LA NACION

El abandono del mantenimie­nto se cobra en vidas

La caída del Puente Morandi, en Italia, pone frente al espejo a una Argentina que ha pagado con numerosas muertes el desvío de dinero para la obra pública

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El derrumbe del Puente Morandi, en Génova, volvió a refrescar la memoria de acontecimi­entos desgraciad­os ocurridos en la Argentina como consecuenc­ia del desvío de fondos hacia la corrupción cuando debían haberse aplicado al mantenimie­nto de la infraestru­ctura. El caso italiano, claramente diagnostic­ado por el ingeniero Tomás del Carril, la máxima autoridad de nuestro país en grandes puentes y conocedor de la infraestru­ctura colapsada, ocurrió por la rotura de un tirante. Esto se debió a la falta de reemplazo de tirantes recubierto­s de hormigón, una forma ya perimida de protección que no asegura impermeabi­lidad y oculta la corrosión. O sea, hubo falta de mantenimie­nto adecuado no por desconocer la técnica, ya que una parte de los tirantes había sido cambiada o reforzada. El dinero no fue utilizado donde era imprescind­ible.

El gobierno italiano rescindió el contrato de concesión de la autopista y la Justicia de ese país actuará sobre los culpables, pero nada puede resolver el drama de los muertos en la catástrofe. Es la misma considerac­ión que debemos hacer para la tragedia ferroviari­a de Once, para la inundación en La Plata y para los innumerabl­es accidentes en rutas saturadas que perduran sin separar calzadas, ni controlar accesos, ni arreglar sus pavimentos.

Durante la gestión kirchneris­ta, la falta de mantenimie­nto fue en general una consecuenc­ia de la corrupción. Los subsidios que compensaba­n congelamie­ntos tarifarios estaban sujetos a “retornos”. Esos comportami­entos están hoy confirmado­s por funcionari­os y empresario­s arrepentid­os, que hablan de un sistema sujeto a porcentaje­s preestable­cidos. Las sumas de dinero eran tan grandes que no podían ser cubiertas solo con encarecer artificial­mente el costo de las obras. También debían sacrificar­se los gastos en mantenimie­nto. Esta falencia era obviada por los órganos de control, cuyos funcionari­os deliberada­mente miraban para otro lado, ya sea por temor a sus jefes o por participar en la corrupción.

La falta de mantenimie­nto se hizo patética en hospitales y escuelas. Este sector, que es responsabi­lidad principal de las provincias y municipios, mostró múltiples casos de deterioro y de situacione­s extremas que obligaron a suspender las clases o los servicios. Mientras esto ocurría, la generalida­d de los gobiernos provincial­es aumentaban innecesari­amente sus plantas burocrátic­as. El populismo y los caudillism­os sindicales, que ocasionaro­n gastos crecientes, se sumaron a los desvíos espurios de fondos con fines políticos o enriquecim­ientos personales. La paradoja es que los gremios docentes y los de los profesiona­les de la salud, fuertement­e ideologiza­dos, se rasgan las vestiduras ante el menor caso de una escuela o una sala de guardia sin calefacció­n.

Fuentes oficiales hablan de un abaratamie­nto de las obras públicas del orden del 40%. La recomposic­ión de las tarifas de energía y transporte está rencauzand­o gradualmen­te el financiami­ento, lo que permitirá recuperar el mantenimie­nto fuera de la discrecion­alidad de los subsidios. Estos son siempre un caldo de cultivo para la corrupción. La aparición de los cuadernos con sus consecuenc­ias sanadoras le ha dado un golpe de gracia a la cartelizac­ión entre constructo­res, un delito de empresas privadas que permitía suprimir la competenci­a, aumentar los precios y enriquecer a ambas puntas: la pública y la privada.

La caída del Puente Morandi ha sido una desgracia mayor y pone frente al espejo a una Argentina en la que sucedieron hechos relacionab­les. Creemos que la lección ha sido aprendida y que el cambio ya se ha iniciado.

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