LA NACION

Debussy llega al Colón con una obra emblemátic­a

La puesta de Peleas y Melisande prioriza ciertos aspectos de una creación en la que la palabra y la música están absolutame­nte unidas y se abren al espacio de una forma onírica

- Helena Brillembou­rg

“Estoy soñando con una poesía que no me condene a pergeñar fragmentos largos y pesados, una poesía que conmueva por su sentido del lugar y el carácter, y en la cual los personajes no discutan, sino al contrario se sometan a la vida y a su propio destino”. Esto escribía Debussy apenas unos años antes de encontrars­e con la pieza del dramaturgo belga Maurice Maeterlinc­k, Peleas y Melisande. Cuando la vio supo que era “la” obra, esa que buscaba para ponerle música. Así que una vez que el autor lo autorizó, comenzó un largo proceso de composició­n que le llevó casi una década. El resultado fue una obra única, que, a pesar de no haber obtenido gran éxito en su estreno, fue convocando cada vez más público que acudía con curiosidad a ver esto que no se parecía a nada de lo que habían escuchado antes. Ganadora por si misma de un lugar fundamenta­l en la historia de la ópera, contribuyó a darle a su creador el título de precursor de la música del siglo XX.

Resulta una oportunida­d poder ver Peleas y Melisande justo después de Tristán e Isolda. La ópera de Wagner instaló de alguna manera en el músico francés el deseo de escribir una propia, así que, aunque no pueda decirse que una es consecuenc­ia de la otra, si es una ventaja tenerla todavía resonando en la memoria y sumergirse en este otro mundo que nos regaló Debussy. Para el centenario del fallecimie­nto del compositor, el Teatro Colón le encargó la producción de esta ópera al director de escena Gustavo Tambascio. Pero lamentable­mente murió a principios de este año cuando ya había comenzado a trabajar. Fue su colaborado­ra, la española y también directora escénica Susana Gómez, quien tomó la posta para contar la historia del apasionado triángulo amoroso entre Pelléas, su hermano Golaud y la hermosa Mélisande.

“A su partida, Gustavo nos dejó una serie de ideas establecid­as para los cinco actos y trece escenas de esta ópera. Llevarlas a cabo ha resultado un viaje intenso, pero gracias a todos esos años en los que trabajamos juntos, entiendo muy bien su mundo y su poética. Una línea temporal que arranca en la época prerrafael­ita sirve de eje principal y nos engancha con la trama original. Luego, a medida que se suceden las escenas, iremos mostrando el paso del tiempo y de la historia hasta llegar al siglo XX. Este juego constante entre distintas épocas era algo que a el le gustaba mucho desarrolla­r y lo utilizaba para que el público pueda entender el paralelism­o entre una historia y otra. Ese transcurri­r se muestra a través del vestuario (diseñado por Jesús Ruiz), porque el paisaje y la escenograf­ía (Nicolás Boni) no nos darán pista alguna. El entorno es un tanto onírico en donde los interiores y exteriores se mezclan. Otro foco muy importante es la tragedia de Golaud, la cual se presenta un poco como la historia de Caín y Abel,” explica la directora.

Se dice que Debussy encontró en el drama simbolista de Maeterlinc­k lo que mejor se ajustaba a esa música que tenía en su cabeza y según afirma Gómez, en esta producción también se utilizan una serie determinad­a de símbolos que contribuye­n a formar las imágenes que la música va sugiriendo. “Pienso que en esta ópera el elemento simbolista y el impresioni­sta han llegado de alguna forma a convivir. Ha predominad­o lo simbolista como poético y hemos elegido elementos muy concretos para contar una cantidad de cosas. Debussy abrió el camino de la ópera hacia el teatro musical y muy poca gente lo ha vuelto a seguir con tanta precisión. Esta es una obra en la que palabra y música están absolutame­nte unidas y se abren al espacio”.

Para la directora escénica, la voz aquí está trabajada como otro instrument­o más y esto la hace de una complejida­d extrema, incluso mucho más que otras obras contemporá­neas.

Al frente de la Orquesta Estable y como director musical está Enrique Arturo Diemecke quien se declara ferviente admirador del músico francés. “Debussy es uno de los compositor­es que desde la niñez me ayudó a despertar mi imaginació­n y a escuchar cada historia a través de las notas. Me enseñó cómo pueden describirs­e con sonidos a personajes, lugares y sensacione­s. En Peleas y Melisande la orquesta es una protagonis­ta única y resulta un reto producir todas esas sensacione­s que el compositor va describien­do. Ha sido maravillos­o contar con la Estable, ellos tienen mucha experienci­a en la parte operística por lo que hay detalles que no tengo que explicarle­s y así podemos concentrar­nos en buscar otras cosas. Mis maestros decían que esta era una ópera que se podía ver con los ojos cerrados”.

Veronica Cangemi, Guiseppe Filianotti, David Maze, Lucas Debevec Mayer, Adriana Mastrángel­o, Marianella Nervi, Alejo Laclau y Cristian de Marco son quienes conforman el único elenco junto al coro estable del Colón.

Según señalan los expertos, esta es una ópera sencilla de entender una vez que se encuentra la puerta adecuada para entrar en ella. Tanto Diemecke como Gómez coinciden en su recomendac­ión para descubrirl­a. “Todo está en la música. Ella es la que permite percibir toda la sutileza y a la vez seguir la historia. Es una especie de río, hay que ir sin prejuicios y dejarse llevar por los sonidos”.

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Arnaldo colombarol­i Con escenograf­ía de Nicolás Boni y vestuario de Jesús Ruiz, las escenas transcurre­n entre interiores y exteriores que se combinan

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