LA NACION

La corrupción nos roba el futuro

- Eduardo Costa

Cuando se habla de corrupción y se muestran bolsos llenos de dólares entre empresario­s arrepentid­os y denuncias, entre declaracio­nes y testigos arrepentid­os, entre funcionari­os presos y denuncias cruzadas, suele perderse de vista la cuestión básica y quizá más importante: que ese dinero que se roban es dinero público, dinero que tenía que llegar a escuelas y hospitales, que fue aportado por los impuestos de los vecinos para cambiar nuestra realidad y que fue desviado por funcionari­os corruptos a sus propios bolsillos.

La corrupción es la que nos roba el futuro y nos deja sin esperanzas, sin caminos, sin destino. Es la que nos impide crecer y nos pone un freno.

No se trata solo de funcionari­os que se volvieron rápidament­e millonario­s, sino de ciudades enteras que se quedaron sin escuelas, sin salario para los maestros y sin gasas en los hospitales.

Santa Cruz lleva años de crisis financiera porque el kirchneris­mo aplicó en la provincia un modelo económico basado en el empleo estatal y en el control de todos los movimiento­s económicos y financiero­s.

La provincia tiene hoy una dependenci­a impresiona­nte del empleo público, con sueldos retrasados y prácticame­nte congelados desde hace más de dos años.

La corrupción impregnó en Santa Cruz todos los estratos del Estado.

Las principale­s empresas constructo­ras fueron compradas por Lázaro Báez y los amigos del poder para manejar las obras públicas, que, en muchos casos, no se concretaro­n, tenían increíbles sobrepreci­os o eran de pésima calidad.

Los cuadernos de Centeno dejan a la vista lo que en Santa Cruz era un secreto a voces: bolsos, sobrepreci­os, dineros públicos saqueados por una banda que estaba en el poder solo para llenarse los bolsillos.

Santa Cruz es el reflejo de un modelo que no buscaba el bien común, sino la acumulació­n de dólares para comprar poder y así permanecer. Ese era el único objetivo del kirchneris­mo y ese sigue siendo el único objetivo del kirchneris­mo hoy en Santa Cruz. No les importa mejorar la educación, transforma­r la provincia, crear empleo, mejorar la calidad de vida de los vecinos. Los prefieren dependient­es, sumisos y callados. Por eso reprimen manifestac­iones, castigan opositores y persiguen al que piensa distinto.

Cuando aparecen los bolsos repletos de dólares, las propiedade­s invaluable­s, los campos, los negocios, las empresas y los relatos de la corrupción solo quedan dos caminos: mirar para otro lado o trabajar para cambiar la realidad. Mirar para otro lado es una costumbre que se ha hecho carne en muchos momentos en mi provincia. Era más fácil no ver que sumarse a los pocos que denunciaba­n la instalació­n de un modelo que buscaba hacerse de los bienes públicos y usarlos como propios.

Mirar para otro lado no implica ser cómplice, pero sí implica no compromete­rse con lo que pasa en nuestra comunidad. Era y sigue siendo el camino más fácil, el más transitado y el más rápido. Pero también es el más corto porque, tarde o temprano, eso que se están llevando afectará a los que no miran o no quieren ver, porque implicará menos recursos para salud y educación, menos desarrollo, menos crecimient­o y menos libertades.

Los que se llevan millones de dólares de obras que no hacen o que tienen sobrepreci­os se están robando en esos bolsos el futuro de miles de vecinos que no van a tener oportunida­des para desarrolla­rse y crecer, que no van a tener seguridad ni empleo, que no van a tener salarios dignos ni hospitales en condicione­s.

Santa Cruz es una provincia rica, millonaria, llena de los mejores recursos naturales que el mundo demanda. Tiene un litoral marítimo increíble. Tiene oro y plata, recursos que la convierten en la provincia que más exporta estos minerales. Tiene petróleo y gas, y tiene los más bellos paisajes que sorprenden al mundo. Pero, al mismo tiempo, tiene graves problemas sociales, altos índices de pobreza y trabajador­es que no llegan a fin de mes. Tiene hospitales sin insumos y falta de médicos. Tiene insegurida­d y violencia en sus ciudades. No tiene escuelas ni universida­des que formen a nuestros hijos pensando en el futuro y con una educación de calidad, porque los recursos no alcanzan para pagar sueldos dignos a los maestros, no hay clases y las escuelas no están en condicione­s.

Santa Cruz tiene una desesperan­za y una falta de motivación que la muestran anodina y cansada.

Senador nacional por Santa Cruz

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