelos tribales y usan la túnica blanca tradicional, que ya no es obligatoria en absoluto, pero que sigue siendo elegida por la abrumadora mayoría de los hombres.
Las mujeres discrepan sobre el alcance que deberían tener los cambios. “Quiero que todo sea como en los Estados Unidos”, dice Najwa.
“Como en Estados Unidos no”, reacciona rápidamente Sarah. “Sabemos por la televisión que en Estados Unidos muchas mujeres son víctimas de acoso”.
El miedo al acoso sexual está presente en todos los aspectos de la vida de la mujer saudita, y en las entrevistas es mencionado como el principal motivo para no aprovechar los cambios que ofrece el Estado. Hasta las mujeres más conservadoras están contentas con su flamante derecho a manejar, pero son pocas las que estarían dispuestas a agarrar el volante si los hombres empezaran a acosarlas o insultarlas.
“Nos van a seguir con el auto, se van a poner al lado para pedirte el número de teléfono, se van a ofender cuando nos neguemos, y muchos se van a reír de nosotras”, anticipa Hessa.
Una ley aprobada hace un par de meses establece multas y penas de hasta cinco años de prisión para cualquier tipo de acoso.
Según una activista de Riad que prefiere no dar su nombre por los riesgos que corren las feministas, son las propias mujeres, refugiadas en sus familias durante décadas, las que necesitan ajustarse a sus nuevas libertades.
“Llevamos 40 o 50 años de lavado de cerebro por parte de la televisión y las mezquitas. Si salimos a manejar, a las mujeres nos van a saltar todas esas bestias encima. Nos obligaron a tenerles miedo a todos los hombres del planeta”, dice. “Pero los hombres no son así. Por supuesto que hay malos tipos, pero son la minoría. Hay que sacarse los mitos que rodean las relaciones entre géneros”.
Las grandes beneficiarias
Como los hombres siguen siendo los árbitros definitivos de lo que puede o no puede hacer una mujer, las grandes beneficiarias de estas nuevas libertades tal vez sean las mujeres que tienen razones más urgentes para emanciparse. Muchas de las reformas más publicitadas afectan sobre todo a las elites, a las que les da lo mismo que sus hijas sean instructoras de esquí o cantantes de rock.
Con menos bombos y platillos, los tribunales de familia de Riad están inundados de casos de mujeres que piden el divorcio y la cuota alimentaria para sus hijos, gracias a una ley aprobada en marzo que concede automáticamente a la madre la custodia de sus hijos. Otra ley, aprobada hace tres años, les concedió a las mujeres el derecho a iniciar el trámite de divorcio y a reclamar cuota alimentaria. Una ley de 2016 les garantizó a las divorciadas y viudas el derecho a un documento de identidad de jefa de familia, que las liberó del yugo de la ley de tutela.
Así que las mayores beneficiarias son las mujeres más pobres de Arabia Saudita, cuyos padres no pueden sostenerlas una vez que se divorcian. Todos los jueces son varones, pero todas las mujeres están encantadas de lo fácil y ágil que es el proceso.
“Todo es más fácil para nosotras ahora”, dice Sarah, de 41 años, que se divorció hace tres años de su marido y ahora reclama alimentos para sus seis hijos. “Ahora los jueces parecen ponerse más del lado de las mujeres”.
“Es facilísimo”, dice Majouda, de 41 años, que estuvo 17 años casada con un abusador y ya casi logró el divorcio. “El juez me dijo que nadie puede obligarme a vivir con un hombre con el que no quiero vivir”.
Para otras mujeres atrapadas en el seno de familias conservadoras, casarse es como una vía de escape. “Quiero manejar, pero mis padres no me dejan”, dice Rahaf, de 18 años, que atiende un puesto de venta de abayas negras en el mercado más grande de Riad, Souq al-Tayeb, donde hacen sus compras la mayoría de las mujeres conservadoras. “El que maneja en casa es el hombre de la familia”.
La mayoría de las abayas que se venden en su puesto son negras, pero algunas tienen vivos grises o de algún color oscuro, una nueva moda que apunta a conciliar la innovación con los límites. Una nota de color sobrio expresa el deseo osado de atravesar las barreras existentes, pero no tanto como para sobresalir. “No queremos llamar la atención”, dice Rahaf.
“Al menos hasta que me case, para mí no cambia nada”, añade. “Mi madre repite que tengo que esperar y que cuando esté casada el tema dependerá de mi marido”.