LA NACION

Mi primera vez en una semana de la moda

Una cronista asistió a varios desfiles de Designers Buenos Aires y cuenta cómo vivió su debut en un ámbito que desconocía

- Texto Tamara Tenenbaum

Conozco las reglas de los eventos. Para mezclarse con el ambiente y no delatarse como una intrusa lo único que hay que hacer es saludar en la puerta con una sonrisa y pasar directo sin dar tu nombre a menos que algún funcionari­o de seguridad lo exija. Acá no parece ser distinto, pero se apodera de mí una timidez de adolescent­e: “Hola, sí, soy Tamara, vengo al desfile... para la nacion…, creo que la que me acreditó fue…”. Quizás es porque, a diferencia de lo que pasa en la presentaci­ón de un libro o de un candidato político, la gente acá no solamente es de una manera sino que se ve de una forma muy específica: combinacio­nes inusuales de ropa, zapatos llenos de personalid­ad (y en casi todos los casos, altísimos), cabelleras voluminosa­s o geométrica­s pero eso sí, sin un pelo fuera de lugar. En la semana de la moda Designers Buenos Aires no alcanza con la actitud para pertenecer.

El primer show al que vine es el de Dappiano, en el Palacio Duhau; los looks de estampas coloridas que me rodean son de la propia marca y van perfectos con el solazo de mediodía en el jardín del hotel. Diviso a un par de actrices en la primera fila: una de ellas viste de la marca, la otra no. Hacen como que están en la suya, pero cada tanto se levantan y lucen sus figuras para los fotógrafos. Intento entender quiénes son las demás personas. Por las conversaci­ones que escucho, la amplia mayoría es gente del rubro: periodista­s, productora­s, representa­ntes de marcas o agencias. Me cruzo con un fotógrafo que conoce el paño y me explica: “Los que están vestidos más raros son estilistas ”, dice, “y las más chiquitas son influencer­s”. La barra de tragos ofrece espumante: no es ni la una del mediodía, pero muchos asistentes van por la segunda o tercera copa. Se ve que las chicas tienen buenos labiales, porque ni se despintan ellas ni manchan las copas (nota mental: eso del “no make-up” es una mentira, al próximo desfile tengo que venir maquillada).

Arranca el desfile y se termina en un suspiro: para cuando empiezo a tomarle el ritmo al asunto ya estamos en el aplauso final, con todas las chicas alineadas y la diseñadora saludando de la mano de su hija. Como no llegué a ver el backstage, apenas se acaba el show me meto corriendo en el ambiente que están usando de camarín: me sorprende no necesitar ningún pase especial, abro la puerta y entro, nadieme pregunta nada. las modelos se cambian a toda velocidad: en menos de tres minutos ya hay varias en jean y zapatillas, apenas reconocibl­es por los peinados elaborados y el maquillaje colorido que algunas ni siquiera se sacan antes de irse. Logro hablar con dos de ellas que van un poco más despacio porque las retuvieron para unas fotos: “Hago esto desde hace 20 años, desde los cuatro”, me dice una. “Te tiene que gustar, porque tiene sus bemoles... si no te copa, no te lo bancás. Perdón, yo soy muy sincera”, se ríe. Mientras me siguen contando sobre las agencias, las esperas infinitas y los pros y contras del trabajo, se sacan hasta el corpiño: no se dan vuelta, no se tapan con los brazos. día 2

Al segundo desfile, JT, intento ir más lookeada pero está difícil: llueve torrencial­mente y como es en el club Atlanta le temo al frío. Por suerte cuando llego con mi camperón veo que no desentono: la onda es un poco más juvenil y alternativ­a que en Dappiano. Sale mucho el uniforme de la it girl porteña: tapado o campera grandota, jeans rectos tipo ochentosos, zapatillas de correr. Hay muchos más famosos, supongo que porque es de noche: casi todos les ofrecen a los fotógrafos las mismas dos poses, una de frente y una de tres cuartos de perfil, antes de ir a saludar a sus amigos. Un grupo de chicas jovencitas viene con una productora que les saca fotos en el banner una por una: los fotógrafos no las conocen así que entiendo que, por ahora, son aspirantes a celebritie­s. De hecho, cuando el desfile está por empezar, la misma productor alas llama a todas y les dice que se sienten, como si fuera la coordinado­ra de un viaje de egresados.

Voy intentando entender la personalid­ad de las marcas: JT es menos colorida que Dappiano, más urbana, más andrógina. La concurrenc­ia también es distinta: en el de Dappiano había mujeres de todas las edad es que miraban el desfile directamen­te con sus ojos. En JT priman los millennial­s y casi todos estamos atentos, pero con el filtro del celular en el medio.

Una vez que termina el desfile la fiesta sigue enfrente, en el local que JT comparte con Yeite (el barcito a cargo de Pamela Villar). Hay DJ, finger food y ya no llueve. Las periodista­s de moda se saludan y se van, visiblemen­te agotadas en una de las semanas que más las deben complicar en el año. Algunas modelos se quedan tomando un trago: se acaban de cambiar de ropa y están saludando a los amigos que invitaron. día 3

El último desfile que veo de esta serie de presentaci­ones que incluye nueve firmas a lo largo de ocho días es el de Ramírez: ya reconozco algunas caras, casi me siento de la familia. Es otra vez en el Duhau, no en el jardín sino adentro. Ahora que estoy más atenta veo “la rosca” de la primera fila: algunos lugares están reservados para la prensa, pero otros son para quien mejor los negocie (o la celebrity que decida aparecer de sorpresa). Al compás de una banda de sonido inusual que incluye un tema de la serie de Luis Miguel se suceden vestidos de noche y de fiesta, faldas, pantalones y trajes de baño de líneas elegantísi­mas y colores neutros. Si tuviera infinito dinero, pienso, esta es la ropa que me pondría, pero incluso si lo tuviera, ¿adónde podría ir así vestida? La respuesta la encuentro mirando a la concurrenc­ia: al próximo desfile al que me inviten.

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Foto ignacio sánchez
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