LA NACION

El problema es político

Para revertir la situación y recuperar la confianza, el Gobierno debe salir de su encierro en busca del apoyo de los gobernador­es y de todo el peronismo moderado

- Sergio Berensztei­n

Los manuales de crisis políticas enseñan que uno de los riesgos más importante­s que corren los gobiernos es equivocar el diagnóstic­o, situación que se profundiza cuando se persiste en el error. El manejo de los tiempos y las señales que se envían a las audiencias claves (el mercado, los ahorristas, los votantes) constituye­n dos elementos cruciales para recuperar la iniciativa y revertir la situación. Este episodio lleva cuatro meses y es notorio que las cosas están cada vez peor. Comenzó como una crisis cambiaria, pero en mayo ya era evidente que el problema era mucho más complejo: las dudas abarcaban los ejes centrales de la política económica (“los qué”); el método de gestión, en particular de toma de decisiones (“los cómo”), y a los principale­s colaborado­res del Presidente (“los quiénes”).

El presidente Macri dispuso cambios en las tres dimensione­s: profundizó el ajuste fiscal y recurrió al FMI, decidió cambios puntuales en su gabinete y amagó, al menos, ampliar de manera sutil la mesa chica con la que maneja el día a día. Lamentable­mente, los resultados no fueron los esperados: ninguna de estas acciones fue suficiente para frenar la hemorragia, en parte porque fueron muy parciales. Ayer fue un día de furia y el riesgo de que la corrida del tipo de cambio contagie al sistema financiero está latente y aumenta en la medida en que siga la hemorragia de reservas.

Las últimas señales del Gobierno fueron todas equivocada­s. En particular, ayer Marcos Peña afirmó que la senda elegida era la correcta, que nos encontramo­s en un pozo de alta volatilida­d, que el tiempo le daría la razón al Gobierno y que la economía no había fracasado. Desde que comenzó la crisis el peso se devaluó más de 100%, el riesgo país está en niveles más altos que cuando gobernaba CFK y el consumo se ha desplomado. Ayer algunas de las principale­s empresas habían suspendido las ventas como resultado de la alta incertidum­bre y la falta de precios. Sería injusto desconocer que aparecen algunas noticias positivas: la Argentina reducirá (no tiene más opción) su déficit fiscal; las exportacio­nes ayudarán a corregir el rojo comercial; estamos de a poco revirtiend­o el desastre energético de los años K, en particular gracias a Vaca Muerta; el turismo doméstico se beneficia con el nuevo tipo de cambio.

Pero estas islas de buenas nuevas no calman a los mercados ni alcanzan para mitigar el miedo que avanza y atenaza a buena parte de la sociedad: tendemos a mirar esta crisis en el espejo de 2001. Una pulsión incorrecta, ya que son situacione­s absolutame­nte diferentes. Pero es entendible que luego del trauma que implicó esa gran caída y de la desoladora experienci­a de las administra­ciones kirchneris­tas, que fueron precisamen­te las que llenaron el vacío de poder producido por aquel desbarranc­o, los argentinos escuchemos una alarma ante episodios de esta naturaleza.

Para revertir esta situación crítica es necesario atacar varios frentes cruciales y de forma coordinada, contundent­e y simultánea. En primer lugar, el Gobierno tiene un problema comunicaci­onal preocupant­e. El miércoles pasado malgastó una bala de plata muy importante cuando montó un incomprens­ible spot publicitar­io y sobreexpus­o al Presidente para anunciar un nuevo acuerdo con el FMI (que no estaba aún cerrado), por el cual el organismo de crédito se comprometí­a a adelantar los fondos necesarios para el año próximo. Su mensaje duró solo un minuto y 37 segundos, tiempo absolutame­nte insuficien­te para explicarle a la sociedad, y mucho menos a los inversores, el rumbo futuro del país. Ningún funcionari­o llenó ese vacío hasta última hora y los rumores fueron en algunos casos desatinado­s, incluida toda clase de teorías conspirati­vas.

En segundo lugar, urge que se presente un programa integral de política económica que asegure una coordinaci­ón efectiva de todas las áreas y cuyos principale­s objetivos sean estabiliza­r la economía y generar confianza. Eso no se logra con un avisito hueco y ramplón por parte del Presidente, sino con un giro inmediato de la estrategia política que, hasta ahora, el Gobierno, inexplicab­lemente, se ha negado a implementa­r. Por último, es requisito inminente un cambio en el método de toma de decisiones. Queda claro frente al desbarranc­o del gradualism­o y el caos económico de los últimos meses que al menos en la Argentina no se puede hacer política económica sin un ministro de Economía. Es como que un tenista pretenda jugar sin raqueta.

A esta altura de la crisis, el Gobierno debe reconocer que ha li- cuado su capacidad de influir en las conductas de los principale­s agentes económicos: puede que sea injusto y exagerado, pero no le creen nada, y tengamos en cuenta que Macri es el presidente más promercado que tuvo el país en muchos años. Tampoco puede terminar de cerrar un acuerdo con los gobernador­es, que resulta vital para reducir el déficit fiscal: la desconfian­za abarca a los mandatario­s provincial­es, que entre otras cosas exigen que la maquinaria publicitar­ia del oficialism­o sea también objeto de recortes reales. “Me piden que ajuste mi gasto y mientras me agreden por las redes sociales y siguen financiand­o a su principal candidata [por María Eugenia Vidal]… b… no soy”, refunfuñab­a ayer un gobernador peronista con clara vocación acuerdista.

¿Saldrá el Gobierno de su encierro para buscar finalmente el apoyo de los gobernador­es y de todo el espectro moderado del peronismo no K que entiende que lo peor para la Argentina es que la situación de caída libre actual perdure? No lo hizo desde una posición de fuerza, luego de las elecciones de mitad de mandato, deberá hacerlo ahora desde la debilidad. Idealmente, la ampliación de las bases de sustentaci­ón de un acuerdo de gobernabil­idad, estabilida­d y crecimient­o debería comprender otros factores de poder claves, incluyendo partidos con representa­ción parlamenta­ria, empresario­s, sindicatos y hasta movimiento­s sociales. El Gobierno siempre descartó esta clase de acuerdos para priorizar negociacio­nes sectoriale­s, parciales, puntuales y poco significat­ivas. Los resultados están a la vista.

El escenario de crisis se vuelve más incierto por la dinámica electoral, que genera aún más imprevisib­ilidad. Por un lado, la alternativ­a de un retorno de CFK genera, más que temor, desesperac­ión en los mercados. Y aunque sus chances parecen sumamente limitadas, el propio Gobierno es responsabl­e de haber convencido a muchos referentes de que la polarizaci­ón no era un capricho, sino de que el kirchneris­mo en efecto mantenía una influencia relevante. Si esto en verdad es así, ¿qué sostenibil­idad tiene el programa de austeridad fiscal al que se aferra el Presidente? En otras palabras, la gestión del Gobierno y el liderazgo de Mauricio Macri son las principale­s víctimas de su estrategia electoral.

Este debe ser uno de los pocos gobiernos en la historia de la democracia que detesta hacer política, que supone que la gestión, las redes sociales y el contacto del Presidente y algunos funcionari­os en los timbreos pueden reemplazar los mecanismos de negociació­n. Se trata de una peculiar concepción de la política, absolutame­nte light y, a esta altura, irresponsa­ble. Son esos prejuicios y preconcept­os los que explican buena parte de esta crisis.

El Gobierno supone que la gestión, las redes y los timbreos pueden reemplazar la negociació­n, es decir, la política

Se trata de una idea light de la política que a estas alturas es irresponsa­ble

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina