Colombia: el ELN y la paz
APESAR de la voluntad y el interés demostrado por el gobierno del expresidente Juan Manuel Santos, a varios años de iniciadas, las negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) volvieron a quedar en el aire. El nuevo presidente, Iván Duque, al frente del futuro de esa negociación, manifestó en su asunción: “Durante los primeros 30 días de nuestro gobierno vamos a realizar una evaluación responsable, prudente y completa del proceso que durante 17 meses se ha adelantado con el ELN”.
Para esta evaluación, el mandatario colombiano se reunirá con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Iglesia Católica y los llamados países amigos que han venido apoyando ese proceso. No obstante, fijó claramente las condiciones para la continuidad de las negociaciones al señalar que “un proceso creíble debe cimentarse en el cese total de acciones criminales, con estricta supervisión internacional y tiempos definidos”.
Los antecedentes de intransigencia del ELN y su falta de flexibilidad atentan contra los propósitos de paz que los insurgentes manifiestan tener y son interpretados por algunos observadores como intentos de dilatar indefinidamente un eventual acuerdo final. Los acontecimientos sucedidos en el último tiempo así parecen confirmarlo: cuatro policías, tres militares y dos civiles secuestrados.
El ELN debe comprender que su actitud desafiante debilita el diálogo y pone en riesgo extremo un proceso de paz. No debería descartarse que, ante una situación así, el gobierno tenga que disponer una ofensiva militar para poner fin a esa guerrilla.
El diálogo con el ELN no puede ser un acto de fe ni de concesiones sin reglas. Los objetivos de este difícil proceso deben contemplar el cese unilateral del fuego, el plazo para la entrega de armas, la consolidación de una paz duradera, la liberación de los secuestrados y saldar la deuda histórica con las víctimas. Solo así los colombianos creerán que este proceso realmente puede desembocar en una paz verdadera y duradera.