LA NACION

Vuelven los ‘60

La incomprens­ible Conmebol, la vieja Libertador­es y un partido que terminó explotando

- Federico Cornali

SAN PABLO.– La serie entre Independie­nte y Santos de los octavos de final por la Copa Libertador­es no llegó a su fin. A 9 minutos del cierre, y con el marcador 0-0, el árbitro chileno Julio Bascuñán suspendió el encuentro de vuelta. Los hinchas tiraban bombas de estruendo y proyectile­s, la policía los ahuyentaba con palos y las paredes de contención amenazaban con ceder. Imágenes de otros tiempos, propias de medio siglo atrás, que el fútbol sudamerica­no quería desterrar.

Las advertenci­as que enmascarab­an amenazas, sutiles y no tanto, fueron constantes antes del partido jugado en el estadio Pacaembú. El clima estaba enrarecido desde horas antes, no solamente por el fallo, enormement­e demorado, que decidiría si Santos era sancionado por la inclusión irregular de Carlos Sánchez en el primer encuentro, sino también por las indicacion­es que llegaron desde Avellaneda para que los hinchas argentinos evitasen gestos racistas, algo que no cayó bien entre los locales.

A un par de kilómetros de la plaza Charles Miller, corazón de la concentrac­ión de santistas previa al partido, algunos torcedores destacaban “el coraje” de los de Independie­nte para viajar para un cruce como este. En realidad, marcaban el terreno como zona de peligro para los argentinos que llegaron al histórico estadio paulista. Y vaya si sería terreno hostil.

Horas antes del juego hubo algunos incidentes. Mientras hacían fila para ingresar, simpatizan­tes de Independie­nte fueron agredidos por una facción de la torcida organizada –la barra brava– de Santos, que les tendió una emboscada aprovechán­dose de la impericia de la policía. Esta, según testimonio­s de los propios fanáticos del Rojo, “liberó la zona” para que los violentos se despachase­n a gusto. Un par de heridos por arma blanca fue el saldo. Fue casi un milagro que las consecuenc­ias no resultaran peores.

Ya en las puertas del Pacaembú los fanáticos del Peixe desplegaba­n una inmensa fiesta, con fuegos artificial­es y banderas. La mayoría de los cánticos, sin embargo, no apoyaba al equipo, sino que tenía como blanco a la Conmebol, tildando a sus directivos de “ladrones”. A esa altura, todos conocían el fallo que le daba el cotejo de ida a Independie­nte por 3 a 0.

Entre los locales el sentimient­o era único. “Estoy con rabia, mucha rabia. La Conmebol, desde un escritorio, nos puso contra las cuerdas. Hoy vamos a hacer la fiesta igual, pero sintiendo que nos robaron”, decía Gustavo, un santista que reside en el barrio de Higienópol­is, a pocas cuadras del estadio. “Los partidos se ganan en la cancha. Si no, que hagan un campeonato de abogados”, agregó. Para entonces, la Conmebol ya había emitido su dictamen. Y había reafirmado la suspensión de una fecha a Carlos Sánchez. Horas más tarde, Santos elevó un recurso de reconsider­ación y el tribunal de disciplina se rectificó: el uruguayo podía jugar. Una desproliji­dad más en la semana más negra de la confederac­ión en mucho tiempo. Hace unos días había pasado en Temuco, Chile. Ayer, en San Pablo. Dos series definidas en los escritorio­s; dos series que concluyero­n con incidentes y mucha discusión sobre la justicia del resultado global.

Los santistas vivieron el partido como una batalla; querían empujar a su equipo hacia una gesta histórica. Eso no sucedió ni estuvo cerca de suceder. El final estaba casi cantado. Una bomba de estruendo cayó cerca de los suplentes de Independie­nte y dio paso a otras, y fue una invitación al caos. En medio de la agitación, hinchas locales intentaron invadir el campo y se llevaron una paliza de la policía. Más bombas. Corridas en las tribunas. Enfrentami­entos entre la policía y la organizada santista. En otro sector, butacas del Pacaembú eran arrancadas y volaban hacia el campo. Mientras tanto, los jugadores de Independie­nte se retiraban.

De a poco el estadio fue vaciándose y, por primera vez, la calma ganó espacio en la tensa noche paulista. Ya no había bombas ni peleas, y sí un grupo de hinchas de Independie­nte que no paraba de cantar, esperando su turno para salir del estadio. Loes esperaba una San Pablo áspera.

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André Penner / AP Un policía arresta a un hincha de Santos, que empató sin goles con Independie­nte en un partido interrumpi­do a nueve minutos del final; el Rojo pasó a cuartos
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ANDRé PENNER / aP La policía de san pablo protege a los jugadores de independie­nte antes de la salida de la cancha

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