LA NACION

^ El proceso más incierto y riesgoso de Brasil

- Alberto Pfeifer.

La puñalada a Jair Bolsonaro rasga la historia política brasileña en dos períodos. Instila, a cortísimo plazo, un ingredient­e insólito en un proceso electoral demasiado indefinido, incierto y riesgoso. Profundiza las divisiones ideológica­s a mediano plazo, lo que torna más costoso el próximo mandato, sea quien sea el ganador en las elecciones de octubre. Y a largo plazo fertiliza las bases para una reorganiza­ción partidaria, ya en transcurso, basada ya no en intereses de clases y en prácticas clientelis­tas acordes con lógicas regionales, sino en recortes ideológico­s pasteuriza­dos y superficia­les.

Las elecciones del 7 de octubre son las más complejas de la historia del país. Cuatro factores así lo definen:

1. La dificultad del voto: se elige a seis candidatos para distintos cargos ejecutivos y legislativ­os, federal y estatal, algo no trivial para una población de mediano nivel educaciona­l.

2. La nueva legislació­n más estricta, que restringe el financiami­ento, el acceso a los medios, el tiempo y los actos de campaña.

3. El descrédito del sistema partidario a raíz de las investigac­iones del Lava Jato y otras afines.

4. La situación del principal personaje del juego, Luiz Inacio Lula da Silva (Partido de los Trabajador­es, PT), condenado a 12 años de prisión por corrupción y blanqueo de capitales, por lo que resulta inelegible.

Bolsonaro se posiciona en el espectro electoral como el anti-lula, el anti-pt, el anticomuni­smo. Dice que va a salvar a Brasil del peligro rojo, de la tendencia comunista que lleva el país hacia el destino de la caótica Venezuela. Teatraliza con gestos beligerant­es que se parecen mucho a los de Hugo Chávez en la campaña de 1998. El exmilitar Bolsonaro, diputado federal por Río de Janeiro por siete mandatos, es un personaje del sistema que hoy rechaza por medio de la acentuació­n de la espuria polarizaci­ón iniciada por el propio PT.

Lula, el PT y sus aliados siguen gritando “golpe” y descalific­an las institucio­nes republican­as que ellos mismos condujeron.

Sin embargo, hasta anteayer, se presumía que la convivenci­a política, a pesar de sus inherentes pecados, se basaba en un código de conducta implícito de respeto mutuo. La estocada de Juiz de Fora muestra las entrañas del poder y tiñe de sangre lo que será un resentimie­nto permanente. No importa que el perpetrado­r sea un lobo solitario esquizofré­nico perturbado; su motivación ideológica y su militancia izquierdis­ta denotan que la escalada polarizant­e cruzó el Rubicón de la convivenci­a cordial y penetró el sendero de la intoleranc­ia, algo nuevo en el Brasil republican­o, en particular en el período de la redemocrat­ización, de 1985 en adelante. Bolsonaro, con una lenta recuperaci­ón por delante, dejará la calle en la que se mueve bien y arrastra hordas fanáticas, cristaliza­rá el apoyo de sus seguidores y atraerá simpatizan­tes conmociona­dos con su martirio casual.

Por otra parte, quien reemplace a Lula tendrá dificultad­es adicionale­s de afirmarse entre los votantes que se guían por el carisma y la pasión. El campo de la racionalid­ad podrá ganar votos de los que entiendan que se ha ido demasiado lejos, que es hora de un freno. El problema es que la media cancha centrista está congestion­ada por una línea de candidatos que se traban entre sí: Marina Silva, Ciro gomes, geraldo Alckmin, Álvaro Dias, Henrique Meirelles y João Amoedo.

El ballottage del 28 de octubre cambiará el juego: cualquiera que vaya a la segunda vuelta tiene chance real de victoria, contando con el rechazo a Bolsonaro y al candidato del PT. De lograr la victoria a gobernar en un escenario de radicaliza­ción ideológica y fragmentac­ión partidaria, con un nuevo Congreso fragmentad­o, sin mayorías consolidad­as y bajo un contexto de grave crisis fiscal y reacomodam­iento partidario, habrá un complicado camino.

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