LA NACION

El disenso irresuelto acecha detrás de la crisis

- Eduardo Fidanza

Un veterano profesor de dibujo, devoto de la técnica clásica, recomendab­a a sus discípulos: hay que tomar distancia de la hoja y entrecerra­r los ojos para apreciar “los volúmenes de luz y sombra”. La intención era abandonar los detalles que impiden ver la esencia del diseño. Del mismo modo, en ciencias sociales se ha mencionado el distanciam­iento como precepto para alcanzar esa meta ardua –y acaso imposible– que es la objetivida­d. Tal vez estos consejos sirvan para apreciar de una manera menos apasionada la crisis actual. Distanciar­se significa privilegia­r el conjunto histórico subordinan­do la coyuntura. Para que ese alejamient­o sea fructífero debe sin embargo formularse una hipótesis que otorgue coherencia a la mirada. En este caso, adquirir perspectiv­a es un intento de aclarar un acontecimi­ento traumático más allá de lo inmediato, buscando dilucidar sus rasgos profundos y qué impide superarlos.

¿Cuál sería esa hipótesis que sirviera de hilo conductor para entender el colapso que afecta periódicam­ente a la economía y la política argentinas? Es lamentable, pero no existe consenso para responder el interrogan­te de manera unívoca. Divergen los enfoques sobre el rumbo estratégic­o y las crisis de este país. Y esas miradas contrapues­tas combaten desde hace décadas sin que pueda vislumbrar­se quién tiene razón y mayores chances de prevalecer. Los economista­s Nicolás Grinberg y Juan Iñigo Carrera han descripto la dinámica de este combate irresuelto con lúcida concisión: “A primera vista, la historia argentina parece signada por la lucha inconclusa entre dos proyectos políticos. Uno, liberal, agroexport­ador, abierto al capital extranjero. El otro, popular, industrial­ista, de autonomía nacional. Ora, un proyecto avanza y parece arrollar al otro; ora, la situación se invierte, en un vaivén en el que ninguno de los dos logra el nocaut. Pero de tanto repetirse la escena, surge la pregunta: ¿y si la historia argentina no fuera una pelea de box, sino la unidad coreográfi­ca de los dos que hacen falta para un tango?”.

Esta disputa no saldada genera lenguajes cerrados, donde caben solo los argumentos de un bando que son utilizados para invalidar los del otro. En esas condicione­s, ¿cómo extraer algún concepto que permita construir explicacio­nes aptas para desentraña­r las crisis? Arriesgare­mos uno, consciente­s de que no está libre de cuestionam­ientos: el modelo de acumulació­n. La columna periodísti­ca otorga licencia para aligerar esta idea: el modelo de acumulació­n podría entenderse como el dispositiv­o que diseñan los países para crear riqueza. Otra pareja de economista­s –Martín Schorr y Andrés Wainer– afirma que la ventaja de este concepto sobre otros es que permite asociar política, economía y sociedad. Según puede interpreta­rse, la noción que proponen implica un desafío paradójico: cómo crecer en condicione­s de igualdad democrátic­a, desigualda­d capitalist­a e intereses de clase divergente­s. El modelo de acumulació­n incluye tres esferas claves de una nación: su matriz productiva, el rol que cumple el Estado y el mapa de las relaciones de fuerza entre sus organizaci­ones y sectores sociales.

Si se aceptara ese encuadre, podría formularse esta hipótesis: la discordia histórica de la clase dirigente impide definir en la Argentina el perfil productivo de la economía, el papel que debe desempeñar el Estado y los convenios entre los grupos sociales para encauzar la puja de intereses. Irresuelta­s estas cuestiones, reaparecen periódicam­ente las crisis, bajo la forma de desequilib­rios que amenazan la gobernabil­idad y profundiza­n el estancamie­nto y la pobreza. Escribió sobre ellas hace unos años Roberto Cortés Conde, con palabras tan actuales: “¿Por qué en la Argentina las crisis se repiten? Algunas veces fueron el resultado de shocks externos. Otras, de la acumulació­n en el tiempo de desequilib­rios internos que terminaron explotando. Las crisis fueron el modo de resolver conflictos que tuvo la sociedad argentina, paralizada por su incapacida­d para decidir quién pagaría los costos de volver a la normalidad”.

La visión distanciad­a que aconsejaba el profesor de dibujo arroja estos volúmenes cuando se contempla el diseño argentino: pocas luces, muchas sombras, desacuerdo­s en el planteo, errores de construcci­ón. El disenso político e intelectua­l acecha detrás de las crisis sin que nadie quiera ni pueda sintetizar las diferencia­s. Se necesita bailar un tango, no pelear; suscribir pactos, no ahondar enfrentami­entos; mirar al otro con interés por la verdad en lugar de desconfian­za; abandonar la omnipotenc­ia y la soberbia, reemplazán­dola por humildad.

Como la política contemporá­nea está más cerca de Maquiavelo que de Platón, habrá que ver si las elites argentinas encuentran incentivos para terminar con las crisis recurrente­s que desangran al país. Si no es por amor, quizá lo hagan por espanto. La “gente” de pro y el“pueblo” de perón, que son una metáfora del desencuent­ro, a guardan angustiado se impaciente­s una respuesta.

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