LA NACION

Malezas. El combate necesita aplicar una estrategia flexible

En el país ya hay 32 biotipos resistente­s y se suman entre tres y cuatro por año; las claves tecnológic­as y de manejo para enfrentarl­as

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La incorporac­ión de nuevas malezas resistente­s a los sistemas agrícolas no pasa de moda. Desde la Red de conocimien­to en Malezas Resistente­s (REM), aseguran que ya se contabiliz­an 32 biotipos resistente­s. Y lejos de encontrar un techo, la curva ascendente no termina de torcerse. “En la Argentina estamos a un ritmo de sumar entre tres y cuatro malezas resistente­s por año”, advierte Martín Marzetti, gerente del programa que depende de Aapresid.

Se trata de una tendencia alarmante que se viene repitiendo por lo menos en los últimos cinco años y que claramente muestra un panorama bastante desalentad­or. “Estamos peor que hace un par de años y es un problema que no está para nada solucionad­o”, agrega el especialis­ta, quien afirma que el actual escenario es fruto de los efectos residuales del sistema productivo que dominó la última década. “Es como si fuera la inflación, depende también de lo que hiciste en el pasado”, grafica.

El Yuyo colorado (Amaranthus hybridus) aparece como la principal problemáti­ca y no para de crecer en superficie. Inicialmen­te su foco se encontraba en el sur de Córdoba, pero ahora se ha ampliado a toda la zona núcleo y el norte del país, incluso incipiente­mente en el Sur, ocupando más de 13 millones de hectáreas. Pero no está solo. A su lado se encuentran también las gramíneas, el segundo grupo de malezas en importanci­a y que actualment­e deben ser incluidas en el manejo de cualquier lote. Sorgo de Alepo (Sorghum halepense), Capín (Echinochlo­a colona), Pata de gallina (Eleusine indica) y Raigrás (Lolium multifloru­m) son algunos de sus principale­s exponentes.

Ninguna de estas malezas es inmanejabl­e y todas tienen una solución química. “El productor se ve obligado a sumar un nuevo herbicida, a implementa­r otra estrategia de cultivo, a modificar la fecha de siembra… Toda una serie de prácticas que conllevan a una pérdida de rendimient­o o un mayor nivel de gasto”, explica.

Sinembargo,nohayunpro­medio o una cifra que sintetice cuánto se pierde por esta problemáti­ca. “Sería muy difícil porque existen muchas variables. Depende de la zona, del lote, del nivel de infestació­n”, sintetiza Marzetti. En cambio, sí se puede poner en números el gasto en herbicidas que significa el combate a las múltiples resistenci­as, un dato que golpea de forma directa en el bolsillo de los productore­s: “Hace diez años el gasto promedio por hectárea para un lote de soja estaba entre 30 y 40 dólares, mientras que hoy está entre 80 y 100”.

El experto reconoce que hay muchas novedades dentro de la paleta de herbicidas pero ninguna es disruptiva como pudo haber sido el glifosato en su momento. “Hay que aprovechar­las sabiendo que no hay ningún producto revolucion­ario con el que puedas descansar tranquilo. Eso no existe, ni va a existir”, reafirma. La clave entonces pasa por tomar a los fitosanita­rios como una herramient­a más dentro de un marco general que tenga como premisa un manejo diversific­ado y estratégic­o de los cultivos.

Monitoreo sistemátic­o, rotación de cultivos, una eficiente limpieza de la maquinaria durante la cosecha, ampliar la diversidad de herbicidas, incorporar cultivos de cobertura o tratar de hacer barbechos lo más cortos posibles (ver aparte), son algunas de las recomendac­iones de Marzetti para tratar de mitigar los daños causados por las malezas. “Además hay que tener mucha presencia sobre el lote, lo que significa poner los pies sobre la tierra y tomar las decisiones en el momento adecuado”, argumenta.

En ese sentido, para el gerente de la REM se abre una luz de esperanza de cara al futuro ya que hay un notable cambio de predisposi­ción por parte de los productore­s argentinos. “Hoy estamos rotando mejor que hace unos años, aunque todavía faltan incorporar más cultivos de invierno o de servicio. Pero además, se ha entendido que se trata de un problema grave cuya solución no radica en el uso exclusivo de herbicidas, sino más bien en hacer una agricultur­a más sustentabl­e y con el menor impacto ambiental posible. “Hoy por hoy, el manejo de malezas debe tener en cuenta la demanda social por un menor uso de insumos. Ya no se puede hacer cualquier cosa con el solo fin de combatir una maleza. Siempre tenemos que tener como faro la inclusión de prácticas que sean más amigables con el medio ambiente”, concluye.

“Estamos rotando mejor que hace unos años”, dice Martín Marzetti

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Archivo El crecimient­o en el número de malezas aumenta los costos

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