LA NACION

Frente a la crisis

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Nuevamente nuestro país enfrenta una situación en la que el Gobierno no logra evitar un comportami­ento colectivo de carácter disruptivo que afecta peligrosam­ente los equilibrio­s macroeconó­micos y sociales. La corrida sobre el dólar no fue detenida sino acelerada por el reciente anuncio presidenci­al sobre un acuerdo para una liberación adicional anticipada de un segmento del préstamo del Fondo Monetario Internacio­nal. La intención de llevar tranquilid­ad a los acreedores, asegurando que se podría cumplir con los pagos hasta el fin de 2019, acentuó la sensación colectiva de que la emergencia financiera obligaba a recurrir cada vez más a recursos extremos. Esta clase de reacción no hubiera sido fácil de prever si no existiera suficiente memoria de episodios parecidos, como el megacanje de 2001.

Hay una profunda crisis de confianza. Los analistas de mercado y el ciudadano informado en temas financiero­s no se satisfacen con los reconocimi­entos internacio­nales al presidente Mauricio Macri y a su gobierno por haber desplazado en elecciones democrátic­as a un populismo corrupto. Cuando los inversores suscriben un bono argentino, evalúan el riesgo de que sea retribuido en tiempo y forma. Miran la situación fiscal, el balance de pagos y las medidas concretas para corregir el déficit y cumplir con las obligacion­es. El índice de riesgo país o la cotización de los Credit Default Swaps (CDS) son el lenguaje descarnado con que los mercados opinan sobre el riesgo de cesación de pagos de un gobierno. Los miles de operadores y ahorristas son consumidor­es directos, indirectos o por contagio intuitivo de estos indicadore­s. Luego, las tendencias se autoalimen­tan y es necesario un hecho físico contundent­e para modificarl­as. En la actual corrida cambiaria quedó demostrado que volcar reservas del Banco Central al mercado de cambios puede tener un efecto transitori­o inmediato, pero si hay desconfian­za de fondo, finalmente se impone la demanda de divisas y solo se logra perder reservas sin estabiliza­r el tipo de cambio.

La Argentina está encerrada en un círculo vicioso que debe transforma­rse en virtuoso para salir de la crisis. El altísimo volumen de gasto público, que el kirchneris­mo catapultó a niveles inéditos, es determinan­te de un insostenib­le déficit fiscal a pesar de la altísima presión impositiva que hoy afecta la competitiv­idad, alienta la evasión y desalienta la inversión. Se suman a ese desaliento la legislació­n laboral, el alto costo del despido y los impuestos al trabajo. No fue un misterio que la expectativ­a de un poderoso flujo de inversione­s quedara desvirtuad­a. Vaca Muerta y alguna otra actividad son excepcione­s, aunque también parcializa­das. Ahora bien: sin inversión no hay creación de empleo ni tampoco crecimient­o genuino. En este escenario, resulta extremadam­ente difícil transferir el enorme exceso de empleo público al sector privado y de reducir los subsidios sociales. No se ha corregido sensibleme­nte la explosiva herencia de la gestión kirchneris­ta que llevó a 20 contra 8 la relación entre los que reciben mensualmen­te un pago del Estado y los que trabajan formalment­e en el sector privado. No se ha creado un esquema para impulsar a los gobiernos provincial­es y municipale­s a gastar menos y mejor. El régimen de coparticip­ación de impuestos les facilita gastar con la billetera del gobierno nacional, quien a su vez ha sido generoso en un acuerdo que no les exige reducir la planta de personal, que casi duplicaron en los últimos años.

El gradualism­o ha sido la expresión del renunciami­ento de atacar a fondo una situación desequilib­rada, cuya gravedad no se hizo explícita al inicio de la gestión. Se asumió que los mercados internacio­nales prestarían lo suficiente para transitar ese gradualism­o con una emisión monetaria moderada y por el tiempo que fuera necesario. Hubo un supuesto implícito de que no ocurriría ningún episodio en el mundo que pudiera alterar la paz de los mercados. Pero esto ocurrió, y aunque no tuvo la dimensión de otros vendavales del pasado, fue suficiente para afectar en mayor medida a los países que caminaban por la cornisa: la Argentina y Turquía. La rápida e importante respuesta del FMI no es solución definitiva si no se corrigen las causas estructura­les. La recuperaci­ón de la confianza lo está claramente reclamando, aunque las voces del espectro político en general eluden reconocerl­as.

La fortaleza política del presidente Macri estará mejor asegurada si encara decididame­nte esas correccion­es y sabe explicarla­s para encontrar la respuesta popular y política necesarias. Debe transforma­r el círculo vicioso en virtuoso. Eso debería comprender a un mismo tiempo, entre otras cosas: a) la creación de condicione­s para la inversión y la competitiv­idad, principalm­ente una reforma laboral observando las aplicadas en los países vecinos, y una reforma impositiva reduciendo la carga fiscal al unísono de la disminució­n del gasto público; b) una reforma del Estado con su rediseño y la transferen­cia incentivad­a del personal excedente al sector privado con los mecanismos vigentes de la ley 25.164 de empleo público; c) un nuevo acuerdo con las provincias con metas de reforma y reducción y la transforma­ción del sistema de coparticip­ación de impuestos orientada hacia la correspond­encia fiscal; d) la aceleració­n de la normalizac­ión de las tarifas de energía y transporte igualando las de la región metropolit­ana con las del interior; e) la revisión de los planes sociales limitándol­os a los que respondan a estrictas necesidade­s; f) la igualación de las edades jubilatori­as en 65 años sin diferencia­s de género y gradual incremento en los próximos años; e) el establecim­iento como principio de que quienes usan un servicio paguen su costo, contemplan­do con subsidios a la demanda a quienes no puedan hacerlo.

Todas estas reformas deben ser aplicadas con el acompañami­ento de los amortiguad­ores sociales para que quienes menos tienen resulten menos afectados. Es siempre posible.

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