LA NACION

Verdadera inclusión

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Estaba con mi hijo Francisco, de 31 años y con síndrome de Down, haciendo la cola para pesar frutas y verduras en un hipermerca­do, cuando una joven de entre 20 y 30 años se nos acerca y con una sonrisa dulce le pregunta a Francisco: “¿Cómo te llamás? ¿Cuántos años tenés? ¡Qué lindo que sos!” Francisco me miró como diciendo… “¿qué bicho le picó?” Doy por descontada la buena onda y las buenas intencione­s de esta joven, ¿pero qué hubiera pasado si hubiese sido al revés?, ¿si mi hijo hubiera avanzado así sobre una mujer totalmente desconocid­a? Imagino algunas respuestas posibles: “¡Qué maleducado! ¡Por su discapacid­ad intelectua­l no

maneja sus frenos inhibitori­os! ¡Es hiperactiv­o sexual!” Y segurament­e no habría denuncias de cuestión de género o acoso solo por “lástima”, ya que segurament­e las habría de no mediar una condición de discapacid­ad. Puedo comprender (no justificar) una actitud paternalis­ta o asistencia­lista de quienes somos de una generación que fuimos formados y educados con otro paradigma, pero me llama muchísimo la atención que una muchacha joven tenga también ese “virus” incorporad­o en su ADN social. Y me preocupa, porque la verdadera inclusión pasa, entre otras cosas, por no sorprender­se de la situación de inclusión y respetar la intimidad del otro salvo, obviamente, que requiera de algún apoyo. Luis G. Bulit Goñi Presidente del Consejo Asesor de Asdra DNI 11.451.767

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