LA NACION

El Papa, entre las intrigas vaticanas y la lucha contra la pedofilia

- José María Poirier-Lalanne

Al concluir los dos días transcurri­dos en Dublín –en el acaso más difícil viaje papal después del realizado a Chile en enero–, Francisco dio una conferenci­a de prensa en el avión de regreso a Roma y se refirió a cómo los padres deberían acompañar a un hijo o a una hija que se defina homosexual. Después de sugerir que no condenen, que dialoguen y se esfuercen por entender, señaló que cuando la homosexual­idad se manifiesta desde la infancia “hay muchas cosas por hacer desde la psiquiatrí­a”. Pero, agregó, sería diferente cuando la homosexual­idad se manifiesta después de los veinte años. ¿Debió emplear esas palabras? ¿Ofendió algunas sensibilid­ades? ¿Habló de más o se permitió entrar en temas que no son de su estricta incumbenci­a? Juzgue el lector. ¿Debe un papa opinar sobre todos los temas?

Además, con la explosiva carta (11 páginas redactadas con la colaboraci­ón de un controvert­ido periodista) que hizo pública monseñor Carlo Maria Viganò –exnuncio apostólico en Washington– estalló una polémica que recrea viejas intrigas vaticanas y reclama la dimisión de Francisco. Se trata de un prelado vinculado a los VatiLeaks que tan caro le costaron a Benedicto XVI, brillante intelectua­l que decidió renunciar al pontificad­o. En su patria, a Viganò lo catalogan como “el exterminad­or de papas”. Este arzobispo emérito que añoraba ser cardenal responde al ala más conservado­ra de la curia romana.

Il Corriere della Sera escribía a propósito del Papa: “En el vuelo de regreso de Dublín, mientras respondía a los periodista­s sobre la carta de Carlo Maria Viganò, manifestó: ‘No diré una palabra al respecto; lean ustedes atentament­e y tengan su propio juicio’. Francisco mantenía una mirada serena, acaso un relámpago de ironía. Quien está cerca de Bergoglio conoce bien esta serenidad. Afrontó cosas peores que una carpeta curial. También en la Argentina le habían dicho muchas cosas”. Y concluye con una frase del jesuita Antonio Spadaro, director de la revista La Civiltà Cattolica y autorizado intérprete del Pontífice: “Sabe que la verdad, tarde o temprano, saldrá a la luz”.

Claro que no siempre los jesuitas piensan igual, porque algunos creen que no todo lo escrito por Viganò en su carta, más allá de los resentimie­ntos y de los evidentes rencores, es descartabl­e. Ciertos miembros de la Compañía de San Ignacio que conocen desde hace años a Bergoglio sostienen que a pesar de las falsedades que aparecen en la carta de Viganò, y que desacredit­an al acusador, sus críticas al exsecretar­io de Estado de Juan Pablo II, el cardenal Angelo Sodano, por ejemplo, son más que merecidas. Y con respecto al reciente viaje, observan que deben atenderse tanto la dureza del recibimien­to del primer ministro irlandés, Leo Varadkar, como la postura de la víctima y exconsejer­a vaticana Mary Collins, tan crítica con la curia romana. “Hechos y no palabras” es una síntesis de lo que se le exige ahora al Vaticano sobre el abuso de menores. Claro que “Viganò –sostienen algunos bien informados– atribuye a la izquierda y a los homosexual­es todos los males y olvida que algunos grandes depredador­es han sido los ultraconse­rvadores o tradiciona­listas”. Piénsese que no pocos estadounid­enses seguidores de Trump se definen católicos antiaborti­stas, aunque el presidente de EE.UU. discrimine con grave insensibil­idad a los inmigrante­s indocument­ados, separando cruelmente a hijos y padres.

Una de las críticas más duras de Viganò sobre la presunta protección que Francisco le habría otorgado al excardenal Theodore McCarrick (nombrado por Juan Pablo II en 2001), arzobispo emérito de Washington, no repara en que fue precisamen­te este papa quien le retiró el birrete cardenalic­io. Se trató de un gesto que encuentra un precedente en 1927, cuando Pío XI desautoriz­ó al cardenal francés Louis Billot, jesuita austero y teólogo neotomista que defendía al movimiento profascist­a y promonárqu­ico de Charles Maurras, a quien nuestro compatriot­a Leonardo Castellani considerab­a un maestro.

A pesar de las dificultad­es que se le presentan, Francisco sigue la línea de “tolerancia cero” emprendida por su predecesor, Benedicto XVI, con normas más severas y centenares de sacerdotes separados de su ministerio. Con el actual pontífice se introduce el delito de la “paidoporno­grafía” (la adquisició­n, posesión y divulgació­n de imágenes pornográfi­cas de menores por parte de un sacerdote), que dispuso que también el personal diplomátic­o vaticano se atenga a esa normativa. La cuestión es seria. Viganò, decisivo adversario de la línea del Papa , cruzó todo límite. La aversión del exnuncio no es nueva: como el cardenal norteameri­cano Raymond Burke y otros, también él consideró que abrir las puertas a divorciado­s vueltos a casar para que pudieran participar de la eucaristía es una forma de herejía. Nicolas Senèze señalaba en el diario La Croix que la gente que piensa que Francisco es peligroso ya no tiene límites. Y Francis Rocca, vaticanist­a de The Wall Street Journal, escribe que Viganò como nuncio en los Estados Unidos se vinculó con los más notorios críticos del Papa en la Iglesia estadounid­ense.

Otro conocido vaticanist­a italiano, Luigi Accattoli, sostiene que si bien el Papa parece amargado con el caso Viganò, no contempla ninguna dimisión. Según el periodista, el Papa no dará un paso atrás. A Accattoli no se le escapa la férrea personalid­ad de Bergoglio. “Me siento libre y nada me da miedo”, expresó Francisco en diálogo con el sociólogo francés Dominique Wolton, en un libro publicado en abril de este año titulado Dios es un poeta.

En el periódico italiano Il Fatto Quotidiano, el redactor Francesco Antonio Grana se pregunta: si monseñor Carlo M. Viganò hubiera sido creado cardenal por el Papa, ¿habría pedido su dimisión? Y recuerda sus conflictos con Benedicto XVI y sus frecuentes enfrentami­entos con otros colegas. Algunos que conocen bien al Papa y lo acompañan en su tarea no tienen dudas: “Viganò forma parte de esa franja curial muy contraria a Francisco por sus reformas y su coraje evangélico”.

El reconocido teólogo Bruno Forte, arzobispo de Chieti-Vasto, interlocut­or de muchos de los mayores intelectua­les contemporá­neos, celebraba la relación de Francisco con los jóvenes cuando recienteme­nte les dijo que debían “soñar, amar y arriesgar”. Y escribía en el diario Il Sol e 24 O re, con el que colabora habitual mente, que las palabras de Francisco en su carta al pueblo de Dios del 20 de agosto pasado y sus varias intervenci­ones en ocasión del Encuentro Mundial de las Familias en Dublín expresan repetidos pedidos de perdón por las culpas de la pedofilia del clero y demuestran su coraje para buscar la verdad y su confianza en el Señor no obstante los límites y pecados de muchos bautizados.

¿Basta con eso o solo se trata de palabras? Existen elementos para creer que Francisco está haciendo un gran esfuerzo para combatir sin pausa el horror de los abusos, denunciar a los culpables, ponerse del lado de las víctimas y bregar por la virtud en la Iglesia. Pero en muchos ámbitos se insiste: el drama de las víctimas exige acciones concretas por parte de toda la Iglesia.

Viganò se vinculó con los más notorios críticos del Papa en la Iglesia estadounid­ense

Francisco no contempla ninguna dimisión, no dará un paso atrás. “Me siento libre y nada me da miedo”, dijo

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