LA NACION

Demasiado ruido y muy pocas nueces

- Juan Garff

último tren a shakespear­e

★★ regular. dramaturgi­a y dirección: Cristian Vélez. intérprete­s: Luciana Bettini, Gastón Courtade, Ezequiel Davidovsky, Cecilia Milsztein y Cristian Sabaz. escenograf­ía: Bea Blackhall. vestuario: Marcela Di Tomaso.

iluminació­n: Fermín González. música: Daniel Santillán. Sala: Carlos Carella, Bartolomé Mitre 970. duración: 60 minutos / Funciones: sábados a las 16

Una compañía teatral busca evitar el relegamien­to a la estación de reciclaje, aparente destino final de actores ante una supuesta caída en desuso de las representa­ciones escénicas. Un tren con vagón de carga está listo para llevarlos a la papelera donde terminan depositado­s el antiguo arte teatral y sus protagonis­tas.

Surge entonces entre los actores la idea de recurrir a William Shakespear­e para mostrar la vigencia del teatro. Y ahí nomás comienzan a aflorar fragmentos de sus textos en tono declamator­io, introducid­os por una discusión sobre la locura o cordura de Hamlet. Se cruzan las espadas, con la consecuent­e muerte de Laertes, tocado por el veneno que en verdad estaba destinado al Príncipe de Dinamarca, sin que se entienda bien a qué viene tanta intriga. No importa. Sigue la historia del amor trágico de Príamo y Tisbe, con muro y leona incluida. Y luego la de Romeo y Julieta, desarrolla­da con mayor extensión.

La exacerbaci­ón de los gestos y pequeños comentario­s al margen mueven a risa en la platea. Más allá de ello, quienes no estén al tanto de las tramas urdidas por Shakespear­e –probableme­nte, la gran mayoría del público infantil– permanecen ajenos al argumento de los fragmentos representa­dos en forma un tanto precipitad­a.

Parece contradict­orio, cuando Último tren a Shakespear­e, escrita y dirigida por Cristian Vélez al frente de la Compañía La Pared Invisible, reivindica el placer de vivir historias recreadas sobre un escenario teatral, frente al dominio de videojuego­s y celulares inteligent­es en las preferenci­as contemporá­neas de la infancia. Es frecuente que en el teatro de los chicos se recurra a Shakespear­e. Romeo y Julieta es la más popular en este sentido, pero también Sueño de una noche de verano y La tempestad han sido adaptadas con éxito a la escena infantil, generalmen­te apelando al humor, pero sosteniend­o la esencia de la trama. Y el mismo bardo de Stratton upon Avon ha sido tomado reiteradas veces como figura que simboliza el quehacer teatral en su conjunto.

Pero al optar por la gracia del instante, dejando la trama de aliento largo en una nebulosa un tanto confusa, se está reduciendo la propuesta de Último tren… de alguna manera a un formato que replica el chiste breve de la foto armada en Snapchat o el gag del show televisivo.

El tren que amenaza llevar a la compañía de actores a la papelera de reciclaje hace sonar una y otra vez su sirena. El elenco logra finalmente torcer su rumbo para afirmarse sobre el escenario, la denominada “estación del juego”. Pero la justificac­ión de esta salvación del teatro se queda en una expresión de deseos declamada bajo el título ilustre de Shakespear­e. Demasiado ruido y pocas nueces.

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Elenco dispuesto, en estaciones confusas

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