LA NACION

La estoica Raquel quería que su hijo fuera contador

La primera vez que la madre de Manu fue a verlo jugar, el crack terminó en el hospital por un golpe; el viaje a La Rioja, su último intento

- Diego Morini

Para Raquel no había espacio para otro jugador de básquetbol. Leandro y Sebastián ya habían llegado a ser profesiona­les y para el más pequeño de sus hijos ella imaginaba otro futuro. Quizá contador. Cada mañana se encargaba de que Emanuel desayunara bien antes de ir a la escuela, porque después seguía su día adentro en Bahiense del Norte, donde hacía todo tipo de esfuerzos por llegar a ser como sus hermanos. Pero era tan chiquito que nadie pensaba en eso, incluso Raquel sufría porque temía que lastimasen a Manu . El objetivo de la mamá de los Ginóbili era que sus hijos estudiaran y no solo dediquen su vida al deporte.

Cada mañana llegaba a la casa del pasaje Vergara, Oscar Sánchez, un amigo de la familia que solía ir a tomar unos mates antes de ir a trabajar en Bahiense. Y en cada visita empujaba al más chico de la dinastía Ginóbili a jugar con la pelota de básquet. Manu eludía las sillas de la cocina y se escuchaban las risas de alegría, pero antes del deporte, las reglas en esa casa eran concretas: mucho respeto, estudiar sin excusas y aprender inglés, una tarea que durante ocho años Manu cumplió sin chistar en la Asociación Bahiense de Cultura Inglesa, a unas seis cuadras del pasaje Vergara.

Fue creciendo el deseo de Manu por ser profesiona­l y Sánchez una vez más estaba en las charlas familiares de cara al futuro del pequeño de los Ginóbili. No había mucho margen para pensar en una carrera deportiva, pero Huevo Sánchez quería llevarse a Manu a La Rioja para el nuevo desafío que había encarado Andino en la Liga Nacional. Era la oportunida­d ideal, aunque Raquel no quería saber nada: “A éste no te lo llevás, no le vas a arruinar la vida”, le dijo la mamá de Manu a Sánchez.

Se comprometi­ó el pequeño a terminar la escuela secundaria en La Rioja y esa fue la clave de la negociació­n. Pero Raquel no se daba por vencida y durante el viaje que hicieron desde Bahía Blanca en un Fiat Regatta color azul se desató una auténtica lucha de su madre por convencerl­o de que desista de su deseo de ser un profesiona­l del deporte. Los 2500 kilómetros fueron de sugerencia­s varias y algunas frases para el recuerdo: “Mirá qué lejos que está La Rioja, volvamos a Bahía. Dale, volvamos. Si volvemos podés estar con tus compañeros de la secundaria, con los que te llevás tan bien...”.

Ahora bien, los temores de Raquel respecto de los peligros de que el básquetbol pudiera complicar a sus hijos la empujó a no ver los partidos en los que participab­an ellos. Incluso, cuando ya fueron profesiona­les. En la última temporada en los Spurs apenas miró medio tiempo de algunos partidos, lo que es muchísimo, porque no quería siquiera ver dos segundos de un juego en el que Manu estuviese en acción. Dante, Nicola y Luca, sus nietos, muchas veces la “arrastraro­n” hasta las tribunas del AT&T Center.

Si bien los miedos de mamá Ginóbili obedecían a su condición de mujer protectora, los temores se potenciaro­n después de una situación algo tensa que les tocó vivir en una cancha. Cuando Manu tenía casi 17 años se hizo un trabajo de hormiga para tratar de convencer a Raquel de que aceptara ir a ver un partido a Bahiense del Norte. Con la excusa de que iba toda la familia lograron que aceptara. En la vieja cancha del club se ubicó en las gradas que estaban detrás de uno de los aros.

Había un problema y era que el joven Emanuel era una especie de caballo desbocado que saltaba y volcaba la pelota con furia. Por lo tanto, no había partidos en los que jugase a media máquina, no existía un amistoso para él. Entonces cada bola era la última, por eso, en una salida rápida aprovechó su velocidad, remontó la cancha a toda marcha, enterró la pelota y quedó colgado del aro.

En la defensa de esa acción estaba Diego Cavaco, que de atrás, sin ninguna intención, tocó a Manu, quien perdió el balance, cayó de cabeza y se dio un tremendo golpe en la nuca.

En el libro Manu el héroe, el ex entrenador de Bahiense, Daniel Rodríguez, recordó lo que pasó esa tarde: “Cuando vimos al Narigón caer nos quedamos helados. Fue justo enfrente de su mamá, y era la primera vez que iba a ver un partido de Manu como profesiona­l. Fue como una catástrofe. Llegó el servicio médico de emergencia y lo levantaron con mucho cuidado. Lo sacaron en una camilla y con un cuello ortopédico. El golpe fue muy fuerte, tuvo que quedarse internado para una serie de estudios. Al día siguiente lo dejaron volver a su casa pero le dijeron que por una semana o diez días no podía jugar. Eso era imposible. Al día siguiente nos íbamos a Campana para jugar otro amistoso y se vino. No hubo manera de evitar que viajara. Se entrenó, pero creo que no lo dejé jugar”.

Sonríe Raquel, corren por ahí Dante y Nicola, por la cancha de San Antonio Spurs. Está relajada y, sentada en una de las butacas del AT&T Center, se permite decir: “Ahora que ya está viejo y cerca del retiro no me pongo tan nerviosa y lo puedo ver cómo juega”.

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Gentileza de diario la nueva Jorge, el padre, y Raquel, la mamá que sufría viendo a Manu

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