Biotecnología. El futuro está al alcance de la mano
La Argentina adoptó rápidamente los cultivos modificados genéticamente; hay nuevos desarrollos en marcha
Desde que el primer cultivo transgénico (la soja tolerante a glifosato, en 1996) se sembró en la Argentina, el área con cultivos genéticamente modificados (GM) creció en forma sostenida hasta alcanzar las casi 25 millones de hectáreas en las últimas campañas. Tanto para la soja, como para el maíz y el algodón, las tasas de adopción de las tecnologías rondaron el 100%, incluyendo variedades o híbridos con tolerancia a herbicidas, resistencia a insectos o ambas características apiladas.
Pero ahora, ¿qué es lo que se viene? La doctora Gabriela Levitus, directora ejecutiva de Argenbio (el Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología) explica que “los cultivos GM que se siembran en el mundo son la punta del iceberg de una gran cantidad de desarrollos que se encuentran en fases de experimentación en el laboratorio o a campo, en el proceso regulatorio o en etapas de pre-lanzamiento comercial”. La ejecutiva explica que en el caso de la soja “incluyen características relacionadas con el control de malezas (resistencia a otros herbicidas como 2,4D, imidazolinonas, HPPDI y glufosinato de amonio), insectos (resistencia a hemípteros, además de lepidópteros), hongos y nematodos”. Pero más allá de las mejoras agronómicas, en el pipeline hay también productos con mejoras en la calidad, como incremento de aceite y modificación en la composición de ácidos grasos del aceite (alto oleico, menos insaturados, cero trans, agregado de omega 3).
¿Cuándo llegarán estos desarrollos a los productores y consumidores locales? “Lamentablemente, estos tiempos hoy son demasiado largos, poniendo en riesgo la competitividad de nuestra agricultura y la innovación del sector privado y público”, expresa la especialista y aclara que las demoras no se deben a cuestiones científicas, sino a otros factores “como los altos costos del proceso regulatorio, la necesidad de obtener las aprobaciones en los destinos de exportación para poder lanzar los productos comercialmente (en países como China y la Unión Europea los tiempos de aprobación son actualmente impredecibles) y la falta de reconocimiento de la propiedad intelectual de las innovaciones en la semilla, que también influye en las decisión de los desarrolladores de llevar o no un producto al mercado”.
“A estos problemas se suman los de “aceptación” de las tecnologías (que en realidad son más bien ideológicas, políticas o comerciales –aclara-) y que suelen afectar las decisiones de los países a la hora de autorizar un determinado cultivo GM”, explica Levitus.
Más allá de los cultivos transgénicos, la ejecutiva de Argenbio recuerda que la biotecnología agrícola podría beneficiarse de las técnicas de edición génica que permiten introducir cambios muy precisos en el genoma de las plantas. “Estas técnicas hoy se suman a la caja de herramientas del fitomejorador y prometen un futuro más que interesante, especialmente en el caso de la soja, para lograr resistencia a herbicidas y enfermedades, así como cambios en la composición del grano”, afirma.
Hace ya algunos años que la producción de soja en la Argentina se mantiene estable en superficie y en rendimiento por hectárea. De
1969/70 a 2016/17, el área sembrada se incrementó en un 77% y el rendimiento en un 251%.
Desde la introducción de la soja RR a la actualidad, el rendimiento promedio creció un 3,9%, pasó de
22,8 a 30 qq/ha. Es un valor cercano al de los otros principales exportadores. En Brasil es de 31 y en Estados Unidos llega a 35,3 qq/ha.