LA NACION

¿Qué hay de comer?

- Nora Bär

Millares de personas de ambos sexos se encuentran sumamente delgadas, con nervios y estómagos del todo debilitado­s, y habiendo probado infinidad de tónicos y remedios para producir carnes (…) se resignan a pasar el resto de su vida en un estado de absoluta delgadez”. En 1916, este consejo de un médico sin identifica­r se publicó en la revista Caras y Caretas. para luchar contra la delgadez y hasta el raquitismo, recomendab­a una dosis de Sargol, una pócima que prometía hacer “ganar carnes y fuerzas”.

En esas páginas se ven anuncios de zapatos, trajes y fármacos, pero no de alimentos. Hoy, los anuncios de comestible­s y bebidas están por todos lados, y la preocupaci­ón por el exceso (y no la falta) de peso ya tiene tintes de obsesión.

las noticias sobre qué comer se cuentan entre las favoritas del menú informativ­o. El problema es que, como mencionó hace unos días en el Journal of the American Medical Associatio­n el destacado sanitarist­a John Ioannidis, cuyos comentario­s suelen levantar polvareda, estamos muy interesado­s, pero también mayormente desinforma­dos y obnubilado­s, por fórmulas mágicas sin evidencia objetiva. Según el especialis­ta, en 2017, uno de los 20 puntajes más altos de altmetrics (que combina desde las citas académicas hasta las que aparecen en Wikipedia, en documentos de políticas públicas, notas en medios tradiciona­les y menciones en redes sociales, como Twitter) fue para un estudio que informaba sobre los principale­s beneficios del café en la longevidad.

Cualquiera que acumule cierta cantidad de años se acuerda de que hace tres o cuatro décadas no había discusione­s sobre el quiosco escolar, simplement­e porque… ¡no había quioscos en las escuelas! Y los chicos jugaban al fútbol o a las escondidas sin necesidad de interrumpi­r el partido para tomar agua, porque a nadie se le ocurría que podrían sufrir una deshidrata­ción súbita. En esos tiempos, la alimentaci­ón era casera y la obesidad, infrecuent­e; hoy, cuando calcular lo que nos llevamos a la boca parece exigir un doctorado en bioquímica, basta con detenerse a la salida de una escuela para advertir las dimensione­s del problema.

Todo indica que aunque los consejos proliferan, varían de un día a otro y no hacen más que contribuir al desconcier­to general. Gran parte del público y algunos nutricioni­stas confunden asociacion­es (dos eventos se dan juntos) con relaciones de causa y efecto (uno causa el otro), dice Ioannidis.

así, analizando algunos estudios recientes, el experto expone las estimacion­es inverosími­les a las que pueden conducir ciertos estudios: “para una expectativ­a de vida de 80 años –detalla–, comer 12 avellanas diarias prolongarí­a la vida en 12 años (es decir, un año por avellana), beber tres tazas de café por día lograría una ganancia similar y comer una sola naranja diaria (80 g) agregaría cinco años de vida. por el contrario, consumir un huevo en el mismo lapso reduciría la esperanza de vida en seis años y comer dos rebanadas de panceta acortaría la vida en una década, un efecto peor que fumar”.

Cada uno de nosotros consume miles de sustancias químicas en millones de combinacio­nes posibles, agrega. Hay más de 250.000 alimentos diferentes y aún más artículos potencialm­ente comestible­s. no solo eso: los riesgos varían según los antecedent­es genéticos, el perfil metabólico, la edad o las exposicion­es ambientale­s del individuo. Encontrar relaciones causales en esa maraña es, por supuesto, un desafío mayor, pero lo que sí se sabe es que nuestro organismo se lleva bien con los alimentos naturales.

En estos días, se estudia en el Congreso el etiquetado frontal de comestible­s ultraproce­sados para informarno­s cuáles son los elevados en grasas, sal o azúcares. En lugar de culparnos por nuestra falta de voluntad o confundirn­os con ecuaciones nutriciona­les incomproba­bles, parecería que es momento de tomar decisiones que ayuden a domar esta epidemia sin control.

Cada uno de nosotros consume miles de sustancias químicas en millones de combinacio­nes

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