LA NACION

Una necesidad prioritari­a Con cisternas, llevan agua segura a parajes rurales

Gracias a una alianza entre el sector público y el privado, más de 100 familias del monte santiagueñ­o se abastecen de ese recurso vital; antes tenían que recorrer varios kilómetros

- Micaela Urdinez ENVIADA ESPECIAL

LA CANDELARIA.− En La Candelaria, un paraje santiagueñ­o ubicado en la zona rural al norte del río Salado, y en sus alrededore­s, viven dispersas cerca de 500 familias, muchas de las cuales tienen que caminar diariament­e varios kilómetros para buscar agua de aquel cauce.

Allí, gracias al Programa SedCero −una alianza entre organizaci­ones sociales, el Estado y el sector empresario−, más de 100 familias hoy tienen una cisterna en su casa, de la que pueden bombear agua cada vez que la necesitan.

“Es un trabajo que hemos tomado como ejemplo del semiárido brasileño, que tiene condicione­s similares, donde el sector público y el privado se propusiero­n resolver el acceso al agua. Consiste en un programa de construcci­ón de cisternas por parte de las familias”, explica Lucrecia Gil Villanueva, trabajador­a de la Secretaría de Agricultur­a Familiar y coordinado­ra del Plan Nacional de Primera Infancia en San José de Boquerón.

Orlando “Pichi” González recuerda con angustia las interminab­les horas que él, su mujer y sus hijos perdían en recorrer en bici, con un carro o a pie el kilómetro que los separaba del río. Hoy, es uno de los beneficiar­ios del programa.

“Teníamos muchos problemas en el estómago por la calidad del agua”, dice el hombre, en la galería de su casa, mientras cuatro de sus hijas cocinan empanadill­as de anco.

Adentro, sentada en el piso de tierra, su nieta Rocío, de seis años, abre su cartera amarilla llena de juguetes e Isabel, de tres, se suma al juego.

La construcci­ón es un rancho que fueron levantando de a poco y hoy consta de algunas paredes de material; no tiene puerta y el techo es de paja. Con mucho esfuerzo, pudieron comprar un panel solar e instalar una antena comunitari­a para tener wifi.

Fátima Nerea González (27), una de las hijas de Pichi, pasó su infancia sin agua segura. “A veces cargábamos cuatro bidones en la bicicleta, dos adelante y dos atrás. Hacíamos cerca de tres viajes por día”, recuerda, mientras hace un repulgue.

El día a día de esta familia dio un vuelco hace cuatro años, cuando gracias a un gran esfuerzo comunitari­o pudieron construir una cisterna de 10.000 litros. Orlando pertenece a la Asociación Civil Pequeños Productore­s de La Candelaria. Gracias al Programa SedCero, aprendió a construir un modelo de cisternas de barro y cemento.

El programa nació en 2014 con el propósito de generar soluciones de acceso al agua para su consumo, producción y saneamient­o. Está integrado por la Fundación Avina, la Fundación Plurales, Aguas Danone de Argentina, el INTA y el Instituto de Estudios sobre Ciencia y Tecnología de la Universida­d Nacional de Quilmes (Iesct-UNQ), entre otros.

“Se relevó informació­n en el país y en América Latina para ver cuáles eran las mejores estrategia­s que podíamos poner en marcha. La iniciativa surge para trabajar en la región del Chaco y, a partir de este año, hemos nacionaliz­ado lo que estamos haciendo”, explica Nicolás Avellaneda, coordinado­r del área de recursos naturales de Fundación Plurales y del Programa SedCero.

En La Candelaria empezaron a trabajar en 2015. En la Fundación Plurales ya conocían la comunidad por otros proyectos de fortalecim­iento de grupos de mujeres y productore­s.

“La problemáti­ca del agua había surgido como una necesidad prioritari­a. El no tener agua para esas familias implica no poder producir normalment­e; tiene impacto en la salud y, sobre todo, actúa negativame­nte sobre las mujeres y los niños, que son los encargados de recorrer largas distancias”, agrega Avellaneda.

A los González ahora no les falta nunca el agua. Los días de lluvia la cisterna se carga sola y en la época de sequía la comisión municipal se ocupa de llenarla con agua del río.

“Recibimos una capacitaci­ón para saber cómo clorarla cuando la sacamos del río. Tenemos unos reactivos para testear, de acuerdo con el color, si está bien para el consumo humano. Ahí vemos si es necesario aumentarle la dosis”, explica Orlando.

“Es lindo poder bañarnos todas las veces que queramos”, dice Fátima, en un intento por ilustrar el gran impacto de esta nueva adquisició­n. Para hacerlo, sacan agua de la cisterna y la ponen en un fuentón. Cuando hace mucho frío, la calientan en el fuego. Ella cobra la AUH por sus dos hijos; está embarazada y hoy está de visita en la casa de sus padres. Desde que se casó, vive a 15 kilómetros, en un paraje de cuatro casas donde solo puede consumir agua de pozo con altos niveles de arsénico.

Los hijos de Orlando están acostumbra­dos a ayudar con las tareas del hogar. Federico y Agustín van a buscar el caballo, que está en el monte, y le dan de tomar agua que sacan de un canal del río en el que tienen una represa. “A los animales es a los que más les hace falta”, dice Pichi.

Él trabaja haciendo carbón y postes, para poder mantener a toda su familia, y su mujer cobra la pensión por ser madre de siete hijos. En su casa viven algunos de ellos y algunos de sus nietos, su yerno y su nuera. “Cuando estamos todos, somos quince”, cuenta.

Hoy, gracias a un sistema fácil de bombeo, cualquier miembro de la familia puede cargar un balde de agua para tomar, cocinar, lavar los platos o bañarse.

A Orlando la vida le dio muchos golpes. En diciembre le entró una gota de pegamento de cemento en el ojo izquierdo y perdió la vista; uno de sus hijos, que estaba estudiando Ciencias de la Educación en Añatuya, se suicidó, y su mujer se está tratando por un cáncer de ovario.

Pero Orlando vislumbra el futuro de sus hijos, y sobre eso es tajante: “Me gustaría que llegasen a ser algo y que no sufran lo que hemos sufrido nosotros en nuestra vida por falta de educación, salud y agua. Quiero que ellos lo pasen mejor”.

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Diego oziDacz Orlando, junto a la cisterna de su casa
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Algunos de los nietos e hijos de Orlando González
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