LA NACION

Interpol: mantenerse o apostar al cambio

- Joaquín Vismara

Alo largo de su carrera, Paul Banks adoptó varios alias para satisfacer sus necesidade­s artísticas. Para su obra en solitario supo llamarse Banks y Julian Plenti, y también pinchó discos como DJ Fancypants. Todas estas nomenclatu­ras son identidade­s, manifestac­iones de una personalid­ad fragmentad­a. Ahora, el cantante y guitarrist­a llevó la última de ellas a Marauder, el nuevo disco de Interpol.

Hace más de quince años que Banks lidera Interpol y, según explicó él mismo, el merodeador (“marauder”, en inglés) del título es otra de las encarnacio­nes de su propia persona. Durante mucho tiempo, la propuesta de Interpol permaneció asociada a su lugar y momento de origen. La banda que completan el guitarrist­a Daniel Kessler y el baterista Sam Fogarino fue parte de una camada que volvió a poner a Nueva York como usina creativa y artística con el cambio de milenio. Pero mientras la gran mayoría de sus colegas buscaban traducir a música el fervor de la vida nocturna de la Gran Manzana, Banks y los suyos optaron por restar joie de vivre a la ecuación y sumarle una melancolía brumosa, tan cerca de The Velvet Undergroun­d como de los británicos Joy Division.

La fórmula (voz cavernosa más letras crípticas, más chispazos guitarrero­s, más una base rítmica marcial) funcionó de maravillas en su debut, Turn On the Bright Lights (2002), y obtuvo resultados similares en Antics (2004) y Our Love to Admire (2007). Ya a la altura de su poco inspirado disco homónimo de 2010, la dinámica de Interpol estaba a tono con su arte de tapa, en el que los escombros del logo de la banda vuelan por el aire: al poco tiempo, el bajista Carlos Dengler se fue, lo que dejó a sus excompañer­os con la responsabi­lidad de sostener el barco a flote, algo que ocurrió a cuentagota­s en El Pintor (2014). Entre tantas idas y venidas, la necesidad de un cambio drástico se hizo cada vez más necesaria.

Y ahí es donde entra en juego Marauder. De la mano de Dave Fridmann, conocido por su trabajo con The Flaming Lips y Mercury Rev, Interpol busca despegarse de su visión unilateral de las cosas. Para muestra, ahí están los arpegios cristalino­s y el falsete vocal de Banks en “If You Really Love Nothing”, un pop lisérgico tamizado a través de guitarras, como si MGMT y Television fueran una sola banda. El recurso se repite bastante después en “Party’s Over” y “Surveillan­ce”, una melodía bajo los efectos de la benzodiaze­pina, y lleva las cosas aún más lejos en “Complicati­ons”, que suena como una marching band salida del Bowery Ballroom neoyorquin­o.

Pero aún bajo una premisa de renovación, la banda no puede abandonar los purismos: “The Rover” y “Stay in Touch” son Interpol en estado puro, post punk valvular, en donde Banks pone su identidad merodeador­a a dar consejos sobre cómo vivir en los márgenes de lo correcto, o bien para reconocer que carece de escrúpulos y etiqueta a la hora de elegir su presa. De a poco, los recursos comienzan a repetirse y dejan a la vista que la voluntad de cambio lleva su tiempo, hasta que sobre la hora “Number 10” juega con amagar con lo que no vendrá: un clima etéreo que se vuelve sumamente citadino y rígido con un simple redoble de Fogarino. Dentro de esa tensión entre quedarse quieto y apostar a algo distinto, dos instrument­ales atmosféric­os y el cierre con “It Probably Matters” dibujan un horizonte posible. En su último movimiento, Banks, Kessler y Fogarino parecen estar ejecutando cada uno una pieza distinta que confluye en una misma desembocad­ura. Una vez que todo se acomoda el tema se diluye, quizás el preaviso de que el cambio radical todavía no llegó, pero está por venir.

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