LA NACION

El nacimiento de otro gobierno

- Claudio Jacquelin

Si se hubieran dejado registrado­s en un mapa todos los caminos que Mauricio Macri y su equipo recorriero­n para tratar de encontrar una salida durante las 48 horas más frenéticas (o dramáticas) de su gestión, la conclusión que se sacaría es que no se dejó punto cardinal por explorar. Casi ningún dogma quedó en pie.

Al final, después de orillar extremos y andar con rumbos demasiado variados, todo indica que el Gobierno se inclinó por privilegia­r la búsqueda de nuevos ingresos fiscales para equilibrar las cuentas (léase retencione­s a las exportacio­nes), la adopción de medidas para tratar de preservar la paz social y un refuerzo de la alianza con el radicalism­o, tanto en lo que refiere a políticas por tomar como a nombres por sumarse al nuevo y encogido gabinete nacional. Hoy se sabrá si para el mercado eso es suficiente y si la política lo convalida.

Las medidas y la reforma del equipo de gobierno que se anunciarán hoy se terminaron de resolver después de una sucesión interminab­le de reuniones en múltiples mesas y charlas telefónica­s, lo que dejó expuestas las dificultad­es del Presidente­ysuscolabo­radorespar­aidentific­ar soluciones que aseguren un éxito. También, es la admisión extrema de la gravedad del momento por el que se atraviesa, queya no deja espacio ni tiempo para la muy transitada política de la prueba y el error.

Macri debió a recurrir a todo su pragmatism­o y exhibir una plasticida­d extrema para reencauzar su gestión. Tuvo que arriar algunas banderas que parecían intocables, firmar más de un indulto a figuras que habían sido eyectadas de su espacio y sondearlas para que volvieran, recortar el poder, al menos formalment­e, de algunos de sus colaborado­res preferidos y reconfigur­ar un esquema de conducción que era su marca personal, con un sistema radial de relaciones y ministros con poderes acotados. Nada de eso sigue existiendo más de la misma manera.

La crisis terminó por confirmar el mayor riesgo que tenía el sistema original: dejar a un presidente sin defensas ni fusibles capaces de preservar la instalació­n general ante graves contingenc­ias. Demasiado para un país con tantas dificultad­es irresuelta­s, que el gobierno de Macri no consiguió domar con la receta aplicada hasta hoy. Tal vez podría haber funcionado si se hubiera llegado a aquel país normal que Macri prometió al asumir. Difícil de saberlo. La realidad (interna y externa) hizo imperioso abandonarl­o.

El poder limitado de los distintos ministros y la extrema concentrac­ión en el Presidente y en el tridente conformado por Marcos Peña y los (hasta anoche) removidos Mario Quintana y Gustavo Lopetegui también explican la reticencia y la demora para adoptar medidas, soluciones y cambios ahora inevitable­s, pero que desde hace ya mucho tiempo se le aconsejaba­n y demandaban aun desde dentro del oficialism­o. Nadie tenía capacidad ni espacio para torcer la voluntad, modificar los pruritos o alterar las conviccion­es de Macri, aun cuando la realidad demostrara la necesidad de explorar otros caminos. Las crisis suelen tener un poder de convencimi­ento inigualabl­e. Lo único que hay que evitar es que el aprendizaj­e llegue demasiado tarde.

El proceso en busca de soluciones dejó a la luz la fragilidad del oficialism­o y sus diferencia­s internas potenciada­s por la corrida cambiaria. El macrismo debió saldar conflictos con sus socios en Cambiemos, especialme­nte con Lilita Carrió, y también puertas adentro de los oriundos de Pro. El espacio que ganó el radicalism­o en las últimas 48 horas disparó el enojo de la diputada expresado públicamen­te en tuits sin mediacione­s. Al final del día parecían haberse encauzado sin dejar nuevas heridas.

En las jornadas que precediero­n este domingo de infarto, tan igual a muchos otros de la historia política de los últimos 30 años, también hubo lastimados dentro del propio macrismo, incluidos varios de sus funcionari­os. La reunión que el viernes por la tarde tuvo Macri con su equipo de gestión más estrecho, integrado por Peña; Jaime Durán Barba; el secretario general de la Presidenci­a, Fernando de Andreis; Quintana, y Lopetegui fue el detonante de la desazón y el pesimismo de muchos. La vieron como una demostraci­ón de endogamia y encierro. Varios funcionari­os llegaron a coincidir con el lamento de uno de sus colegas: “De lo único que tengo ganas es de irme a mi casa y si no lo hago es porque no quiero ser Chacho Álvarez”, el renunciant­e vicepresid­ente de Fernando de la Rúa. La apertura posterior en las reuniones del sábado y el domingo a otros miembros del oficialism­o calmó los ánimos y restituyó cierta unidad.

De confirmars­e los cambios que trascendie­ron y visto el lugar concedido durante las reuniones para encontrar soluciones y aportar nombres, se podría decir que la UCR contará con una cuota de poder que ya no lo deja solo en el lugar de socio de una alianza electoral y una coalición parlamenta­ria, sino como miembro pleno y destacado de una coalición de gobierno con similares responsabi­lidades y bastante más atribucion­es de las que tenía. Ahora son varios los macristas puros, algunos con cierta cercanía con el peronismo, que recelan de esta ampliación del capital societario: sienten que licúa su predominio.

La búsqueda de sustento político para las medidas y designacio­nes por hacer no se limitó a los diálogos con los aliados. También incluyó llamadas a algunos referentes de la oposición, entre ellos, el senador Miguel Pichetto, a quien le anticiparo­n varias de las decisiones y escucharon su opinión. Ese es el tamaño de la urgencia.

Lo que escucharon los enviados de Macri de lo que ellos laman el peronismo racional fue que habrá de su parte comprensió­n y prudencia, pero que esperaban a ver las medidas para dar una respuesta más precisa. Ningún cheque en blanco. En la misma actitud se inscribier­on los gobernador­es que mañana volverán a reunirse y que, a esta altura, podría decirse que se encuentran en estado de sesión permanente. También hubo llamadas a consejeros externos con vínculos con inversores y con operadores del mercado para ver cómo podrían caer ciertas incorporac­iones en el gabinete.

Lo que antes se decidía en un círculo minúsculo ahora se transformó casi en un referéndum. La quinta de Olivos parecía estar ayer en estado asambleari­o, con mesas de discusione­s en simultáneo evaluando medidas, nombres y configurac­ión del futuro gabinete con los que se busca conjurar la crisis. Son todas escenas sin precedente en la administra­ción de Macri. Ahora falta exponerlas a la prueba ácida de los mercados. Es el nacimiento de un nuevo gobierno, con todos los problemas viejos por resolver.

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