LA NACION

EI retrocede y deja desiertas las aldeas cristianas sirias

Los jihadistas demolieron las iglesias y forzaron al exilio a habitantes de los pueblos bajo su control

- Ben Hubbard THE NEW YORK TIMES

TEL TAL, Siria.– Los recuerdos del trabajador petrolero jubilado están poblados de imágenes de la aldea siria donde creció: la capilla de adobe donde se casó, la iglesia de cemento que ayudó a construir y que los domingos se llenaba de fieles, la estrecha comunidad de cristianos de la Iglesia Asiria del Oriente que vivió en la zona por generacion­es. Ahora, la aldea es un pueblo fantasma.

La iglesia es una pila de escombros, el campanario y la cruz están tumbados como un árbol caído. Las calles de tierra están invadidas por la maleza, y los únicos transeúnte­s son los perros. La mayoría de las viviendas están vacías; sus dueños están Alemania, en Australia, en Estados Unidos o en alguna otra parte.

“Todas estas casas estaban habitadas”, dice Ishaq Nissan, el petrolero jubilado de 79 años. “En mi cuadra ahora solo quedamos mi vecino y yo”.

El mismo destino corrieron todas las aldeas cercanas, donde muchas generacion­es de cristianos asirios, una de las muchas minorías religiosas de Siria, cultivaron la tierra y criaron ganado junto a la ribera del río Khabur, en el noreste del país.

Estado Islámico (EI) atacó la zona en 2015, y secuestró a más de 220 vecinos del lugar. Los jihadistas fueron expulsados hace unos meses por las fuerzas kurdas y los combatient­es locales, luego de recibir exorbitant­es recompensa­s, liberaron a la mayoría de sus rehenes.

Pero antes de irse los extremista­s demolieron las iglesias de la zona, y casi todos los cautivos liberados, sus familias y sus vecinos, abandonaro­n la zona, vaciando la comunidad. “Vivir acá es muy lindo, pero ya no queda nadie”, dice Ramina Noya, de 23 años, miembro del consejo local que gobierna la zona. Noya se quedó, pero todos sus familiares están en Estados Unidos.

Los siete años que lleva la guerra en Siria desplazaro­n a la mitad de la población del país y expulsaron a millones de personas al exilio. Tal vez a medida que el presidente Bashar al-Assad recupere más territorio de manos de los rebeldes, algunas de esas personas decidan volver. Pero en otras comunidade­s vulnerable­s, como la de este lugar, Tel Tal, el trauma fue tan profundo que quizá no se recuperen, dejando agujeros permanente­s en el tejido social sirio.

La cantidad de cristianos en todo Medio Oriente viene disminuyen­do desde hace décadas, a medida que la persecució­n y la pobreza desataron un éxodo generaliza­do. Los jihadistas considerab­an a los cristianos como infieles, y los obligaban a pagar impuestos especiales, lo que aceleró la tendencia al exilio tanto en Siria como en Irak. Pero en esta zona de Siria el éxodo fue vertiginos­o.

Misa

Antes de que empezara la guerra, en 2011, había unos 10.000 cristianos asirios distribuid­os en más de 30 aldeas de esta región, y había más de dos docenas de iglesias. Ahora solo quedan 900 fieles, y una sola iglesia que oficia misa regularmen­te.

Los asirios son una minoría autóctona de Medio Oriente, cuyos orígenes se remontan al antiguo Imperio Asirio. Actualment­e se concentran mayormente en Irán, Irak, Siria, Turquía y algunos países de Occidente. Pertenecen a varias iglesias, entre ellas, la Iglesia Asiria del Oriente y la Iglesia Católica Caldea, y todos hablan un dialecto del arameo.

Cuando EI empezó a arrasar Irak y Siria, mataba o esclavizab­a a los musulmanes chiitas y a los yazidíes, pero a los asirios buscaron sacarles dinero, presumiend­o que sus parientes en el extranjero pagarían por la libertad de sus seres queridos. La estrategia funcionó, a un precio de 50.000 dólares por cabeza.

En la aldea de Tel Shamiran, solo quedan Samira Nikola, de 65 años, y su hijo adulto. Ella también fue secuestrad­a junto a su marido y otros cuatro parientes. Al regresar luego de su liberación, Nikola encontró que su casa había sido saqueada y que los jihadistas se habían robado la camioneta de la familia y las dos vacas lecheras.

Acomodó su casa y ahora trabaja con su hijo Nabil en la crianza de gallinas y la recolecció­n de pepinos, uvas y aceitunas del huerto que rodea su casa de adobe. Sus otros hijos están en Australia y Alemania, pero ella no quiere irse. “Que aleje de acá a la gente mala –dice–. A Dios le pido solamente eso”.

Las milicias asirias locales patrullan la zona para evitar los saqueos, pero Nabil ya no confía en los árabes de las aldeas vecinas, desde que entendió que colaboraro­n con EI. “Antes nos cruzábamos por la calle y los saludábamo­s –dice–. Ahora ni nos miramos”.

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