LA NACION

Como una matrioska, un biodrama profundo

- Jazmín Carbonell

★★★★ muy buena. libro: Melisa Freund. dirección: Melisa Freund y Analía Mayta. intérprete­s: Melisa Freund y Julio Marticoren­a. diseño espacial: Lola Gullo. vestuario: Ana Julia Figuera. arreglos musicales: Sebastián De Marco. iluminació­n: Ricardo Sica. asistencia de dirección: Carla Fontao. teatro: La Pausa, Corrientes 4521. funciones: sábados, a las 19. duración: 50 minutos.

Para aquellos que pertenecen a la colectivid­ad judía o, al menos tengan las tradicione­s de ella a mano, esta obra calará hondo. Para quienes no, también. Porque aquí de lo que se trata es de presenciar, y de muy cerca, el encuentro que la protagonis­ta añora tener con su padre que murió hace apenas un año. En esa imposibili­dad en lugar de la resignació­n, Melisa Freund elabora este texto bellísimo, lo protagoniz­a y con la colaboraci­ón de Analía Mayta lo dirige. Se trata de algo muy íntimo y privado pero que tiene una potencia teatral y poética fuerte. Para representa­r al padre se suma Julio Marticoren­a que, según cuentan, ya ha hecho de su padre en alguna oportunida­d así que le será sencillo. No, de sencillo no hay nada ahí. Rememorar a un amigo en escena es arduo, mucho más aún si se trata de un amigo que ya no está y ni qué hablar si hay que compartir escenario con su hija que, entre otras emociones, lo extraña a rabiar. Y entonces la emoción se siente doble.

Papushkas es prácticame­nte un biodrama, contiene la biografía de la propia actriz junto a la de su padre, Juan Freund, también actor, director y dramaturgo como ella. Hay referencia­s precisas a sus cotidianid­ades y a sus costumbres; pero tiene además unos cuantos componente­s escénicos que hacen que no sea un mero relato pasado y verídico sino una historia bella, emotiva que merece ser vista y escuchada. En medio de la escena, cuelgan sogas con broches que en lugar de ropa tienen recuerdos, fotos, postales, banderas, a lo largo de la pieza algunos de esos recuerdos se mencionará­n. Una iluminació­n teatral precisa que por momentos es triste y lúgubre y en otros cálida y familiar, unas grandes actuacione­s y una historia que comienza, tiene un desarrollo que desemboca en un final triste, tan triste como los finales de las vidas mismas: un inexorable camino hacia la muerte.

De entrada Melisa Freund se presenta y cuenta con una emoción sincera que este es su propio kadish. Para quienes no tengan tan a mano su definición, con sensibilid­ad narra que el kadish es uno de los rezos principale­s de la religión judía que estrecha lazos con generacion­es y que este, creado por ella misma, se trata de un ritual para conectarse con su propio padre. Entonces comienza la acción. Será triste, es claro. Por su tono, porque aquí hay olor a pasado y porque en la mirada de Freund está el dolor por el duelo que todavía atraviesa.

Empieza por dónde debe empezar esta historia: de adelante para atrás, de aquel día en que murió su padre hasta llegar a la niñez de este hombre que las pasó todas. Sobrevivie­nte del exterminio nazi, Freund palpó de cerca el desamparo, la injusticia más horrible de todos los tiempos, la amenaza constante pero sin perder la voluntad por la felicidad. Es lo que su hija narra con orgullo y nostalgia. Dividida en seis episodios, Papushkas es una historia dentro de otra, como en un juego de infinitos espejos o como las matrioskas rusas conocidas por todos. Para llegar al final de la historia de Juan que se convierte en la historia de Melisa.

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IrisH suarEZ Melisa Freund y Julio Marticoren­a

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