LA NACION

LA JUEZA, OCHO DÍAS CAUTIVA

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María Malere, jueza de Azul que ya había clausurado un pabellón de castigo del penal, entró para recibir un petitorio de los presos; el jefe de la unidad nunca le dijo que los presos tenían un arma

A las 21.50 del 30 de abril de 1996, siete horas después del inicio del motín, y cuando los presos ya se habían subido a los muros y desde allí reclamaban mejoras en sus condicione­s de detención, la jueza penal de Azul María de las Mercedes Malere y su secretario, Héctor Torrens, entraron en el penal de Sierra Chica para recoger un petitorio de los amotinados. Según publicó la nacion, durante el juicio por el sangriento hecho, en febrero de 2000, los acompañaba­n el director de la cárcel, Omar Palacios; el director de Seguridad del Servicio Penitencia­rio provincial, César Ca ruso, y personal del penal. La entrega había sido pautada cuatro horas antes. El jefe Palacios –según afirmó la magistrada en su primera declaració­n en el expediente– no le había dicho que los presos tenían una pistola Ballester Rigaud calibre 11.25. En el penal, la recibieron los líderes de los Apóstoles, Marcel oBrandán Juárez y Jorge Pedraza, que llevaba un papel enrollado. Malere se adelantó para recibir el papel, el supuesto petitorio. Pero Pedraza dijo: “Doctora, vamos a hacer otra cosa”. Brandán sacó el arma y le apuntó al pecho. La tomó del brazo y le ordenó, con furia: “¡Vamos para adentro!”. A Torrens otros amotinados lo amenazaron con facas. Los dos fueron llevados al pabellón 6, a Sanidad. Allí empezó su inolvidabl­e pesadilla.

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