Vuelven los ‘60
La incomprensible Conmebol, la vieja Libertadores y un partido que terminó explotando
SAN PABLO.– La serie entre Independiente y Santos de los octavos de final por la Copa Libertadores no llegó a su fin. A 9 minutos del cierre, y con el marcador 0-0, el árbitro chileno Julio Bascuñán suspendió el encuentro de vuelta. Los hinchas tiraban bombas de estruendo y proyectiles, la policía los ahuyentaba con palos y las paredes de contención amenazaban con ceder. Imágenes de otros tiempos, propias de medio siglo atrás, que el fútbol sudamericano quería desterrar.
Las advertencias que enmascaraban amenazas, sutiles y no tanto, fueron constantes antes del partido jugado en el estadio Pacaembú. El clima estaba enrarecido desde horas antes, no solamente por el fallo, enormemente demorado, que decidiría si Santos era sancionado por la inclusión irregular de Carlos Sánchez en el primer encuentro, sino también por las indicaciones que llegaron desde Avellaneda para que los hinchas argentinos evitasen gestos racistas, algo que no cayó bien entre los locales.
A un par de kilómetros de la plaza Charles Miller, corazón de la concentración de santistas previa al partido, algunos torcedores destacaban “el coraje” de los de Independiente para viajar para un cruce como este. En realidad, marcaban el terreno como zona de peligro para los argentinos que llegaron al histórico estadio paulista. Y vaya si sería terreno hostil.
Horas antes del juego hubo algunos incidentes. Mientras hacían fila para ingresar, simpatizantes de Independiente fueron agredidos por una facción de la torcida organizada –la barra brava– de Santos, que les tendió una emboscada aprovechándose de la impericia de la policía. Esta, según testimonios de los propios fanáticos del Rojo, “liberó la zona” para que los violentos se despachasen a gusto. Un par de heridos por arma blanca fue el saldo. Fue casi un milagro que las consecuencias no resultaran peores.
Ya en las puertas del Pacaembú los fanáticos del Peixe desplegaban una inmensa fiesta, con fuegos artificiales y banderas. La mayoría de los cánticos, sin embargo, no apoyaba al equipo, sino que tenía como blanco a la Conmebol, tildando a sus directivos de “ladrones”. A esa altura, todos conocían el fallo que le daba el cotejo de ida a Independiente por 3 a 0.
Entre los locales el sentimiento era único. “Estoy con rabia, mucha rabia. La Conmebol, desde un escritorio, nos puso contra las cuerdas. Hoy vamos a hacer la fiesta igual, pero sintiendo que nos robaron”, decía Gustavo, un santista que reside en el barrio de Higienópolis, a pocas cuadras del estadio. “Los partidos se ganan en la cancha. Si no, que hagan un campeonato de abogados”, agregó. Para entonces, la Conmebol ya había emitido su dictamen. Y había reafirmado la suspensión de una fecha a Carlos Sánchez. Horas más tarde, Santos elevó un recurso de reconsideración y el tribunal de disciplina se rectificó: el uruguayo podía jugar. Una desprolijidad más en la semana más negra de la confederación en mucho tiempo. Hace unos días había pasado en Temuco, Chile. Ayer, en San Pablo. Dos series definidas en los escritorios; dos series que concluyeron con incidentes y mucha discusión sobre la justicia del resultado global.
Los santistas vivieron el partido como una batalla; querían empujar a su equipo hacia una gesta histórica. Eso no sucedió ni estuvo cerca de suceder. El final estaba casi cantado. Una bomba de estruendo cayó cerca de los suplentes de Independiente y dio paso a otras, y fue una invitación al caos. En medio de la agitación, hinchas locales intentaron invadir el campo y se llevaron una paliza de la policía. Más bombas. Corridas en las tribunas. Enfrentamientos entre la policía y la organizada santista. En otro sector, butacas del Pacaembú eran arrancadas y volaban hacia el campo. Mientras tanto, los jugadores de Independiente se retiraban.
De a poco el estadio fue vaciándose y, por primera vez, la calma ganó espacio en la tensa noche paulista. Ya no había bombas ni peleas, y sí un grupo de hinchas de Independiente que no paraba de cantar, esperando su turno para salir del estadio. Loes esperaba una San Pablo áspera.